ESPECTáCULOS
“Crecí escuchando que la melodía era lo principal”
El grupo Escalandrum acaba de editar un disco notable. Daniel “Pipi” Piazzolla, su baterista y fundador, habla sobre el grupo y sobre una clase de jazz a la que le interesa sonar argentina.
Por Diego Fischerman
Si Los Beatles eran escarabajos (“beetles”) con beat (el golpe fuerte característico en la acentuación del rock’n roll), Escalandrum es un tiburón (“escalandrun”) con batería (“drum”). Y el nombre no podría ser más adecuado para un grupo fundado por Daniel “Pipi” Piazzolla, un baterista y pescador de tiburones –hijo y nieto de pescadores de tiburones, como lo atestiguan algunas fotos del abuelo Astor y el nombre del tema Escualo– que editó, sobre el filo del año pasado, uno de los mejores discos de los últimos tiempos, dentro de ese vasto territorio asimilable al jazz.
En Sexteto en movimiento hay, por supuesto, un trabajo rítmico notable (abundantes compases aditivos, cortes apruptos y superposición de distintas acentuaciones) y, también, arreglos excelentes. El grupo, conformado por Piazzolla en batería y percusión, Nicolás Herschberg en piano, Damián Fogiel y Gustavo Musso en saxo tenor y soprano, Martín Pantyrer en clarinete bajo y Mariano Sívori en contrabajo, tiene un nivel técnico y un empaste notables. Pero, sobre todo, lo que hace Escalandrum es una música nueva. Una de las particularidades del álbum es que todas las composiciones son del pianista. “Todos tenemos absoluta libertad para componer”, dice Piazzolla a Página/12. “Y además somos sinceros; si alguien trae un tema que no tiene demasiado que ver con lo que está pasando en este momento con el grupo, va a un cajón. Se trata de mantener una línea.”
–¿Quién y cómo define esa línea?
–Se definió de a poco y entre todos. El grupo arrancó en 1999 y hacía una especie de latin-jazz en el que, a pesar de que los temas eran nuestros había un sonido más similar a algo existente de antemano. En ese entonces teníamos percusión y bajo eléctrico. Cuando el bajista se fue llegó Mariano Sívori. Yo ya hacía un tiempo que venía dando vueltas a la idea de tocar con un contrabajo y ese cambio tímbrico, junto a la entrada posterior del clarinete bajo y la salida de la percusión, definió, además de un nuevo color instrumental, más oscuro, una serie de posibilidades compositivas. A mí me estaba interesando, además, una música que no estuviera tan definida, que tuviera más ambigüedades.
–¿Cuál es el proceso que va del disco anterior a este último que acaban de editar?
–Ese disco fue un proyecto para arengar a la tropa. Cuando quedó definida esa formación, con la inclusión de Sívori y Pantyrer, saqué turno en un estudio de grabación para un mes después, como estímulo. Puse una meta para que el grupo cuajara. El disco salió a la venta con el nombre de Estados alterados y allí empezó a notarse un nuevo vocabulario, la incorporación de ritmos más argentinos, el predominio de Herschberg como compositor, los ritmos irregulares. En Sexteto en movimiento el grupo está consolidado. Y no hubo otro motivo para grabarlo que la convicción de que teníamos que hacerlo. El disco estaba listo en nuestras cabezas. Se trataba, simplemente, de poner un mojón que marcara lo que ya estábamos haciendo en vivo.
–Más allá de la argentinidad del sonido, ¿reconocen referencias internacionales?
–Sí, desde ya. Supongo que, en principio, todos los músicos que admiramos y que escuchamos pero, puntualmente, en este momento a mí me resultan muy inspiradores los trabajos que está realizando Dave Holland con los ritmos de Africa, o los de David Sánchez, en Nueva York, que hace un latin que no tiene nada de pintoresquista, que encuentra su cultura portorriqueña en un lugar mucho más profundo y menos aparente.
–¿Se reconocen como parte de un movimiento más amplio. Sienten que hay una tendencia en el sentido de buscar caminos más personales para el jazz?
–Sí y no. Por un lado, es cierto que hay varios que estamos tratando de buscar en ese sentido, incluso hasta conscientemente. Y no me parece mal. Si uno aprende a tocar Bop no veo por qué no puede aprender también a tocar músicas de acá. Y no veo por qué no se puede elegir un ritmo demilonga o de malambo con absoluta conciencia. Hay una especie de prejuicio acerca de que en el arte todo debe ser espontáneo. Yo no creo eso. Ahora bien, si por un lado a unos cuantos nos interesa encontrar un sonido propio, otros están haciendo unas cosas medio duras, por el lado del free y todo eso. No sé, desde chico vengo escuchando que en casa se decía que lo más importante es la melodía. A mí, eso es lo que me emociona. Si una buena melodía está acompañada, después, por un solo de esos que a uno le parten la cabeza, está buenísimo. No sé, yo he tocado en montones de bandas, incluso haciendo free, y me divertí como loco. Pero una cosa es lo que lo divierte a uno y otra es hacer algo que tenga sentido para los demás. Y ahí es donde la melodía me resulta fundamental. Entre otras cosas, me da más ideas.