ESPECTáCULOS › LA RENGA EN LA CANCHA DE RIVER, ANTE 70 MIL FANS

Un show dentro de otro show

El trío de Mataderos volvió a confirmar, por si hacía falta, su formidable poder de convocatoria. El recital fue potente y adrenalínico, pero la verdadera fiesta estuvo abajo del escenario.

 Por Cristian Vitale

Cuando suena Hablando de la libertad, la nube de humo produce el efecto de hacer desaparecer por un momento a la gente; la pirotecnia estalla toda junta y ya no es posible establecer un límite preciso entre la realidad y la irrealidad. Cualquiera que no haya visto nunca un recital de La Renga está en todo su derecho de pensar que esto es una exageración, pero quienes sí hayan estado alguna vez en alguno de sus espectáculos saben que sí, que esto pasa, y que cada vez que toca el power trío de Mataderos hecho a pulmón, ocurren cosas fantásticas. “Son una masa, loco, una masa”, grita Tete, el bajista, bajando a tierra y traduciendo a un idioma humano lo que parece un cosmos prodigioso, muy difícil de reproducir con palabras.
Con todos estos alicientes, con este show dentro del show, La Renga tocó por segunda vez en el Monumental y superó la cantidad de gente presente en el debut: fueron 70 mil –unos dos mil llegaron en caravana desde el Obelisco– y el número, dada la realidad, parece no tener techo: gusten o no gusten a algunos, sean musicalmente “cuadrados” o no, sean virtuosos o no, el trío es un fenómeno social casi sin parangón –Los Piojos, tal vez, pueden comparárseles– cuyo prestigio fue ganado con una dignidad incontrastable: el boca a boca, la poca publicidad y esa sabiduría popular que pocos saben usufructuar como ellos. Un ejemplo elocuente es la manera de transmitir, por caso, la represión policial: a contramano de bajadas mediáticas y en pleno auge de peticiones de mano dura, 70 mil personas se deshicieron en insultos contra los palos y las balas que reprimieron al pueblo el 19 y 20 de diciembre de 2001: en las pantallas lindantes con el escenario, y mientras sonaba Hielasangre (“Vuelve al sitio donde estabas / deja tu puerta bien cerrada / no me toques, no me toques”), cada escena del video fue puntualmente silbada y cada frase de la canción, sencillas todas, puntillosamente cantada.
“Que vivan Perón y Evita, carajo...”, otro dato contundente de irrealidad. El grito de un fan con los dedos en V luego de Detonador de sueños –una de las mejores canciones de la noche– da cuenta de convivencias político-míticas que ningún politólogo, sociólogo o frío analista de la realidad “objetiva” podría comprender. En semejante cantidad de gente coexisten en paz remeras del Che Guevara con viejos –y nuevos– militantes de la Juventud Peronista, seguidores de Hermética y banderas con plantas de cannabis... es la cultura urbana y popular, heterogénea y sincrética, que se manifiesta como mosaico en cada rito. La Renga redescubre en sus letras ese sentir difuso, lo aglutina y taladra a fondo el corazón de los pibes de las barriadas. ¿Cómo discutir la pasión con que miles de almas se abrazan, saltan y cantan himnos populares, en los márgenes del universo mediático, como El rito de los corazones sangrando, Veneno, Me hice canción, La razón que te demora? ¿Cómo contradecir Míralos, con imágenes de millones de niños que sufren hambre en el mundo? Parece, en principio, imposible.
El resto es cuento contado. Musicalmente, La Renga mostró lo de siempre para los mismos de siempre: la voz guapa de Chizzo, bien entonada en Estalla –otro de los momentos cumbres de la noche–, la dinámica incansable de Tete corriendo el escenario de lado a lado mil veces y machacando su bajo acostado de espalda en el piso o la maquinita implacable de Tete en batería... más el toque distinto, matizando la crudeza renga, que siempre aportan Chiflo y Manu con sus vientos (En los brazos del sol). Tampoco hizo falta, y es una costumbre bastante arraigada en la banda, la presencia de muchos invitados: apenas Raúl Dilello, el primer guitarrista del combo, retrotrayendo el tiempo a los últimos ‘80 del Club Larrazábal. Y el único convidado extra rengo que, por postura y carácter, podría ser parte: Alejandro Sokol. Secundado por trapos de Sumo y retratos de Luca Prodan, el Bocha, frontman de Las Pelotas, protagonizóun momento único en el que su voz se perdió entre miles en El final es en donde partí.
El devaneo entre los grandes estadios y el rock quedó definitivamente consolidado en la Argentina. Costumbre saludable o no, es “la” meta de las bandas argentinas post-milenio y, en esto, los rengos pueden sentirse, de algún modo, pioneros, aunque los primeros hayan sido, hace ya diez años, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota; pero La Renga llegó, se mantuvo y va a más sin que la industria le coma la cabeza. Tarde o temprano, el ejemplo llega a la gente, es la única verdad, la única realidad y en esto sí que las cuestiones sobrenaturales no cuentan: son cosas de tierra y sangre.

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Chizzo, cantante y guitarrista de la banda, manifiesta en cada grito y en cada punteo su pulsión rockera.
A través de los años, La Renga radicalizó su propuesta, ahora más cerca del hard rock que del blues.
 
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