ESPECTáCULOS

El teatro, la ciencia y la soberbia que impide pensar

Diego Cazabat dirige la compañía Periplo, que acaba de estrenar El dragón y su furia en el C. C. de la Cooperación.Una aguda exploración sobre la posibilidad de un cambio.

 Por Cecilia Hopkins

Una pareja de conferencistas espera en escena que el público tome asiento para comenzar su disertación. A partir del desarrollo del tema elegido –la evolución del mundo y el hombre–, los científicos se trenzan en una disputa a todas luces impulsada por la intolerancia y el egocentrismo, si bien sus pullas se mantienen bordeando los límites de la compostura. En estos términos transcurre El dragón y su furia, último montaje de la Compañía Periplo que dirige Diego Cazabat. Interpretada por Andrea Ojeda y Hugo De Bernardi, la obra puede verse los domingos en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) y los sábados en El Astrolabio Teatro (Gaona 1360), la nueva sala inaugurada recientemente por este grupo, creado a fines del ’95 por su actual director. En aquel momento, los integrantes de Periplo se reunieron en torno de la necesidad de generar un espacio de entrenamiento que redundara en la creación de un lenguaje común. Así, los actores comenzaron a trabajar sobre consignas físicas y vocales, actividad que los vinculó con otros grupos del exterior, interesados en sus métodos actorales. Con varios espectáculos premiados en el exterior, hoy la compañía realiza anualmente giras por Latinoamérica y Europa (El dragón... tuvo su función de estreno el año pasado en Copenhague). En su sede, el grupo recibe a artistas extranjeros para la realización de seminarios de formación y perfeccionamiento y, con vistas a expandir sus actividades pedagógicas, los integrantes de Periplo proyectan construir en breve un centro de trabajo y experimentación en la localidad cordobesa de Unquillo.
Inspirado en textos de Carl Sagan y Henri Bergson, el espectáculo pone de manifiesto, entre otros temas, “el daño que producen las situaciones de violencia consciente pero solapada que, en general, son aceptadas como una forma de funcionamiento social”, según analiza Cazabat en una entrevista con Página/12. Si el discurso científico atraviesa de punta a punta el montaje, La sabiduría del imbécil, de Gastón Meziéres (otro espectáculo generado en el seno de Periplo pero con la dirección de la misma Andrea Ojeda, que puede verse en la nueva sala del grupo), extrae sus temas de la ciencia ficción y encuadra a una humanidad exhausta que sobrevive en un paisaje de mareas tóxicas y ventiscas de uranio.
–¿Por qué en los últimos años el discurso proveniente de la ciencia interesa a teatristas y público?
–En realidad, yo sólo puedo hablar en relación con las motivaciones que tuvimos nosotros para realizar este espectáculo, aunque tal vez, también puedan aplicarse a otros casos. En nuestra búsqueda comprobamos que hay textos científicos que, por su nivel intelectual, a primera vista parecían carecer de toda teatralidad y que, sin embargo, sólo en apariencia estaban alejados de un registro cotidiano. Así se fue organizando un discurso que, por un lado, habla de la evolución de la vida y el origen del hombre y su desarrollo, y por el otro, de nuestra cotidianidad en el mundo. Según Sagan, “los acontecimientos más básicos y las cosas más triviales están conectadas con el universo y sus orígenes”. Y nosotros quisimos indagar en esa dirección.
–¿Cómo describiría el enfrentamiento que protagonizan los personajes?
–Mirta y André, cada uno a su modo, desarrollan un discurso inapelable, tendiente a resolver los problemas que aquejan a la humanidad. Ninguno de los dos tiene más razón que el otro: los dos exponen sus argumentos con una lógica de hierro y generan discursos que, en realidad, son complementarios. Pero las primeras muestras del enfrentamiento que se va a generar entre ellos se advierte ya desde un principio, frente al público, en su afán por imponerse y ganar protagonismo en detrimento del otro.
–¿Sobre qué están discutiendo, en realidad?
–Mirta advierte que la conciencia que ha desarrollado el hombre no constituye un momento cumbre en su desarrollo porque esa misma circunstancia puede volverse en su contra. André, en cambio, tiene una gran esperanza en el poder del hombre de cambiar las cosas. Los dos dan muestras de un discurso elevado, bien intencionado, pero la violencia, la soberbia, la competencia que sienten uno por el otro, el deseo de descalificar al colega hablan, en su conjunto, de la gran contradicción que padecen aquellos a quienes se les ha otorgado el poder de pensar por el resto de los hombres.
–¿En qué contexto se niega en la obra la teoría del fin de la historia?
–En la visión de los ’90 fue aceptada la existencia de un reordenamiento mundial por el cual las ideologías y las utopías ya no tenían cabida. Pero más tarde se hizo evidente que las contradicciones, en realidad, no tienen fin sino que, en todo caso, surgen y son canalizadas de otro modo. En el espectáculo está presente la idea de que el hombre ya ha alcanzado un nivel superior de conciencia y que se está a la espera de una definición acerca de qué hará con el bagaje cultural y teórico alcanzado. Y también se plantea la incertidumbre acerca del grado de responsabilidad que le cabe acerca de sus decisiones futuras.

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“El discurso científico parecía lejano de lo cotidiano.”
Cazabat lo acercó y lo usa dramáticamente en su obra.
 
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