ESPECTáCULOS › STEVEN SPIELBERG
“yo considero que el gobierno de bush esta siendo cuidadoso”
A punto de celebrar treinta años en el trono de Hollywood, el director de Tiburón habla de política: justifica el muro que levantó Israel en las fronteras con Palestina y, a pesar de definirse como demócrata, dice que los republicanos “están trabajando duro”.
Por AndrEs FernAndez Rubio *
En Amblin, su cuartel general en Los Angeles, un edificio que se inspira en las construcciones de adobe californianas y que se alza en el recinto de los estudios Universal, Steven Spielberg aparece vestido con jeans y una elegante camisa mil rayas; es muy delgado, lo que le hace aparentar menos edad de los 57 años que tiene. La entrevista se desarrolla en una habitación forrada de madera. La atmósfera es la de un camarote de barco del siglo XVIII o la de una hacienda en la selva destinada a alojar a Indiana Jones. Bajo las rústicas lámparas, el director que devolvió al público el placer puro de un cine infantil y popular despliega una cordialidad inalterable. Es el mismo que no acude a las pruebas con los actores para evitar amedrentarlos, y cuya capacidad para crear éxitos de taquilla le daría derecho a mostrarse como un ejecutivo pagado de sí mismo. Pero no parece que sea así, y contribuye a ello su defensa de Hollywood como una comunidad de artistas en conflicto con la obsesión por la rentabilidad. Spielberg transmite tranquilidad y mantiene la calma incluso cuando ataca a Peter Biskind, el autor de Moteros tranquilos, toros salvajes (Editorial Anagrama). En el libro, un retrato de los directores y actores de los setenta (Coppola, Scorsese, Lucas, De Niro, Pacino...) que lleva por subtítulo Cómo la generación del sexo-drogas-y-rock-and-roll salvó Hollywood, Spielberg aparece descrito de forma muy poco favorable, como el niño prodigio que tomó un camino diferente al de los demás, instalado en el sistema y cómplice de unos magnates que arruinaron la esencia del cine, un joven egocéntrico obsesionado por salir en los créditos, poco interesante y sin gran atractivo para las mujeres.
Ninguno de los miembros de aquella generación se mantuvo en la cúspide de la industria con esa obstinada persistencia y ese desmesurado talento. El año que viene se cumplen 30 años del estreno de Tiburón, cuya génesis y difícil rodaje son narrados en el libro de Biskind con entusiasmo. Encuentros del tercer tipo, E.T., Indiana Jones, Jurassic Park... Títulos que forman parte del imaginario colectivo, obras de un cineasta que contribuyó, según la crítica Pauline Kael, a reconstruir al espectador niño, abrumándolo con sonido y espectáculo, pero también eliminando la ironía y la reflexión crítica. Y el éxito de Spielberg no sólo ha sido como director; como empresario, fundó en 1994, junto a David Geffen y Jeffrey Katzenberg, la firma DreamWorks. Y ahora Spielberg disfruta del éxito de La terminal, con Tom Hanks y Catherine Zeta-Jones, sobre un turista de una imaginaria república balcánica forzado a instalarse durante semanas en el aeropuerto de Nueva York.
–¿Le gustan los aeropuertos?
–Siempre me gustaron. Me parecen mundos en miniatura. En las terminales internacionales coexisten todas las culturas y lenguas. La gente llega, se va, espera cuando los vuelos se retrasan, se queda atrapada por los temporales. Son un maravilloso foco donde todo se mezcla. Y ese reflejo de un mundo diverso, que ha estado en la base del sueño americano (aunque quizá esto se haya perdido), explica el cuidado que tuvimos a la hora de confeccionar el reparto. Quería que se notara que la película tiene las ventanas abiertas al mundo.
–Como usted mismo acaba de decir, probablemente esa edad dorada de la inmigración haya terminado.
–Sí, fue sustituida por la era de la sospecha, lo cual es tristísimo.
–¿No cree que el gobierno de Bush es en buena medida responsable de esa paranoia?
–A partir de algo tan horrible como el 11-S ya no se puede llamar paranoia, sino miedo justificado. Y lo importante es no llevar esos miedos justificados en la dirección equivocada, no empezar a investigar a las personas únicamente por el hecho de que nos producen temor, no detener a gente inocente con la esperanza de encontrar entre ellos algún culpable. En esto estoy en desacuerdo con mi gobierno. No me gusta la manera en que están siendo violadas nuestras libertades civiles en nombre de la seguridad interna.
–¿No cree que el gobierno de Bush está abusando del miedo al terrorismo islámico y menospreciando esa cultura?
–No. Considero que están siendo cuidadosos, que están trabajando duro para que no se extienda la idea de que todos los musulmanes son terroristas potenciales. Yo no soy partidario del gobierno de Bush, soy demócrata, pero, sinceramente, no creo que estén tratando de hacer ver que todos los musulmanes son malos.
–¿Cómo ve la situación entre Israel y Palestina con el gobierno de Ariel Sharon?
–Creo que israelíes y palestinos están en una encrucijada, en medio de un intercambio de fuego entre dos gobiernos extremos. Ambos están tomando decisiones sin que la tolerancia sea tenida en cuenta en ninguno de los dos bandos, lo que conduce a una situación de guerra activa. Creo de corazón que palestinos e israelíes son hermanos y hermanas nacidos para avanzar y permanecer juntos. Y sólo cuando los líderes y pacificadores hablen en vez de pegarse tiros, y un día se firme la paz, se habrá producido algún progreso. Pero el liderazgo está estancado, atrincherado en un lugar muy malo donde nadie quiere dar un paso adelante para iniciar las conversaciones de paz. Se estuvo a punto en Camp David con Barak y Arafat y la mediación de Clinton. Espero con optimismo que la paz llegue y que lo podamos ver.
–¿Cree que sirven de algo posiciones como la del músico argentino Daniel Barenboim, judío como usted, que viaja a Ramala a dar recitales e insiste en su compromiso con el diálogo?
–Por supuesto. Creo que cuando gente en desacuerdo, que no comparte los mismos principios, se reúne en una habitación para llorar junta porque les emociona una pieza musical, y luego la música cesa, se encienden las luces y todos comparten las mismas lágrimas, nace algo de la cultura que puede provocar un respiro.
–¿Qué opina del muro que se está levantando para separar los dos países?
–Lo único que puedo decir es que ojalá sea temporal. Se ha levantado como defensa contra los suicidas. Espero que sea temporal, pero pienso que es necesario.
–¿Pero no cree que la simple idea de un muro es algo terrible?
–Sí. El muro que dividió Berlín Este y Oeste. El muro que contuvo a los judíos en los guetos de Varsovia y Cracovia. Los muros son algo horrible. Pero todos los opresores de la cultura judía durante cientos de años conocen la causa del levantamiento de los muros. Los judíos se recluyeron en un muro hace 200 años en Polonia para su autoprotección. Y fueron recluidos entre muros por los nazis en los años treinta y cuarenta. Considero que es terrorífico para los israelíes el mero hecho de tener que concebir un muro. Pero hay unos determinados pasos necesarios para la autodefensa y creo que, lamentablemente, éste es uno de ellos. Espero que en algún momento, con la paz en marcha, ese muro se derribe.
–El próximo año es el 30º aniversario de Tiburón. Treinta años en los que ha trabajado sin pausa y con gran éxito. ¿Cómo ve en retrospectiva su carrera en Hollywood?
–Tiburón fue mi Vietnam, aunque esta comparación pueda no ser muy apropiada. Lo digo con toda la felicidad que me produjo su éxito, que me dio libertad para hacer cualquier película que quisiera a partir de ese día. Recaudó tanto dinero que tuve la oportunidad de convertirme en un artista. Pero, eso sí, conseguir llevar esas imágenes al cine fue la peor pesadilla que viví en toda mi carrera. Nada se acercó ni por asomo.
–¿Por qué?
–Porque trabajar en el océano con un tiburón mecánico es demencial. Yo era lo suficientemente joven como para estar loco y lo suficientemente inocente como para pensar que podía conquistar todos los elementos de la naturaleza. Y la naturaleza me siguió el juego durante 155 días de rodaje y ganó. Y yo perdí. La naturaleza me venció, y sólo el hecho de que la película tuviera finalmente éxito me permite reclamar la victoria de la guerra, pese a haber perdido todas y cada una de las batallas.
–¿Lleva usted treinta años en Hollywood en batalla contra otro tipo de tiburones?
–No. La fama de Hollywood es que está lleno de tiburones, pero no es cierto. En Hollywood hay mucha gente que adora contar historias, hacer películas, hacer dinero, descubrir nuevos talentos y ser competitiva al mismo tiempo que creativa. Hollywood en conjunto no enseña los dientes de un tiburón, aunque haya determinados individuos que sí lo sean. En su mayoría, Hollywood es una comunidad creativa y progresista de individuos liberales y brillantes.
–Usted comenzó en televisión; cuando ahora ve series como Sex and the City, Six Feet Under y Los Soprano, ¿no le parece que la creatividad del cine estadounidense se ha refugiado ahí?
–Sí, es cierto, la creatividad está ahí. Pero no todo el mundo tiene la misma capacidad creativa. Y los estudios han de hacer muchas películas al año muy diferentes, y no todo puede ser Los Soprano ni ER ni Friends.
–¿Pero no cree que la industria está atrapada en la obsesión por la taquilla, por los rendimientos comerciales?
–Yo no. Quizá Hollywood sí, pero yo no me siento así. Mire, Hollywood es un proyecto empresarial que empezó con mucho más idealismo del que tiene ahora, eso es cierto. Y también es cierto que empresas enormes que desconocían cómo hacer películas o programas de televisión compraron, dinero en mano, a esa comunidad creativa llamada Hollywood. De manera que la América empresarial trata de administrar la América creativa. Pero no funciona. Somos adultos, podemos autocontrolarnos, tomar decisiones acertadas y creativas; mientras esa América empresarial se mantenga aparte de la creativa, aumentarán las posibilidades de continuar teniendo éxito.
–Cuando dice que no se considera atrapado por los rendimientos de taquilla, no puedo evitar preguntarme ¿está siendo sincero?
–Bueno, yo llevo un negocio, y desde luego tengo un compromiso de negocio en DreamWorks, y hay que hacer una serie de películas para no ahogarnos. Insisto en que no todas las películas tienen que ser Belleza americana. Tenemos que hacer películas que yo no elegiría para dirigir, pero que están calculadas para el placer de las multitudes. Y ésa es la mitad de mi vida, la empresarial. En la otra, como cineasta, creo que soy muy fiel a mí mismo. Sólo hago la clase de películas que deseo hacer, sin necesidad de pensar en el público ni en el éxito. Dirigí Amistad, que no hizo dinero, o Rescatando al soldado Ryan, que pensé que no iba a dar nada y ganó una fortuna, pero sin que yo me lo planteara, fue simplemente un resultado feliz. La verdad, vivo muy cómodamente con esta doble personalidad.
–¿Qué lo motiva a la hora de aceptar un proyecto como director?
–Como E. T., tengo una luz dentro del corazón. Cuando esa luz brilla, digo sí y dirijo una película. Y puedo estar desarrollando siete ideas al mismo tiempo, pero esa luz sólo aparece con una de ellas. Cuando conocí a mi mujer, Kate, me enamoré, y no me paré a pensar: “Quizá podría sentir algo por ella si la veo unas cuantas veces más”. Me enamoré de ella por encima de lo racional. Y, también como director, cada elección que hago está más allá de la razón. Es algo que no controlo.
–En la revista Première ocupa el puesto número 2 de la lista de las personas más poderosas de Hollywood (en la lista anterior era el número uno y ha sido desbancado por Steve Jobs y John Lasseter, de los estudios Pixar de animación). ¿De verdad se siente usted tan poderoso?
–La única lista en la que creo es La lista de Schindler.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.