EL BAúL DE MANUEL
Colonia o nación. Obra pública
Por Manuel Fernández López
Colonia o nación
La Argentina se ha convertido, con el correr de unos pocos años, en exportadora de un puñado de materias primas –soja, petróleo, cuero, madera, lana sucia, etc.– y en importadora de manufacturas extranjeras de todo tipo. Al mismo tiempo, es un país con importante desempleo, el cual es responsable de que la mitad de su población se vea pobre e indigente. En resumidas cuentas, hemos vuelto a lo que don Raúl Prebisch llamó en 1949 “aquel pretérito esquema de la división internacional del trabajo” en el que “a la América latina venía a corresponderle, como parte de la periferia del sistema económico mundial, el papel específico de producir alimentos y materias primas para los grandes centros industriales”. ¿Fue ése el proyecto de los fundadores de esta patria? Rotundamente no. Manuel Belgrano, que años antes de 1810 había reclamado, como secretario del Consulado, “la plena libertad de la concurrencia” en el comercio interior y exterior, al producirse el 25 de Mayo de 1810 –que él mismo promovió con un grupo de patriotas– se incorporó de lleno al nuevo gobierno y trazó un nuevo proyecto nacional. Era “mi deseo –expresó– que formásemos una de las naciones del mundo”. El 8 de septiembre de 1810 publicó en su periódico, el Correo de Comercio, la parte relativa al comercio exterior del proyecto de una nación nueva. Belgrano no necesitó más que recordar el caso del Reino de las Dos Sicilias, invadido y sometido a los dictados del imperio austríaco, que lo mantenía en el atraso en sus instituciones y desarrollo económico. Fue entonces que Antonio Genovesi aconsejó un programa de nueve puntos sobre el comercio exterior. El quinto fue transcripto por Manuel Belgrano en estos términos: “La importación de mercancías que impiden el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas, y de su cultivo, lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación”. Al consumir una manufactura extranjera perfectamente producible en el país, se le da ganancia al empresario del exterior y empleo y salario al trabajador extranjero, y pierden oportunidad de trabajar y ganar los obreros locales. Sesenta años atrás, en 1944, un ferviente seguidor de Raúl Prebisch, el ingeniero Francisco García Olano, cuyo pensamiento merece recordarse, escribió: “Ningún país sin industria es grande; todo país esencialmente agrícola ganadero no supera el estado semicolonial”.
Obra pública
Hoy se menea el recurso de la “obra pública” como remedio al desempleo. Sin embargo, los viajes de políticos exceden ampliamente el número de obras públicas. La primera vez que se pensó en este recurso para salir de la recesión fue poco después de estallar la guerra en Europa, en 1939. Recordando la Gran Guerra de 1914-18, que cortara suministros y cerró mercados de ultramar, se previo gran dificultad para exportar, y por lo tanto una recesión local. Entonces el ministro de Hacienda (Pinedo) encomendó al gerente del Banco Central (Prebisch) diseñar un plan. Prebisch reunió su equipo, formado por Ernesto Malaccorto (1902-’91), Máximo Juan Alemann (1901-86) y Guillermo Walter Klein (1899-1986), para trazar un Programa de reactivación de la economía nacional, que diera “al movimiento económico el ritmo que conduzca al más alto grado de ocupación”. La economía argentina dependía fuertemente de sus exportaciones para generar divisas, importar y pagar servicios financieros al exterior. Una reactivación “global”, con exportaciones en baja, provocaría importaciones insostenibles en el tiempo y un saldo negativo en el ingreso de divisas. Prebisch, en lugar de apuntar a un proceso keynesiano de expansión del gasto global, ideó un proceso sectorial, expandiendo un sector predeterminado, que concentraría el esfuerzo público y privado: aquél con mayor capacidad expansiva interna, medida por su alto empleo de mano de obra, y menos creador de “fugas” por importación de insumos extranjeros. Tal actividad resultó la industria de la construcción. Ella movilizaba decenas de gremios: en conjunto ocupaba 150.000 personas, más 60.000 en ramas inmediatamente conexas. El valor de las obras, unos m$n 630 millones, se descomponía en 32 por ciento de salarios de obreros ocupados directamente en la construcción, 33 por ciento en materiales nacionales y 28 por ciento en materiales extranjeros. Esta última cifra medía al sector en su conjunto, pero bajaba mucho para el subsector construcción de viviendas modestas, y aun podía reducirse a favor de los materiales nacionales. Las “fugas” por importación podían comprimirse construyendo viviendas modestas de “edificación simple y costo moderado, con empleo casi exclusivo de materiales nacionales”. El plan, presentado ante el Senado por el doctor Pinedo en diciembre de 1940, fue rechazado y nunca se aplicó.