BUENA MONEDA
Cada diez años
Por Alfredo Zaiat
Es posible que sea un tema que a esta altura sature, o en todo caso agote cuando se reitera una y otra vez la misma forma de abordar la cuestión como si fuera una lotería. El numerito a acertar en esa polla es el del porcentaje de aceptación que tendrá la oferta argentina de canje de la deuda en cesación de pagos. Y tienen razón aquellos que están hartos de escuchar o leer sobre esa negociación si se la reduce a una mayor o menor cantidad de acreedores defolteados interviniendo en el proceso de trueque de papeles. Más aún cuando los voceros del sector financiero local e internacional reclaman un “esfuerzo” más. O sea, pagar vía efectivo o por una mejora de las condiciones de emisión una suma adicional, mientras que el Gobierno asegura que no se moverá de la Propuesta Buenos Aires mientras le realiza ajustes para hacerla más atractiva. El tema de la deuda puede ser cansador, y en los hechos lo es, cuando se repiten comportamientos que, conociendo la historia reciente, no rompen con una lógica financiera que, se sabe, no favorece al más débil.
Precipitado el proceso de endeudamiento creciente con la dictadura militar, las crisis de la deuda se han detonado cada diez años. En 1982, la moratoria mexicana puso en alerta al sistema financiero internacional, que reaccionó con generosas refinanciaciones a los dos líderes de la región (México y Brasil). Desactivó de esa forma un incipiente proyecto de conformar un club de deudores, iniciativa que reunía a once países que se habían convocado en junio de 1984 en la ciudad colombiana de Cartagena. El objetivo fue logrado: los países endeudados patearon para adelante el problema con reestructuraciones de sus pasivos externos, mientras que los bancos siguieron con su negocio. Vale la pena recordar, para algún despistado, que para el sistema financiero lo más importante es cobrar los intereses de la deuda y no su capital, porque de esa forma mantiene su negocio: sin deuda no hay intereses a cobrar y, por lo tanto, ganancias a contabilizar.
Diez años después, en 1992, el Plan Brady vino a salvar a los principales bancos internacionales que tenían en sus carteras créditos de difícil cobrabilidad, lo que los obligaba a aumentar sus previsiones y, así, sus pérdidas por eventuales incumplimientos. Mediante la capitalización de deuda, que en la Argentina adquirió niveles elevados en el proceso de privatización de empresas públicas, y el canje de papeles, esa crisis de la deuda fue también superada. La meta también fue alcanzada: los vencimientos fueron postergados brindando oxígeno a gobiernos asfixiados por el peso del endeudamiento, al tiempo que los bancos lograron reducir la elevada exposición en esos “clientes incorregibles”. Esas entidades consiguieron desprenderse de ese lastre porque esos créditos incobrables fueron transformados en bonos del Plan Brady. Papeles que empezaron a distribuirse en el mercado entre miles de inversores, quedando así difusa la figura del acreedor externo, que asumió varias caras.
Como si fuera un plazo predestinado, o en todo caso un período necesario para que se borren las huellas de la crisis de la memoria colectiva, diez años más tarde, en 2002, estalló otra más. En este caso la negociación para su superación se ha revelado más compleja que las anteriores por factores que hacen a la propia dinámica de ese perverso juego. La deuda aumentó, como si fuera una bola de nieve, por esa práctica tan liviana de patear el problema para adelante. Y los actores son muchos más y han asumido roles diferentes. Ahora, del mismo modo que lo hicieron los bancos acreedores con el Brady, el Fondo Monetario quiere bajar su exposición crediticia con la Argentina porque se dio cuenta de que resulta muy vulnerable, como lo eran en los ‘80 esas entidades financieras. Se ha erigido, entonces, en acreedor privilegiado y va cobrando sin quita el capital de la deuda, y aspira a seguir con ese saldo neto favorable en lospróximos años, más allá de los deseos del Gobierno de acordar una refinanciación de los vencimientos.
La semana pasada, en esta misma columna, se mencionó que quedar atrapado por la lógica financiera, para un país pequeño de insignificante importancia en el comercio mundial, con escaso apoyo de las naciones consideradas aliadas y casi nula consideración en el concierto internacional, resulta una batalla desigual. Una opción era plantear la cuestión en el terreno político. Porque la deuda es fundamentalmente un tema político, y no financiero, si se quiere evitar la trampa de esa lógica de debilidad en la negociación con el acreedor. En esta semana un grupo de 16 legisladores dieron el primer paso para eludir esa celada: impulsan un proyecto de ley para declarar “odiosa” a la deuda pública externa contraída por la dictadura militar y, por lo tanto, considerarla ilegítima.
No es conveniente generar una expectativa desmedida sobre el resultado de la actual negociación de quita de la deuda en default. El stock de deuda, a junio de este año, asciende a unos 181.000 millones de dólares. En el mejor de los casos, tomando en cuenta que se aceptara un improbable ciento por ciento la Propuesta Buenos Aires (que en realidad tendrá ajustes que la harán un poco más onerosa para el país), la deuda se reducirá a poco más de 131.000 millones de dólares. Monto que luce como una mochila bastante pesada. Y, además, observando el flujo de vencimientos futuro de la nueva deuda se detecta que, luego de un leve respiro en los primeros años, en 2010 se verifica un salto importante en las necesidades financieras para hacer frente a los pagos de capital e intereses.
¿Qué pasará dentro de diez años?
Imagínese a un judío observante viendo a su hija única casándose con un no judío, golpeándose el pecho y con rostro afligido mascullando Oi veis mir (Oh Dios mío).