ESPECTáCULOS › EL DELANTAL DE LILI, DE MARIANO GALPERIN
El cocinero sufrido
El director Mike Hodges, que a comienzos de los ’70 había debutado con la emblemáticamente dura Get Carter, vuelve a entregar un film noir seco y despiadado. Por su parte, Mariano Galperín logra resucitar al grotesco naturalista argentino con la comedia dramática El delantal de Lili, en la que se luce Luis Ziembrowski.
Por Martín Pérez
Un cocinero pierde su trabajo. El restaurante en el que trabaja desde hace años ha decidido rebajar la calidad de su cocina y no necesita más de sus servicios. Sin trabajo, el hombre no puede pagar la hipoteca de su casa. Con la ayuda de su mujer, intenta vivir de changas, vender choripanes puerta a puerta, alfajores de maicena. En un inconsciente arrebato, su mujer gasta sus pocos ahorros comprando un lote de recipientes herméticos de plástico. La crisis la ha desequilibrado emocionalmente, y su esposo la envía con sus hijos a pasar una temporada con sus padres. En la más absoluta soledad, con la luz cortada y el cobrador acechándolo, el cocinero decide echar mano a lo único que tiene: una oferta de trabajo como mucama, que su mujer no puede aceptar por su estado de salud. Ramón se vestirá de mujer, se hará pasar por Lili y se aferrará al único trabajo que ha podido conseguir.
Con semejante historia, con la que Aki Kaurismaki haría quizás otra Drifting Clouds, Mariano Galperín por momentos logra llevar a buen puerto esa suerte de grotesco naturalista del cine argentino contemporáneo más teatral y bizarro. Un cine por lo general morcilleado y orgullosamente atado con alambre, en el que un actor como Luis Ziembrowski parece sentirse muy cómodo. Sin embargo, cuanto menos exagerado es el relato de la supervivencia de Ramón y Lili, cuanto menos se hurga en una herida que de por sí es profunda, es cuando más se puede disfrutar del relato de El delantal de Lili, tercer opus de un realizador con altibajos como lo es Galperín, cuyo currículum es intachable sólo a la hora de hablar de la fotografía. Hay que recordar que diez años atrás, su fallida ópera prima 1000 Boomerangs supo funcionar –junto a Rapado, de Martín Rejtman– como una suerte de prehistoria del luego llamado Nuevo Cine Argentino. Pero su siguiente trabajo, la claramente bizarra Chicos ricos, casi no dejaba lugar para la esperanza.
El delantal de Lili es antes que nada una historia de amor, la del sufrido Ramón con la inestable Lili. Ese amor tiene como escenografía una sociedad que se va pauperizando, pero es un escenario que a fin de cuentas parece funcionar sólo como recurso para justificar que Ramón termine aceptando vestirse de mujer. La decadencia de las vidas de Lili y Ramón, sin embargo, recorre con gracia (con ese grotesco que busca una coartada naturalista antes de refugiarse en lo bizarro) el arco que lleva al delantal del título, que lucirá el ex cocinero no sin cotidiano sufrimiento.
Con ajustadas actuaciones de Ziembrowski –sin él, justo es decirlo, no habría película– y Paula Ituriza (en su debut cinematográfico), la caída recorrerá enredos propios de Almodóvar. Pero el alcohol en el que se refugia el sufrido ex cocinero travestido en mucama cama adentro refleja las indulgencias de un relato cada vez más episódico y subrayado, que parece no saber por dónde avanzar y cae en sus peores vicios. Hasta desembocar en un final apurado y, ciertamente, atado con alambre. Pero que permitirá un epílogo digno del único tema de la ajustada banda de sonido cantado por el propio Andrés Calamaro.