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Utopías materiales

Por fernando d’addario

La imposición mediática de la llamada “iglesia electrónica” alteró la modorra espiritual del televidente medio, invitándolo a optar por alguna de estas alternativas: la indignación bien pensante o el divertimento cínico. Los pastores –especialmente los brasileños– consiguieron el milagro de fe más difícil después de la multiplicación de los panes: ateos y católicos se unen para insultarlos, mientras un puñado de freaks y nihilistas dados vuelta aplauden noche tras noche la puesta en escena del shopping religioso. Debe notarse aquí que las dos opciones –la urticaria racional y la reivindicación bizarra– excluyen de su mira a los actores protagónicos, aquellos que alimentan esta industria del entretenimiento sanador: los miles de desesperados que acuden a estas iglesias en busca de una última inyección de esperanza, después de haberlo perdido todo.
El método esotérico-teatral que emplean estos ciclos televisivos induce a creer que esa catarata de desgracias derramadas sobre una misma familia (casi estereotipadas en su fatalidad: el padre golpeador y desocupado, la hija rockera y drogadicta, el pibe chorro) se debate en un torbellino ficcional, de hiperrealismo mágico. Pero esas historias –y aun peores–están allí, agazapadas en cualquier esquina del conurbano, esperando el trágico final anunciado o un cambio milagroso en el guión divino. Y aquí empiezan a trastabillar las certezas racionales y las convenciones religiosas: a veces, esta suerte de “inversión mística” (en términos de dinero y de entrega de expectativas y sueños) da resultado. Una vida destrozada se convierte –por imperio de la sugestión, del Espíritu Santo, de la coerción carismática de los pastores o de quién sabe qué– en una existencia más soportable, la energía negativa se positiviza y hasta el pibe chorro larga los fierros y consigue trabajo, en nombre del Señor. El programa Momento empresarial, producido por la IURD (ver nota principal), transita la misma lógica del ultimátum sobrenatural que caracteriza a Pare de sufrir, aunque con una trampa en el target: no parece estar dirigido a empresarios típicos, sino a buscavidas con inquietudes de redención material. Tal vez no consigan el cielo, quizá cambien el auto.
Desde el más puro pragmatismo, el diezmo que el nuevo creyente aporta para la cuenta bancaria del “obispo” es insignificante frente al optimismo de la voluntad fanatizada. La mentira metafísica y la estafa económica estarían, en este caso, justificadas por el acceso a un beneficio palpable.
La Iglesia Católica despotrica contra los pastores truchos pero estancó a sus fieles en una ética de la resignación consoladora, que sólo admite recompensas en una ilusoria vida futura. La clase media desprecia a los mercaderes de la fe y gasta sus dólares pesificados en los divanes de Villa Freud. La izquierda, frente al avance de estos peculiares entrepreneurs brasileños, ha llegado a extrañar la sobriedad de aquel “opio de los pueblos”, que al menos estaba representado por una institución hecha y derecha. Pero en estos tiempos de “modernidad líquida” no se le puede atribuir al evangelismo televisado el papel de dique contenedor de la energía revolucionaria del pueblo, porque no hay ninguna revolución a la vista. Para miles de argentinos, si no los salva la mano de Dios, aquí y ahora, la utopía más realizable es la adjudicación de un Plan Trabajar.

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