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Francella se consolida como el actor de la excitación permanente

En su regreso, el cómico volvió a poner en pantalla un maratón de obsesiones sexuales, con algunas referencias a la actualidad.

 Por Julián Gorodischer

El pícaro siempre está pensando “en eso”. Tiene asignadas algunas acciones obligadas: mirar la cola de las bailarinas y sonreír con complicidad a la cámara, sugerir atracción por la cuñada, volver a entusiasmarse con una lolita, como el año pasado con Julieta Prandi, y asistir, en el papel de médico, a una mujer con “botella incrustada en el trasero”. Maratón de obsesiones sexuales o ideas fijas, canto al trazo grueso, “Poné a Francella” (sábado a las 21 por Telefé) tiene un telón que no se levanta como en el teatro de revista, pero sí se descorre con el control remoto. Devuelve la tele a los ‘80, al tiempo del sketch titulado, guión con remate fácil e intervalo con número “artístico”. Deliberadamente anacrónico, Guillermo Francella reclama título de capocómico, alterna el paso de baile con la comedia sexual y agrega mención a la actualidad (cajeros automáticos y corralito) para no pasar por desentendido.
Francella, o Guille, está siempre excitado, emoción que se manifiesta a través de caminos sinuosos. La guian dos consignas clave, que poco tienen que ver con el horario familiero: engaño e ilegalidad. Con Juli (Julieta Prandi), de 14 o 15 años, instaló, en el 2001, la seducción a la bebota. Frente a los embates de la lolita, Francella opuso marcación genital con la mirada y guiño cómplice. Ahora reproduce el juego en “Cuidado, Hospital”, a cargo del cuidado de Verónica (Claudia Albertario), hija de su jefe. “Tu padre te dejó en mis manos”, dice Guille, se babea, se enrojece, notoriamente excitado, y transgrede un cierto orden de las cosas. Hacer lo que no se debe, o pensarlo, es el recurso que el pícaro maneja con eficacia.
Si la legalidad del hospital consiste en atender, curar, cumplir un sacerdocio, el pícaro desconoce el régimen: patea un enfermo, que está tirado en el piso, para que no interfiera con la conquista, y aprovecha un caso (mujer con botella incrustada) para calentarse. Sus colegas avalan la jugada, y el equipo, entonces, ironiza con la paciente, menos preocupados por solucionar el tema que por atender a la calentura. Otra vez, como en casi todos los gags del programa, Francella combina máscara de ingenuo con herencia de la tradición “Cureta”. Hace humor operando siempre por la negativa: no ser fiel, no decir la verdad, no cumplir con las reglas. La mirada a cámara, que corona cada transgresión, celebra el gag e interpela al espectador: ¿acaso a vos no te pasa?
“Pero qué locura, por Dios”, dice Francella en “Cuñados” (el sketch más fuerte del nuevo ciclo) y reinstala al pícaro en el territorio de la trampa. Si su mujer le pide que reciban a su cuñada en la casa, porque quedó atrapada en el corralito, él fingirá sorpresa y enojo, pero terminará entregado al juego de seducción. Francella vuelve, junto con Andrea Frigerio como la cuñada, a lo que mejor le sale: engaño a la esposa y coqueteo con la recién llegada.
Como en el teatro de revistas, Francella engalana los tópicos sexuales con noticias frescas: estrena monólogo político, como Tinelli en su programa, a tono con la proliferación de editorialistas, y hace el racconto de los últimos cinco meses “de locura”. Después, en un par de sketches, aludirá al corralito y a la pesadilla del cajero automático, catarsis rápida que, enseguida, deja paso a lo que realmente importa: lecciones para seducir a la cuñada, la lolita, la jefa (en la continuación de “Sambusetti”). Para que no decaiga, las vedettes emplumadas invaden la ficción con su paso de baile y llevan al capocómico de uno a otro espacio. Guille les mira la cola, se entusiasma, y ya está listo para comenzar con la rutina del sketch titulado. La lolita lo provoca, y él apela a una de sus frases típicas, de vocal final dilatada y pronunciación con énfasis: “Me van a enfermar”.

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“Poné a Francella” va los sábados a las 21 por Telefé.
 
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