ESPECTáCULOS › FRANCISCO ALONSO, “PERSONAJE” DE “¿QUIEN MATO A ROSENDO?”
“Walsh era muy dulce y compañero”
La noche del 13 de mayo de 1966, cuando salvó su vida en un tiroteo, lo marcaría para siempre: su testimonio sería luego fundamental para la investigación periodística que culminó en un libro notable. En esta nota, Alonso cuenta detalles de su relación con el escritor.
Por Enrique Arrosagaray
“¿Yo? ¿Un personaje de Rodolfo? No, yo no soy ningún personaje, yo soy de carne y hueso.” El hombre se ríe sobre la mesa del café y desprecia eso de “personaje”, pero en el plano que Rodolfo Walsh elaboró para graficar su investigación concentrada en su libro ¿Quién mató a Rosendo?, figura con la letra A y es uno de los siete ubicados en torno a una mesa de la confitería La Real, en la que quedarían dos muertos. La noche del 13 de mayo de 1966 se mantiene fresca en la memoria de Francisco Alonso, la pizza, el moscato y los tiros. Y ese tipo que empuñaba un arma y apuntaba hacia él desde otra mesa. “Es cierto lo que escribió Rodolfo: cuando vi que Vandor apuntaba hacia mí, me tiré a la izquierda, al suelo, me choqué con Rolando y con Imbelloni que estaban peleando y también es cierto que en ese momento metí alguna piña. ¡Volaban los cuetazos! Y rajé por la puerta de Mitre.”
Walsh cuenta en el capítulo 8: “Perdí la noción de todo –dice Alonso–. Corrí hacia la puerta de Mitre. Cuando iba corriendo sentí un golpe en la pierna, pensé que estaba herido”. Hoy lo ratifica y hasta se acuerda de la suela de goma en la que golpeó una bala que venía rebotada vaya a saber de qué pared, y del calambre que sintió. Se creyó herido. También recuerda que a los segundos volvió a entrar y que les dijo a los muchachos, al ver a su amigo, que no lo sacudieran más al Griego porque ya estaba muerto. Según su partida de defunción, moriría al rato, a la 0.40 en el Hospital Fiorito, como consecuencia de “una herida de bala en el tórax”. Domingo “El Griego” Blajaquis ya había muerto un poco, años antes, cuando la dirección del Partido Comunista lo echó de sus filas, pero revivió cuando se vinculó a John William Cooke y a un grupo de muchachos obreros, con los que trató de limar las asperezas inútiles entre militantes de base, peronistas, y un obrero e intelectual marxista como era él. “No, claro, Rodolfo no pudo conocer al Griego, pero estoy seguro que le hubiera gustado conocerlo y ser su amigo. Y seguro que a los dos les hubiera encantado compartir una partida de ajedrez, porque El Griego era también un loco por el ajedrez, además de químico y putañero.”
Alonso no puede evitar la risa y aclara: “El Griego fue de los primeros que hizo y colocó caños por acá, en los días de la resistencia. Una vez llevó uno envuelto en una media de mujer y al otro día la policía andaba diciendo a los diarios que los terroristas poseían modernos explosivos plásticos”, y sigue festejando la hazaña de Blajaquis.
Ahora Francisco Alonso es un hombre a punto de abandonar sus cincuenta y tantos. Lo que no abandona es su ciudad, Avellaneda, y la militancia política, sin poder evitar ser un referente, sobre todo, de los peronistas a los que no les alcanza el discurso oficial. Los recuerdos de Walsh tampoco lo abandonan. Tiene claros los rasgos de ese periodista que trató a partir de mayo del ‘68, cuando lo conoció en la casa de Villaflor, su amigo y compañero de andanzas. En aquel otoño Walsh venía de ser jurado en Cuba y de entrevistarse con Perón en Madrid pocas semanas antes. Y en Buenos Aires para marzo de ese año se vincula a la naciente CGT de los Argentinos, la del gráfico Raimundo Ongaro. Alonso recuerda a Walsh como “uno más”, siendo esto un elogio en su escala de valores. “Vestía sencillo, anteojos gruesos, serio, se movía en bondi y si no recuerdo mal, andaba siempre con esos grabadores grandotes que tenían una correa para llevarlo desde el hombro.”
Walsh conversó mucho con los muchachos de La Real y así como rápidamente le creyó a Juan Carlos Livraga, “el fusilado que vive”, para encarar y construir su Operación Masacre durante el ‘57, también creyó de manera fulminante en que estos muchachos no habían tirado un solo tiro porque no portaban ni un escarbadiente. Y porque su amigo “El Bebe” Cooke y Alicia Eguren se lo habían dicho. Luego comprobó cada detalle incluso por la propia boca del “Beto” Imbelloni, uno de los agresores. “Rodolfo vino varias veces por la casa de Raimundo, charlamos, preguntaba, anotaba, pero también se daba el tiempo para quedarse y charlar de todo y por eso algunas veces hicimos algún asadito en el fondo.” El fondo de los Villaflor, una clásica casa chorizo de madera y chapa por la calle Pasteur, en Sarandí, era el de la casa de Don Aníbal, a quien Walsh le dedica varias líneas en el segundo capítulo de este libro. Don Aníbal resulta ser para la mirada de Walsh, algo así como el estereotipo del peronista del cuarentaypico, y su hijo Raimundo se le aparece como un digno descendiente, sobre todo por su honradez material e intelectual, tan de base, tan peronista y un revolucionario práctico. Tal vez uno de los rasgos que más vinculó a escritor y “personaje” –referido en este caso a Raimundo Villaflor– haya sido el ascetismo de ambos, al límite de la ingenuidad. “Rodolfo se hace muy amigo de Raimundo”, asegura Alonso sin una pizca de celos y se extiende: “Es que Rodolfo aprendió mucho de Raimundo porque era un tipo muy inteligente y muy valiente, y también de nosotros aprendió”. Y sigue: “Alguna vez, en esos días, mientras armaba su investigación sobre lo de La Real, fuimos también al derpa de él, creo que a cenar y a charlar –escarba en su memoria y le vienen algunos datos más o menos claros–. Me acuerdo que esa noche la esposa de Rodolfo, una mujer muy linda, tocó la guitarra y cantaba una canción de un revolucionario chileno... ¿Manuel Rodríguez, puede ser?”.
La vinculación de Walsh a la política orgánica aparece a partir de su relación con el llamado “grupo Villaflor”. Poco antes se le llamaba también “grupo Avellaneda de la A.R.P.” (Acción Revolucionaria Peronista) que “era una fuerza que dirigía el gordo Cooke, a quien nosotros queríamos y admirábamos mucho”. “La primera etapa de la militancia de Walsh la hicimos juntos, por eso digo que él aprendió mucho de nosotros”, dice sin la más mínima soberbia. Y resume: “Porque lo que no se dice nunca es que Rodolfo era un hombre muy dulce, también muy compañero y muy revolucionario. Como escritor, incomparable. Pero como hombre, era un tipo muy dulce” –subraya una y otra vez este “personaje” de Walsh que se niega a ser sólo eso aunque hay una cuota de orgullo que no esconde.