ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON JUAN CARLOS PORTALUPPI
Múltiples caras de un actor que va de la risa al drama
Se hizo conocido como el Dominichi de Vulnerables. Ahora actúa en una obra de Copi y en otra de Javier Daulte.
Por Cecilia Hopkins
“En aquel momento yo estaba solamente para hacer el Martín Fierro”, se ríe el actor Carlos Portaluppi cuando recuerda sus inicios en la actuación. Nacido en la ciudad correntina de Mercedes, sus primeros maestros (Lito Cruz, Martín Adjemian y David Di Napoli) le recomendaron que trabajara su dicción con vistas a perder su acento provinciano. Para ese entonces ya había decidido dedicarse por completo al teatro, para lo cual abandonó La Plata y la carrera de arquitectura, en el cuarto año. Pero si bien sus primeros trabajos los hizo en producciones prestigiosas tanto del off como del teatro oficial –protagonizó una muy destacable versión de Ubú Rey, bajo la dirección de Pablo Ponce e integró el elenco de dos puestas de Augusto Fernandes, La gaviota, de Chejov, y El relámpago, sobre textos de Strindberg–, fue a partir del personaje que le tocó en Vulnerables (un farmacéutico que tenía un insólito affaire con su propia suegra) que tomó contacto directo con el público: “Hasta hoy me recuerdan en el papel de Dominichi y me siguen haciendo chistes”, afirma.
Pero, si bien ahora revista en el elenco de Hombres de honor a cargo de “uno de los personajes oscurecidos por el delito que, aunque mafiosos, también muestran un costado humano” y aparece en la recientemente estrenada película de Enrique Piñeyro Whisky Romeo Zulu (como uno de los copilotos del protagonista), el teatro continúa siendo el canal expresivo que el actor prefiere en tanto le da la oportunidad de ahondar sobre sí mismo: “Conocerme y jugar con mi cuerpo como instrumento de expresión para apropiarme de experiencias de otros, eso es lo que me gusta de la actuación”, define.
Desde el año pasado, Portaluppi interpreta un destacado rol en la puesta de Javier Daulte de su obra Nunca estuviste tan adorable (del ciclo Biodramas) que está en cartel en el Teatro Sarmiento. Allí asume el papel del taciturno mecánico que oficia de contracara del dicharachero mundo femenino que marcó el entorno infantil del propio autor. Por otra parte, llama la atención la actividad teatral que despliega desde 1999 junto a (H)umoris Dramatis, “un grupo finisecular al cual pertenezco desde que fue creado, desde donde entremezclamos drama y humor, porque encontramos interesante ponerle un acento humorístico hasta a las historias más penosas y buscarle el costado patético a una situación seria”.
Dirigido por Guillermo Ghio, integrado también por Marcos Montes, el grupo invita a otros actores cada vez que lo requiere una puesta. Para festejar los cinco años de su formación, algunos de sus trabajos pueden verse en el Teatro Anfitrión (Venezuela 3340).
Basado en Acto sin palabras I y II de Samuel Beckett, la puesta de Beckett argentinien (los lunes a las 21) presenta a un supuesto arquetipo vernáculo (interpretado por el propio Portaluppi), el cual debe permanecer encerrado en un espacio de cuatro metros por cuatro, manipulado por un científico alemán a quien el personaje no ve. El protagonista –“una suerte de conejillo de Indias que reacciona en forma mecánica a la violencia”– recibe de su captor una serie de estímulos con el objeto de realizar una investigación acerca del comportamiento general de su especie. Según define el actor, “la falta de respuesta es decepcionante para el científico: el argentino toma mate, piensa un poquito, le reza a una virgen y se va a dormir”. Encerrado en un ciclo autista, finalmente el personaje reacciona de manera esperable si se considera que el grupo estaba “trabajando en plena debacle del país, en un momento en que el maltrato generalizado originó un acto revolucionario que la gente echara a su presidente. De ahí el paralelismo que se puede establecer con la conducta de este personaje”. La última propuesta del grupo que dirige Ghio es un estreno nacional: El homosexual o la dificultad para expresarse, de Copi, que puede verse los sábados a las 24, con un elenco que integran, además de Montes y Portaluppi, Catherine Biquard y Leandro Puerta. Más allá del delirio humorístico que desarrolla la pieza, el actor considera: “En esta obra no dejamos de hablar de la identidad: estos personajes –todos transexuales– sufren discriminación porque son deportados, excluidos rumbo a Siberia, el confín del mundo donde los lobos pueden ser interpretados como la censura”.
Las impredecibles criaturas imaginadas por Copi cambian de sexo cuando y como quieren, a excepción del que le tocó en suerte a Portaluppi: “Son seres que están en la búsqueda de la felicidad –subraya el actor–, son homosexuales por elección (como la madre y la hija que, incluso, han sido pareja en el pasado), menos la señora Garbo, la maestra de piano que yo interpreto, a quien le injertaron un sexo de hombre contra su voluntad, porque su padre la castigó de esa forma. Y durante la obra trata de entender por qué la madre, de quien está enamorada, cambió de sexo...”
Muy a la manera de la dramaturgia del absurdo, en la cual no se suministra al espectador explicación alguna acerca de la metamorfosis inesperada de sus personajes, Copi tampoco expone las razones por las cuales dos personajes eligen y llevan a cabo sus transmutaciones. Estrenada a principios de los ’70 por el argentino Jorge Lavelli con el propio autor en el elenco, El homosexual... contiene elementos que hasta en la actualidad pueden resultar polémicos: “Es que todos hemos sido educados desde el prejuicio hacia la homosexualidad –afirma el actor–, porque nos enseñaron que las parejas son de mujeres y hombres solamente y que no hay alternativas en las preferencias sexuales”.