Domingo, 8 de mayo de 2005 | Hoy
BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
Para la exagerada autoestima argentina Brasil es un socio molesto. A lo largo de los años le resultó más cómoda la posición subordinada con una potencia, en los últimos tiempos con Estados Unidos y hace muchas décadas con Europa. Esas relaciones implicaban que el país también era una potencia emergente en ese imaginario de grandeza. En esa fantasía, que obsequió tantas frustraciones, sentirse importante por ese vínculo con las potencias mundiales era más sustancial que lo verdaderamente relevante, que era la posibilidad de embarcarse en un proceso de desarrollo. Esa imagen lejana de potencia regional tiene su raíz en que a principios del siglo pasado Argentina representaba la mitad del Producto de América latina, y hoy apenas el 10 por ciento. Como diría el tango, el dolor de ya no ser. La posición de liderazgo de Brasil deja en evidencia lo que fue y no pudo ser argentino. Por eso es tan revulsivo el tránsito arrogante del vecino mayor.
El canciller Rafael Bielsa no hace nada alentador para superar históricos recelos con Brasil, admitiendo que no es nada fácil la negociación con Itamaraty. Pero el artículo que publicó el lunes pasado en Clarín revalorizando el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) es un retroceso mayúsculo, no sólo por la relación con Brasil y el Mercosur sino como visión estratégica de la inserción internacional de Argentina a nivel comercial. Sería esclarecedor saber quién le redacta el libreto a Bielsa.
El historiador y economista de la UBA Mario Rapoport escribió que “así como en los últimos años una lectura histórica errada influyó negativamente en la política exterior argentina, una interpretación acertada de esa misma historia puede ayudarnos a conducir nuestras relaciones internacionales de un modo diferente”. Una sabia reflexión para cualquier ministro de Relaciones Exteriores de Argentina.
El ALCA tal como fue concebido es una iniciativa muerta, lo que no significa que Estados Unidos no vaya a reformularla para insistir con su proyecto de abrir los mercados de la región para sus productos. Esa es una constante de las potencias económicas, antes de Gran Bretaña y ahora de Estados Unidos: cuando son líderes mundiales han sido, según su conveniencia, partidarios del libre comercio o proteccionistas siempre en defensa de los productos que les interesaba resguardar de la competencia externa. Rapoport recordó que Alemania en el siglo XIX, Japón en el siglo XX, los países del sudeste asiático después de la Segunda Guerra Mundial, que forman parte del mundo industrializado, practicaron el más cerrado proteccionismo para defender sus industrias y priorizaron su desarrollo científico y tecnológico. Y el historiador puntualizó que “cuando ya no necesitan proteger sus industrias, como ocurre con los países de la Unión Europea, aparece la protección a sus no competitivos bienes agropecuarios a través de la Política Agraria Común”.
A esta altura, cuando las ideas de los noventa se van diluyendo se facilita la lectura de textos básicos que explican lo obvio: las economías de Estados Unidos y Argentina son competitivas, no complementarias. Por lo tanto cualquiera apertura comercial tal como está expresado en el proyecto ALCA, dada las abismales diferencias de tamaño entre ambos países, implicará pérdida para el más débil. No hace falta destacar cuál de las dos naciones es la potencia.
Ahora, luego de ese imprescindible recordatorio, volvamos a Brasil. Este vecino del barrio no es un socio fácil. Es líder regional pero se visualiza a sí mismo mucho más de lo que es. Su monumental deuda es el barro de sus pies. A veces se olvida de Argentina. Se corta solo en negociaciones importantes en el concierto de las burocracias internacionales. No se mostró solidario en la compleja relación del gobierno de Kirchner con el FMI. Peor aún, se mostró como el alumno modelo de Washington y del desprestigiado Fondo Monetario arrojando así a la vereda de enfrente a su principal socio. Promete intervenciones conjuntas en conflictos regionales, para luego avanzar por su cuenta según sus propios intereses. No toma en cuenta que con asimetrías industriales será muy complicado profundizar un proceso de integración. ¿Quién quiere un socio así? En los hechos, no se trata de querer sino de determinar qué es lo mejor que se ofrece en la vidriera de las relaciones internacionales. Y Brasil es lo mejor que tiene Argentina para su integración a un mundo globalizado. No existe otra alternativa que hoy pueda superar a la brasileña teniendo en cuenta el actual escenario internacional.
Rubén Laufer, del Instituto de Investigaciones de Historia Económica y Social de la UBA, lo explicó, en el artículo “América latina entre los Estados Unidos y Europa. Una relación triangular en el escenario global” publicado en La Gaceta de Económicas, de la siguiente manera: “El acelerado proceso de formación de espacios regionales orientados hacia la integración económica –Europa, el Area de Libre Comercio de América del Norte, Japón y su área de influencia en la región Asia-Pacífico– se ha constituido en uno de los rasgos más visibles del nuevo escenario”. El investigador precisó que “se trata de un desarrollo por ahora limitado a la formación de megamercados, asociados, cada uno, a uno de los grandes polos del poder económico mundial, pero por ello mismo también con evidentes connotaciones políticas y estratégicas”. Y concluyó: “La progresiva integración y liberalización de los flujos económicos en el interior de dichos espacios convive con una visible acentuación del proteccionismo entre ellos, configurándose así una tendencia hacia la formación de bloques económicos, proclives a constituirse en verdaderas ‘esferas de influencias’, alineadas con las distintas potencias que rivalizan por mercados y posiciones políticas y militares ventajosas”.
¿Quién puede pensar que Argentina puede tener alguna chance de supervivencia en ese mundo, en el competitivo comercio internacional, si no lo hace abrazado a Brasil, con el Mercosur como bandera y la Comunidad Sudamericana de Naciones como estandarte? Ahora bien: ese camino no es sencillo. Hay que enseñarle a Brasil a ser líder. Aunque pueda sonar antipático, en muchas ocasiones a un líder también hay que enseñarle a serlo. Y, si bien puede ser una herida al excesivo amor propio, esa es la misión que le tocó a la Argentina.
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