ESPECTáCULOS › EL ESTRENO DE “STAR WARS: EPISODIO III”,
UN FENOMENO QUE EXCEDE LO CINEMATOGRAFICO
Otra aventura en el paraíso de los malos
Trágica y oscura, La venganza de los Sith, la tercera entrega de la saga de George Lucas, cuida todos los detalles para fascinar a los fanáticos que quieren completar el álbum de sus recuerdos. El merchandasing galáctico se encarga del resto.
Por Martín Pérez
Alguna vez, tanto el propio George Lucas como sus viejos amigos de generación, como Francis Ford Coppola o Steven Spielberg, entre otros, confesaron que solían reunirse en el rancho del autor de La guerra de las galaxias para ver antes que nadie cada uno de los films de esta nueva trilogía de la saga que, junto con Tiburón, hacia fines de los años setenta anticipó el destino de superproducción del cine industrial de Hollywood. Con esas reuniones en mente, cuando en La venganza de los Sith se perpetra la traición contra cada uno de los Jedi esparcidos por la galaxia, es imposible no imaginar que Lucas podría haber buscado la mirada de Coppola para decirle con sus ojos algo así como: “¿Ves? Yo también puedo hacer El Padrino”.
Trágica y oscura, la tercera entrega de la saga con la que Lucas eligió contar la historia anterior a la trilogía original de La guerra de las galaxias bien podría considerarse como la única película realmente necesaria de estas tres últimas entregas multimillonarias, que desataron una fiebre que rápidamente fue refrenándose a fuerza de decepciones cinematográficas. La amenaza fantasma resultó literalmente un fantasma de película y le sucedió El ataque de los clones, que contenía algo más de acción y cuya trama comenzaba a interesar al acercarse al lado oscuro. La clave de La venganza de los Sith es que Lucas entrega lo que realmente importa: la historia de cómo los Jedi debieron ocultarse, de cómo una república devino en imperio y cómo es que Darth Vader pudo decirle a Luke Skywalker en El imperio contraataca eso de que “Yo soy tu padre”.
Lo más admirable de La venganza..., sin embargo, es cómo Lucas parece haber ido reaprendiendo película a película cómo hacer “una-de-Star-Wars” a la luz de las nuevas tecnologías. Lucas aprendió de sus errores con las dos películas anteriores de esta nueva trilogía, desde la inclusión del deleznable personaje de Jar Jar Binks en La amenaza fantasma hasta algún que otro desliz de producción a la hora de imaginar las ampulosas escenas de masas. Aquí todo parece estar en su lugar: el alivio humorístico de la narración está en manos de los robots C3PO y R2D2, y las panorámicas espaciales tienen un acabado perfecto, aprovechando mejor que nunca las posibilidades de la animación cinematográfica.
Pero el problema es que semejante perfección de la forma no opera sobre el contenido, que nunca alcanza a ser más que un esbozo de historia. Como una narración oral, una Biblia de La Fuerza narrada por un adolescente fascinado por su propia inventiva, e ilustrada por grabados de Gustav Doré, como bien apuntó una reseña de la prensa norteamericana. Con las escenas y apariciones más esperadas por los fanáticos bien en su lugar (el nacimiento de Luke y Leia, la metamorfosis de Anakin en Lord Vader y otros momentos que generarán más de un aplauso), La amenaza... es el paraíso de los malos, desde el siempre efectivo Christopher Lee hasta el casi payasesco McDiarmil/Palpatine. Sobre ellos reina un Christiansen dubitativo al que le viene muy bien la máscara de Vader, y por debajo sufren con sus diálogos lineales y esquemáticos desde el siempre correcto Ewan McGregor hasta la aquí trastabillante Natalie Portman. Tal vez el mejor actor para semejantes textos sea el animado Yoda, al que es un gusto ver una y otra vez en pantalla... ¡espada-láser en mano!
En el reciente libro Blockbuster, que recorre los orígenes de esta fiebre de superproducciones del Ho- llywood actual, Lucas aparece junto a Spielberg como los directores que le enseñaron a la industria una nueva manera de hacer dinero, un método que terminó relegando al hecho cinematográfico en el último lugar del negocio. Poco importa hoy en Hollywood la calidad de la película en sí, ya que saben que con promoción se consiguen inmediatas ganancias multimillonarias antes de que la gente se pueda dar cuenta de que lo que van a ver es algo deleznable. Pese a todos los argumentos artísticos que pueda esgrimir Lucas, esta nueva trilogía de su Guerra de las galaxias obedece a esos parámetros. Saga de acción y aventuras que carece justamente de acción y aventuras, La venganza... se esconde detrás de su supuesta seriedad trágica, cuasi shakesperiana. “Sino entretenido, al menos serio soy”, para decirlo en la gramática de Yoda, parece ser la última coartada de un Lucas, que ha peinado y vestido cuidadosamente a su última película para la ocasión.
Cuando asomó el Episodio I de esta trilogía, también vieron la luz las primeras películas de otras sagas kilométricas, como la de El señor de los anillos y las de los libros de Harry Potter. Y así como la ampulosidad de la saga de Tolkien nunca oscureció la capacidad para la aventura de Jackson, la literalidad de las primeras adaptaciones de J. K Rowling dejó paso a la acción y aventura del cine de Alfonso Cuarón. Algo que parece estar lejos de las posibilidades de un Lucas que, aun cuando decida el destino trágico de Anakin entre los fulgores rojizos de la lava de Mustafar, no se acerca lo más mínimo al nivel de la tragedia de Frodo en Mordor... ¡a pesar de que algún que otro fan pueda asegurar que alcanzó a ver a Gollum por sobre el hombro de Obi Wan McGregor!
Con todos los elementos en su lugar para fascinar a los fanáticos que quieren completar el álbum de sus recuerdos y con la suficiente ominosidad como para sacar patente de seria ante quienes la ignoran, La venganza de los Sith es casi la carga de Lucas contra los indecisos, tirándoles por la cabeza con su Biblia, ante la que sólo es posible creer o reventar. Quienes crean disfrutarán de la cuidadosa orfebrería que completa el destino de los personajes de la saga, que parece encajar casi milagrosamente, cuando en realidad lo hace de manera caprichosa. Los que no, deberán refugiarse en el recuerdo de la aventura adolescente y casi irreverente de las primeras tres películas (las últimas tres, en realidad) de la saga, en la que Han Solo y Luke Skywalker corren por ridículos pasillos, detrás de la importancia de un cineasta que es una industria en sí misma, e intenta hacerle justicia a su propio Rosebud adolescente sin lograrlo, pero poniendo en marcha una industria multimillonaria en el camino. Y dejando a la acción y a la aventura siempre en último lugar dentro del negocio. O de las pretensiones.