ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON EL ACTOR, DIRECTOR Y AUTOR TEATRAL NORMAN BRISKI

“Todo lo que pasó sigue pasando”

El reconocido teatrista compara ideas y paradigmas sociales que se reflejan en la escena desde los años ’60. Briski sostiene que, en su condición de docente, descubre “en los jóvenes sensibles el deseo de una vida más linda y justa, menos antipiquetera”.

 Por Hilda Cabrera

“¿Cuánto tiempo necesita una obra para merecer una nueva versión?”, se pregunta el actor, autor y director Norman Briski ante el nuevo montaje de una pieza suya en su teatro Caliban. Y se contesta argumentando que William Shakespeare realizó siete versiones de Hamlet y que en el origen de una decisión de este tipo no influye tanto el tiempo como el deseo y la actitud de los actores y actrices. La obra original se convierte entonces en elemento de un “devenir” que lo seduce y se conecta con la propia biografía, la de otros y “lo social histórico”. El trabajo que lo lleva a reflexionar así es Con la cabeza bajo el agua, una dramaturgia de 1993 que, modificada, ofrece ahora los viernes a las 22 en la sala de México 1428, ubicada en el departamento 5 de una casa chorizo. La acción transcurre en el abandonado pabellón de un hospicio y entre un joven con problemas psíquicos, hijo de un guerrillero desaparecido; una mujer de nombre Isabel que finge ser una desquiciada para escapar de la policía; un viejo poeta que delira y un enfermero. Papeles que asumen Ignacio Lozano, Débora Neculpan, Sergio Barattucci y Juan Piñeyro.
Dedicado desde hace décadas a la docencia (en la Argentina, España y Estados Unidos), Briski viene apostando a la dramaturgia, como lo atestiguan sus libros Teatro del actor, publicados por Atuel e Inteatro (del INT). Otra pieza también editada se puede ver en Caliban, pero en funciones de los sábados: se trata de Copla (“de acopla”, según el autor), con puesta de Elvira Onetto. Ensaya además su Doble concierto, donde actúa junto a Mirta Bogdasarian dirigido por Ricardo Holcer. Destacado intérprete de cine y TV, Briski participó durante su exilio en España en destacadas películas de Carlos Saura, como Elisa, vida mía y Mamá cumple cien años. Emigró en 1974, recalando en Perú, México, Francia y España hasta su retorno en 1984 a la Argentina. Actuó y dirigió numerosas obras, entre otras El señor Galíndez, Poroto y La gran marcha, de Eduardo “Tato” Pavlovsky. Creó grupos de teatro popular, como el mítico Octubre y el actual Grupo Brazo Largo, que “interpreta realidades cercanas a la comunidad” y dramatiza asuntos relacionados con “la soberanía, la dependencia y la complicidad civil”. Fue mimo y actor independiente en la provincia de Córdoba, donde colaboró con la actriz y directora María Escudero, una de las fundadoras de Libre Teatro Libre. Se dedicó al humor en espectáculos ya lejanos (Briskosis y El niño envuelto), desarrollando, como lo hace hoy, su pasión por el juego escénico. El hecho de que sus obras sean representadas en su teatro no proviene de una imposición sino del entusiasmo de los actores, que “cuando descubren un personaje que les gusta no hay quién los detenga”, puntualiza en la entrevista con Página/12.
–¿Previene la reacción del público ante cada puesta?
–En mí no domina esa especulación con el público sino la circunstancia histórica, aquello de “qué nos está pasando”. Lo artístico es para mí una expresión abarcativa que se ofrece a tiempo o a destiempo, pero que en cualquier caso es siempre singular. Con la cabeza bajo el agua no la hubiera escrito en los años ’60, cuando circulaban nuevas ideas sobre psiquiatría y psicoanálisis. En aquella época se hablaba de “bienestar en la locura”.
–¿Qué significaba ese bienestar?
–Que había una buena visión de la locura.
–¿Como algo creativo?
–Si, y libertario. Se la empezaba a tratar como no manicomial. Significaba salir de la cárcel. El aporte de algunos psiquiatras argentinos fue muy importante, como el de Emilio Rodrigué y León Grinberg en su tiempo, y el del mismo Tato Pavlovsky.
–Los trabajos de aquella época sobre el escritor, poeta y director Antonin Artaud, por ejemplo, recogían también esas ideas libertarias...
–Creo que trataron más sobre su persona que sobre sus desafíos. Artaud proponía la poesía pura, “sin forma y sin texto”, y ponía el cuerpo para morir. Desde Pablo Picasso en adelante, el artista aspira al disfrute, arriesgándose, pero no para morir sino para “vivir con acontecimientos” y no con adicciones.
–¿Es así hoy en el campo de lo social y de la psiquiatría hospitalaria?
–Si comparamos esta época con la de las propuestas del Mayo Francés y las de un Che Guevara, hoy vivimos retrocediendo. Voy seguido al Hospital Borda y tengo la impresión de que ahí también retrocedimos, a pesar del esfuerzo de mucha gente. Por eso Con la cabeza bajo el agua sigue teniendo enorme latencia.
–¿Asocia estas carencias con un sometimiento generalizado?
–La creatividad está hoy “formalizada”, como lo están la locura y el teatro convertido en “escena de la escena”. Los internados del Borda tienen un taller de pintura, por ejemplo, y otro de radio, que es importante, pero que veo como “imitación” de lo que pudo ser liberador. Se les impone una lógica, un régimen. Eso es gatopardismo. Esto pasa aquí y en todo el mundo, porque la situación de los neuropsiquiátricos no es un tema únicamente argentino. Es un tema de la pobreza, y en sociedades que “marcan superficies” para cometer homicidios masivos. La administración de medicamentos agresivos, por ejemplo. En la obra hago alusión a eso, pero no con la pretensión de una metáfora, como Vicente Zito Lema en Gurka, donde la locura es locura social. Utilizo fragmentos de relatos y hechos vividos y muy vistos por mí. Creo que la idea de escribir estas experiencias surgieron de mi amistad con la psicoanalista Marie Langer, en México. (Langer, que nació en Viena en 1910, vivió varios años en la Argentina. Amenazada por la Triple A, se exilió en México. Allí creó la entidad Trabajadores Latinoamericanos de Salud Mental Residentes en México para ayudar a los exiliados latinoamericanos. Tiempo después regresó a la Argentina, donde murió en 1987.)
–¿A qué experiencias se refiere?
–Visitábamos un neuropsiquiátrico, cuando, sabiendo los otros que yo era actor, me preguntaron si consideraba el travestismo un acto artístico. No sé qué respondí exactamente, pero sí recuerdo qué dije cuando me preguntaron cómo se podía mejorar la situación de los enfermos. Mi respuesta fue que les entregaran una escalera a cada uno. No me cabía la menor duda de que la mejor manera de ayudarlos era dejarlos en libertad. Y eso que ese neuropsiquiátrico no estaba nada mal.
–Si lo tomamos desde otro punto, el de proteger a quien manifiesta una conducta diferente en una sociedad que discrimina, ¿qué propondría?
–Ligaría la locura al tema de lo productivo y no tanto a la aspiración poética, como la de un Jacobo Fijman que murió en el Borda (en 1970) después de estar allí casi veinte años. Fijman fue un precioso ejemplo, el “ángel enjaulado” que nos dejó poemas y dibujos, poemas con estructura musical (como escribió Zito Lema a propósito de Demencia, del libro El canto del cisne). Yo estoy más por el lado de la producción de pomelos, o de lo que sea, o del cuidado de gallineros... En La Habana, algunos criaderos de gallinas están en manos de psicóticos. Estuve allí y me divertí mucho. En la vida cotidiana como en el arte –en los cuadros de Brueghel, el Joven, por ejemplo– he visto a la locura integrada.
–¿Qué pasa cuando se equipara a la locura con el caos?
–Eso es grave, porque mucho más peligrosos son “los cuerdos” que la clasifican y las instituciones a las que esos cuerdos pertenecen.
–¿Por qué el amor es imposible en esos lugares?
–Porque son cerrados, como las cárceles, como las sociedades que no dan respiro, que son injustas...
–Pero existen “islas”...
–Cartografías de libertad, digo yo, que a veces son sólo intenciones de retomar aquello en lo que otros han avanzado. Pero es cierto que “todo lo que pasó sigue pasando” y que el deseo de vivir en un mundo más equitativo es casi genético. Soy socialista y no me vendo; conozco las tentaciones y las ambigüedades, y me armé un mundo coherente con mi pensamiento y mi cuerpo.
–¿Ese “armado” se da en los más jóvenes?
–Por mi trabajo como docente, me encuentro en el núcleo de un espacio donde se fabrica esperanza y descubro en los jóvenes sensibles el deseo de una vida más linda y justa, menos antipiquetera. Los intérpretes de Con la cabeza bajo el agua son jóvenes, se comprometen y realizan su trabajo con rigurosidad y talento.

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Briski tiene actualmente dos obras en cartel: Con la cabeza bajo el agua y Copla.
 
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