SOCIEDAD › A PERPETUA EN MERCEDES Y CON DIPLOMA EN LUJAN

Preso sí, pero licenciado

Mario Berrueta, con perpetua en el penal de Mercedes, se recibió de licenciado en Administración de Empresas. El mismo día, funcionarios judiciales de San Martín denunciaron a las autoridades del mismo penal, por robo de comida y desatención de enfermos.

 Por Horacio Cecchi

Condenado a perpetua por doble homicidio. Mario René Berrueta lleva casi la mitad de su vida tras las rejas: tiene 51 años y el 20 de mayo pasado cumplió 23 de prisión en la U5 de Mercedes. Cuatro días después de su aniversario carcelario, Berrueta recibió su diploma de colación como licenciado en Administración de Empresas de la Universidad de Luján, no en la cárcel de Mercedes sino en Luján, junto a más de medio millar de flamantes diplomados. Estudió en el penal desde el ’85. Pero en el 2002, el Servicio Penitenciario Bonaerense suspendió el pago del convenio y la UNL canceló la asistencia. Berrueta y otros 70 internos estudiantes quedaron entonces arrumbados como libro inútil tras las rejas. Le faltaban dos materias para recibirse. Entre octubre del 2003 y julio del 2004, el penal de Mercedes fue dirigido por Eduardo Flores, una mosca blanca en el SPB, despedido luego de enfrentar la corrupción cotidiana. En ese breve lapso, Flores habilitó a Berrueta a terminar su carrera en Luján. Dos veces por semana lo enviaba a la cursada, acompañado por dos custodios. El 24 de mayo pasado, día de la entrega de diplomas, mientras Flores presenciaba con merecido orgullo el acto, de incógnito entre el público, su reemplazante cobraba réditos ajenos: olfateaba cámaras y se pegaba a Berrueta como una estampilla.
En el auditorio del Teatro Argentino de Luján, Berrueta estaba más perdido que en el penal. Era uno más, disuelto en una multitud ensimismada en sus nervios y despreocupada de todo aquello que no fuera la fórmula del sijuro. En la distribución protocolar le tocó sentarse a 19 filas del escenario. A su izquierda se ubicó Julio, su hijo menor, de 25 años, encargado de entregarle el diploma. El mismo Julio que entró por primera vez a la prisión a visitar a su padre cuando tenía un año, en 1983.
En agosto del ’82, Mario Berrueta hubiera querido ser tan anónimo como lo fue en el acto de los diplomados, hubiera querido que lo tragara el mundo. Pero, para esa época, su apellido cruzaba los titulares de los diarios luego del doble homicidio sobre el que Berrueta intenta desplegar la alfombra de la culpa y el olvido. Prefiere no hablar de ello, “una pelea, me equivoqué”, es lo único que atina a murmurar.
Perderse se perdió, porque “una vez que entrás ahí adentro, no sos más, sos un número, no sos nada”. Primero pasó por Olmos, la vieja, la peor del sistema bonaerense; pasó unos meses, los inolvidables primeros. “Había un muro de ocho metros y ahí lejos estaba el cielo. El primer año lo pasás como si estuvieras en estado vegetativo. Empezás a pensar que tu familia está señalada.” En el ’85, Berrueta empezó el secundario en la U5. Entró con primer año aprobado y en el ’88 recibía el título secundario.
Apenas inició el ’89 ya estaba inscripto en los cursos que la Universidad de Luján daba dentro del penal, poniendo en práctica un convenio firmado con el SPB. El convenio era sencillo: la UNL ponía los profesores y el SPB pagaba los gastos. Hasta que el SPB dejó de pagarlos, la cosa fue de maravillas. Berrueta aún recuerda a su primer profesor, Aníbal Ramírez, que daba matemáticas y que estuvo presente en la entrega de diplomas 16 años más tarde. “¿Qué es estudiar en la cárcel? Es la libertad. Estudiás adentro, pero es tener contacto con el exterior”, dice Berrueta y piensa en aquel muro de ocho metros. Como Berrueta, otros 65 hombres y 5 mujeres comenzaron a cursar estudios en el penal.
Pero en el 2002, después de Cavallo, el corralito y el cacerolazo, el SPB cortó los suministros, la UNL dejó de enviar profesores y los estudios pasaron a ser una ventana pintada. Berrueta organizó el Centro de Estudiantes del penal y se transformó en su presidente. De nada valieron sus pedidos. En algún momento, para las autoridades del penal, los estudiantes pasaron a ser un ladrillo más en la pared. En ese momento, como tercer jefe se encontraba Javier Ciancio. Habrá que recordar su nombre.En octubre del 2003, Eduardo Flores fue designado director del penal. Flores desplazó al segundo jefe, Héctor Venche, pero Ciancio quedó. El nuevo director se dedicó a mejorar la situación de los presos. Entre ellos, Berrueta y sus estudios olvidados. Después de intentar destrabar sin éxito el conflicto con la UNL, decidió enviar a Berrueta a completar sus últimas dos materias a Luján. Dos veces a la semana lo trasladaba en su propio vehículo, con dos custodios. Berrueta se metía en el aula como uno más, mientras sus custodios aguardaban afuera. Finalmente ocurrió lo que tenía que ocurrir: Berrueta se recibió y Flores fue desplazado.
El 24 de mayo pasado, después de estrecharse en un fuerte abrazo con Berrueta, Flores se sentó entre el público para estar presente en la jornada de entrega de diplomas. Al final del acto, cuando cámaras y movileros se abalanzaron sobre el preso licenciado, otro personaje se pegaba a sus espaldas e intentaba explicar lo bien que hace a los presos el estudio: era Javier Ciancio, reemplazante de Flores.

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Berrueta, junto a su hijo, Julio, después de recibir su diploma.
 
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