ESPECTáCULOS › EDUARDO ALIVERTI, PABLO MILSTEIN Y NORBERTO LUDIN HABLAN DE “SOL DE NOCHE”, UN DOCUMENTAL ESTREMECEDOR
La historia del pueblo en que secuestraron a 400 personas juntas
El film empieza con la historia de Olga y Luis. El era médico, y siendo intendente de Ledesma, Jujuy, fue detenido y desaparecido. Desde entonces, su esposa pelea sola en busca de justicia. Pero en su desarrollo es clave la reconstrucción de “La noche del apagón”, en que los militares se chuparon a la mitad de la población.
Por Oscar Ranzani
La relación entre el doctor Luis Arédez y el pueblo Libertador General San Martín de Jujuy –más conocido por sus habitantes como Ledesma, ya que allí está instalado el famoso ingenio azucarero– comenzó en 1958. Ese año, Arédez se trasladó allí desde Tucumán, su tierra natal, junto a su esposa Olga Márquez de Arédez. Logró ser un reconocido médico de la obra social del Sindicato de Obreros del Azúcar y el Papel del ingenio Ledesma. De su afectuosa relación con el pueblo saltó a la intendencia en 1973 y permaneció en el cargo hasta el 24 de marzo de 1976, cuando se produjo el golpe de Estado más sanguinario de la Argentina.
Ese día un grupo de policías y gendarmes lo detuvo y lo cargó en una camioneta del ingenio que era conducida por un chofer de la empresa y paciente suyo. Mientras Arédez estaba detenido, otro hecho traumático sacudió al pueblo jujeño. El 27 de julio del ‘76 se produjo “la noche del apagón”. Esa noche cortaron el suministro eléctrico de la zona y los militares, en medio de la oscuridad, secuestraron a unas 400 personas de Libertador General San Martín y Calilegua, que fueron llevadas a centros clandestinos de detención, nuevamente en vehículos de la empresa Ledesma. Treinta de los detenidos permanecen desaparecidos en la actualidad. El calvario de Arédez continuó después de su detención en el ‘76. Luego de estar encarcelado un tiempo en La Plata, fue liberado el 5 de marzo de 1977. Volvió a Ledesma a ejercer nuevamente su profesión de médico hasta que el 13 de mayo de ese mismo año volvieron a secuestrarlo. Desde entonces permanece desaparecido. Su esposa Olga da vueltas sola por la plaza de Ledesma todos los jueves y es, en la actualidad, la única familiar de desaparecidos que sigue luchando en ese pueblo.
En base a estos hechos y haciendo hincapié en la figura emblemática de Olga, los directores Pablo Milstein y Norberto Ludin realizaron el documental Sol de noche. La historia de Olga y Luis que tiene producción ejecutiva de Eduardo Aliverti, encargado también de la voz en off del film. El trío es el mismo que realizó Malajunta, una película estrenada en 1996, a veinte años del golpe, que refleja el horror desatado por la última dictadura militar. La producción de Sol de noche... es de La Azotea y los productores contaron con el apoyo de la Secretaría de Cultura de la Ciudad, del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la Escuela de radio ETER. Sol de noche se estrenará el año próximo. Mientras tanto, circulará por una numerosa cantidad de festivales: Semana Internacional de Cine de Valladolid, Festival Internacional de Cine Ajijic (México), Festival del Cinema Latinoamericano de Trieste (Italia) y el Festival de Cine Latinoamericano de Londres. Aliverti, Milstein y Ludin explicaron, en una entrevista con Página/12, detalles de esta historia.
–Hay 30 mil historias que pueden contarse. ¿Por qué se decidieron por la de Olga y Luis?
Eduardo Aliverti: –Hay tres ejes decisorios. Uno tiene que ver con el hecho de que por primera vez se imponía el desafío de tratar la relación dictadura-terror económico desde una geografía del interior y, en particular, desde una geografía noroesteña. Y otra cosa que nos impactó mucho fue el hecho de que Olga da vueltas sola alrededor de la plaza hace tantos años. Nos parece una categoría simbólica formidable. Y, por otro lado, el desconocimiento que hay sobre esta historia a nivel nacional, más allá de las marchas que se hacen por el aniversario de “La noche del apagón”. En líneas generales es una historia muy fuerte en dos planos: en la soledad de Olga y en la relación poder económico-dictadura, una alianza tan clara. Un pueblo apagado a partir de una sociedad de los militares y el terratentismo azucarero.
–Algo impactante en la película es el recuerdo cariñoso que los vecinos de Ledesma tienen por Luis Arédez cuando fue intendente del pueblo. Como contracara, en la actualidad prevalece el “que se vayan todos”. ¿Están narrando un hecho sucedido a años luz de distancia?
E.A.: –No, porque creo que lo que tiene que ver con la política en Jujuy y con la problemática del terror sigue vigente.
Norberto Ludin: –También en Ledesma, al igual que en los pueblos chicos del interior, lo que sucedió es que una vez que terminó la dictadura los personajes nefastos que hicieron estos actos siguieron circulando y hoy se los ve. Entonces, el final de la dictadura en un pueblo como Ledesma es un hecho relativo. A nosotros nos pasó con un chofer de una camioneta que pudimos contratar para el rodaje. Cuando fuimos a hacer una entrevista con una de las mujeres que fue detenida durante el apagón nos dijo: “El chofer ese que los está llevando era uno de los que manejaba los camiones del ingenio”. O sea que nuestro chofer de filmación era uno de los que participaron de la represión.
E.A.: –En Ledesma, al terror se le suma la desocupación. En 1976 había 12 mil empleados y ahora hay 3000. Es una desocupación pavorosa con gente que, de algún modo, sigue dependiendo del ingenio como capital golondrina para la zafra y nada más. O sea, es un terror instalado muy profundo. Yo subrayo lo que dijo Norberto: es absolutamente relativo hablar del final de la dictadura en Ledesma.
Pablo Milstein: –La participación de la gente es bastante relativa porque en la marcha por “La noche del apagón” que se hace todos los años las personas del lugar que van son muy pocas. O sea, casi todos los que van son del interior o de Capital. Nos comentó Olga que la marcha que se hizo el jueves 25 de julio fue la primera vez que la gente del pueblo salió junto con ella para marchar. Por primera vez el miedo desaparece porque está el temor de la gente a no salir en función de que el dueño del pueblo es el ingenio Ledesma. Ese día se pasó nuestro film en la plaza del pueblo y fue muchísima gente del lugar, que se sentó para verla.
N.L.: –Olga nos contaba que después de la proyección, hubo una repercusión importante cuando los habitantes escucharon los testimonios.
–Cuesta imaginarse un funcionario como Arédez en la actualidad...
E.A.: –Tiene un componente político interesante porque estamos hablando del gobierno camporista y Arédez era radical. Este es otro ingrediente que no se debe dejar de tener en cuenta. Si uno lo mira ahora retrospectivamente, imaginar un intendente radical de un pueblo alejado con esas características combativas frente a semejante monstruosidad de poder, casi que afecta al sentido común pensarlo. Uno tiene que situarse en los ‘70 para entender que alguien se haya animado a hacer algo así.
N.L.: –Y aparte haber podido acceder a la intendencia con el apoyo de los obreros y el sindicato. Que un tipo radical acceda a la intendencia con el apoyo de los obreros en la década del 70 es una cosa irrepetible. Y además de todo era médico, no era un político. Y médico de los obreros. O sea, un hombre en contacto directo con la gente. Además, que él no haya hecho campaña es algo también para marcar. A él lo fueron a buscar porque lo veían como una figura posible de cambio.
–Hay un testimonio escalofriante: el cura del pueblo cuenta que durante la dictadura una madre lo fue a ver porque no encontraba a su hijo y él le contestó que el problema era que los chicos que desaparecían eran comunistas y no habían sido bien educados.
E.A.: –Cuando se entrevistó al cura nosotros teníamos la información de que no era precisamente un párroco progresista. Pero tampoco imaginábamos que podía ejercer semejante brutalidad verbal y menos a cara descubierta como lo hace en el medio de la capilla. A mí, en lo personal, no me sorprendió escuchar a un sacerdote decir eso en términos cualitativos porque todos sabemos cómo pensaba el sector más reaccionario de la Iglesia. Pero el cinismo con que lo dice, sí me impactó. Pero no se buscó específicamente que el cura dijese una cosa así y que, a partir de ahí, viniera colgado el “por algo será”.
N.L.: –Nos iba sorprendiendo en el mismo rodaje de la entrevista. Recuerdo que nuestras miradas detrás de cámara eran increíbles. Estábamos escuchando algo que siempre se sospechó pero que nunca pudimos realmenteoír en boca de un tipo como ése. Alguien que tiene contacto con la gente del lugar, digamos. No es que está encerrado en una oficina y desde ahí habla. Es un párroco que hace décadas está ahí y conoce a todo el pueblo.
–La imagen de Olga caminando sola en la plaza del pueblo es muy fuerte. ¿Con eso buscaron captar, simbólicamente, que el silencio, aunque sea masivo, es más débil que el grito en soledad?
N.L.: –Mi posición con respecto a eso es que rescato más la figura de Olga que la figura de los que no están. Lo que a mí me impacta de la imagen y de la historia en general es la fuerza de Olga. O sea la capacidad que tiene para estar sola y quedarse sola en cada marcha. Eso para mí tiene más peso que los que no la acompañan.
–El film describe algo que pocas veces se cuenta: cómo algunos grupos empresarios no sólo adhirieron al plan económico de los militares sino que colaboraron con la desaparición de personas.
E.A.: –En el caso de la película eso está muy marcado. A nosotros nos atrapó porque también en este punto hubo como un generalizado silencio de radio periodístico. La relación poder económico-dictadura no estuvo abordada hasta ahora por la cinematografía argentina en el volumen que se merece. Este es un caso indesmentible porque los anteriores siempre se han prestado a polémica. Acá no hay duda posible: fue con las camionetas del monopolio azucarero del lugar que el ejército se chupó a la gente.
N.L.: –Y además el caso concreto que sella la suerte de Luis es que siendo intendente logra impulsar un proyecto para cobrarle por primera vez impuestos al ingenio Ledesma. Eso lamentablemente marcó su destino.
–¿Intentaron acceder al ingenio Ledesma para registrar imágenes? ¿Tuvieron algún inconveniente con la empresa para la filmación?
P.M.: –Intentamos y nos sacaron. Nos echaron las dos veces que quisimos entrar para filmar. En los lotes y en los campos, a los quince minutos teníamos las camionetas con los guardias echándonos, preguntándonos qué hacíamos ahí.
–¿Y les dieron alguna explicación de por qué no podían estar ahí?
P.M.: –Sí, que era una propiedad privada.
N.L.: –En todo momento intentamos no mezclarnos, especialmente porque el 80 o 90 por ciento de la gente que vive allí trabaja para el ingenio.
–Sol de noche tiene un cuidado por la estética. ¿Es más difícil mantener el equilibrio entre contenido y estética en el documental que en la ficción?
P.M.: –Sí. Además nos costó unos cuantos años terminarla. La montamos, la desmontamos, probamos escenas, las sacamos, cortamos testimonios, cambiamos músicas. No fue un montaje más lineal que uno pudiera tener pensado antes de filmar, como sucede, en general, con la ficción. Uno cuando va a filmar ya sabe lo que quiere contar. Acá fue probar y sacar hasta que quedó como queríamos.