–¿Cómo nació el libro Vivir del aire?
–Tiré todos los escritos en una mesa y dije “esto es un caos”. Me puse a buscar experiencias similares, pero sólo encontré análisis que venían de la semiología o las ciencias sociales. No encontré nada que fuera escrito desde adentro de la industria. Carlos Ulanovsky fue quien me recomendó algunas editoriales. La segunda que visité aceptó. Es una herramienta para quien se dedique a hacer televisión. Hay una serie de pasos a tener en cuenta. Las anécdotas sirven para que el lector se dé cuenta cómo funciona la televisión.
–En su libro postula que “la televisión debe hacerse pensando en la gente y no al revés”. ¿No es también un desafío romper esos límites?
–La única manera de hacer algo bien en televisión comercial es que sea para la gente. Si a la gente no le gusta, no funciona. Aunque está claro que hay que plantearse objetivos: el de Canal 13, por ejemplo, fue meterse en el público ABC y ABC1. Y lo logramos, a costa de perder el primer puesto.
–Entre los relatos sorprenden los testeos internos que hacían y, se supone, siguen haciendo.
–Cuando se le pregunta a la gente qué le gustaría ver, siempre responde sobre el pasado, sobre su propia memoria de televidente. Cuando en la segunda serie de “Zona de riesgo” Gerardo Romano y Rodolfo Ranni se dieron un beso en la boca no sabíamos cómo iba a funcionar. Porque nunca había sucedido en la tele. Pero el contexto daba, no era tirado de los pelos, y funcionó bien dentro de la historia.
–¿Sobre qué le hubiera gustado escribir y aún no lo hizo?
–Un capítulo sobre la televisión que vendrá. Planteo algunos esbozos, pero no me animé a meterme de lleno. Estamos llegando a un mundo que no conocemos, que no se sabe cómo será.