ESPECTáCULOS › EL PUBLICO DISFRUTO DE UN VISITA LARGAMENTE ESPERADA
Entre la euforia y la incredulidad
Por Fernando D´addario
Como pasa con los encuentros muy esperados y con los buenos asados, en un recital de rock Top 5 no hay nada más excitante que las horas previas. Cada cual las ocupa a su modo y según sus posibilidades. Ayer la mayoría de la gente llegó a la cancha de Vélez algo así como incrédula. “¿Será nomás que va a tocar Roger Waters?”, se preguntaba Damián, 34 años. Ningún elemento externo delataba, a priori, su fanatismo. Ni remera (no se le ocurrió comprar la oficial, que costaba 35 pesos) ni pañuelo alegóricos, ni aspecto de ser (o de haber sido) hippie, rocker, heavy o algo por el estilo. Pero aún sin merchandising de fan a cuestas, confesaba: “Este es el sueño de mi vida. Tengo todos los discos, todos los piratas, los casetes de Syd Barrett, y me los compraba pensando que nunca iba a ver y escuchar en vivo las canciones de Floyd. Pero acá está Waters, y lo tengo que creer”.
Apenas se veían un par de banderas argentinas dentro del estadio, como todo símbolo de pertenencia. Ningún “Los pibes de Paternal” o “Aguante Waters” para ilustrar la idolatría y, de paso, testimoniar el origen. La masa que fue a ver y escuchar las canciones de Floyd parecía escudarse en el anonimato para venerar a Waters. El calendario tampoco oponía obstáculos. Entre veinte y sesenta años, el arco generacional se estiraba tanto como lo permite la historia del rock en este país. “A mí, la verdad, me gusta más Gilmour, no hay guitarrista que lo pueda reemplazar, por monstruo que sea. Waters separó Pink Floyd. Pero igual es un ídolo. Estas canciones me hicieron crecer como persona, porque viví mi adolescencia en una burbuja y me desperté viendo The Wall. Muchas cosas tomaron otro sentido después de ver esas imágenes”, relataba Jorge, 38 años, vecino de Almagro. Lo acompañaba un primo, de 23, confeso fan de Las Pelotas. “Creo que en esa época de la que habla él, yo no había nacido, pero a los 15 vi la película y flasheé. Después escuché ‘El lado oscuro de la luna’ y me morí. Todos los que les gusta el rocanrol, también les tiene que caber Floyd.”
Se apagaron las luces y se encendió el humo, que ya amagaba desde un buen rato atrás. Parte de la religión. Un candidato seguro a ejercer el derecho a la primera pitada de la noche reconocía que “no se puede esperar a Floyd, careta. Floyd es estar del otro lado”. Otros, de este lado, sentados sobre el campo o en las plateas, con cara de felicidad prematura, se acomodaban para disfrutar de un concierto que no irían a olvidar en mucho, mucho tiempo.