ESPECTáCULOS
Déspota de sí mismo
El disco está producido por Juanchi Baleirón, una especie de “estrella” en el rubro. ¿Hasta qué punto la tarea de un productor es esencial?
–Creo que la tarea del productor adquiere importancia cuando hay que ponerle pilchas a la canción... una hermosa mujer mal vestida es una lástima y con las canciones pasa lo mismo. Los productores son sastres.
–¿Pero tienen un rol central o no?
–Hablo de mi experiencia: yo sé muy poco de música. Soy absolutamente autodidacta, tengo una guitarra con la cual saco doce acordes y con eso trato de componer, pero después ¿cómo se sigue? Yo no sé ni cómo entrar a un estudio. Entonces tengo que delegar muchas decisiones.
–¿También las artísticas?
–No. Esas las consensúo. Un productor es un acto de fe, tenés que confiar en que te va a cuidar al bebé, es como la enfermera gorda que se lleva a tu hijo recién nacido y te lo trae bañado y cambiado. Ellos son directores técnicos: en el mejor de los casos te paran en la cancha como querías y en el peor no te entendieron. El único disco que grabamos sin productor –Perros, perros y perros– fue un caos.
–¿Por qué?
–Porque la democracia en una banda es un veneno. ¿Cómo vas a democratizar una decisión artística? Eso es una mentira. En una banda debe funcionar el despotismo ilustrado, el que más sabe tiene derecho a opinar más. Esa idea de cofradía democrática en las bandas termina por echarlas a perder. Por eso, antes de dar golpes de Estado en una banda, prefiero ser déspota de mí mismo.