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“Desde el punto de vista estrictamente artístico, pondría un signo de pregunta en mi balance del estado actual del tango. No estoy tan seguro de que esté pasando algo rico o importante. Veo una gran confusión, todos quieren hacer tango –los rockeros, los músicos clásicos, los de jazz– y lo que logran es una especie de piazzollismo intoxicado con cosas electrónicas. No veo ningún futuro por ahí. En general, noto un nivel artístico mediocre, de un oportunismo barato y mezquino. Hoy cualquiera se cuelga de la moda del tango, no veo la sustancia que había en los ’40 o ’50. Lo que pasa ahora todavía me parece en un estadio como prenatal. Estoy expectante. Desde el punto de vista de la industria del espectáculo, es obvio que el género ha ido creciendo de una manera insospechada, algo que todavía no advirtió la empresa privada, que sigue fomentando estéticas anglosajonas, ni algunos funcionarios, que miran al tango demagógicamente, pero sin una política de protección al género. En todo el mundo la presencia del tango es casi febril y va en aumento. El tango está generando un volumen de dinero inimaginable, aunque es poco lo que llega acá. Pese a este panorama, sin duda es alentador que haya una cantidad creciente de jóvenes que se está acercando al género de una manera genuina, con la clara intención de entender, estudiar y profundizar en el tango. Lo cual abre una esperanza en manos de las próximas generaciones, aunque esta presencia no esté avalada por un mercado a favor del tango ni por la función pública en general. En ese sentido, compruebo que la ignorancia y la insensibilidad son moneda corriente”.