ESPECTáCULOS
• SUBNOTA
TEXTUAL
(...) Estamos viviendo la transformación liberatoria y sobrecogedora de una época, del mundo, de la realidad, quizá del hombre mismo. Estamos sentados en el borde de un volcán y de todas partes llegan estruendos de guerra, de una guerra que, como la metástasis de un cáncer, golpea ahora a una parte del mundo e implica al mundo entero. (...) Un triestino es especialmente proclive a ser un hombre sin atributos y a buscar en la literatura la identidad de la que se siente incierto. El premio que se me concede hoy subraya, generosamente, el fuerte sentido de Europa, presente en lo que escribo. He nacido y he vivido en una ciudad de frontera que, especialmente en determinados años, era ella misma una frontera; es más, estaba constituida y tejida por fronteras que la cortaban espiritualmente, separándola de ella misma, la atravesaban como cicatrices sobre el cuerpo de un individuo. Sólo una Europa realmente unida puede hacer que las fronteras entre sus naciones y culturas sean puentes que las unan y no barreras que las separen.
La unidad europea no debe infundir temor. De hecho, vivimos ya en una realidad que no es nacional sino europea; esta unidad europea de facto tendrá que convertirse cada vez más en una unidad institucional, aunque el camino para llevarla a cabo esté plagado de dificultades y de momentáneos retrasos. El amor por Europa no presupone ninguna miope soberbia eurocéntrica: el centro del mundo hoy está en cualquier parte y no tolera ningún inicuo dominio de una concreta parte del mundo. El humanismo europeo es también batalla para esta dignidad de cualquier provincia del hombre, como la llama Canetti. En la vertiginosa transformación política, social, cultural, la democracia a veces vacila; España, que en pocos años ha vivido una increíble renovación, es un gran ejemplo de cómo la modernización puede y debe significar incremento y victoria de la democracia.
* Fragmento del discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias.
Nota madre
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