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El peronismo y el porvenir de la cultura

Por Rubén Stella*

“Nadie puede realizarse en un país que no se realiza.”
Juan Domingo Perón

“Nadie puede ser mejor que su propio país.”
Héctor Tizón

Desde hace tiempo una pregunta me zumba en la cabeza: los argentinos, ¿qué país queremos...? Pero, últimamente, esa pregunta zumbona que fue obteniendo variadas respuestas de acuerdo a cómo se movía la historia, se transformó –por ese mismo devenir histórico– en otra más descarnada, más dolorosa: los argentinos, ¿queremos un país?, ¿queremos una Nación?, ¿queremos una Patria? Todos los que cotidianamente dicen despectivos y distantes “este país” o “este país de mierda”, ¿quieren pertenecer a éste, nuestro país, nuestra Nación, nuestra Patria? En estos días y ante tanta medida económica, tanto cambio, frente a tanto cacerolazo que va, que viene, que se impone, que pasa de largo, otra vez mi cabeza no cesa de preguntar: ¿queremos un país, una Nación, una Patria? Y si la respuesta es sí, ¿cuál sería la herramienta para esa construcción?
Luego de intoxicarme de información sobre las posibles recetas económicas (viejas, nuevas, tradicionales, antiguas o jóvenes), luego de escuchar las complejas explicaciones que siempre me ha costado mucho entender, como a casi todos los legos en economía, una respuesta estalló en mi cabeza: paren un poco con tanta palabra complicada. Paren un poco con tanto concepto. Paren un poco con tanta tecnificación de algo que se puede resumir, si es que se puede, en “la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria”. Yo querría preguntarle a lo que se llama la clase política: ¿es allí a dónde quieren conducir las cosas? ¿Estamos de acuerdo que lo que queremos es la felicidad de nuestro pueblo y la reconstrucción y la grandeza de la Patria?
Si nos ponemos de acuerdo en este objetivo final, estratégico, que alentará todas nuestras acciones, me tomaría el atrevimiento de hacerles una sugerencia: dejemos toda la parafernalia técnica económica, política, teórica para los técnicos, y nosotros, los políticos, el pueblo y todas sus instituciones dediquémonos a construir –a reconstruir para mejor decir– los valores esenciales, primarios, íntimos, elementales. Estoy seguro de que en ese territorio nos vamos a entender rápidamente.
Y aquí quería llegar.
Creo –comprendo, digo mejor, para que no piensen que es un mero acto de fe– que la herramienta fundamental para esa reconstrucción es lo que llamamos la cultura.
Antes quisiera aclarar que, como tanta otra gente, entiendo a la cultura como el quehacer del hombre en todos sus aspectos. Estoy convencido de las particularidades de cada hombre en cada paisaje para hacer sus cosas, incluso las mismas cosas, aunque sean las más elementales y primarias. Por ejemplo, la comida. Cada pueblo, cada paisaje, tiene características propias para cocinar y comer, a veces los mismos manjares. El paisaje condiciona. El paisaje nos construye emocional, espiritual y sensiblemente. Por tanto nos constituye culturalmente. Nos crea pertenencia. Nos asimila a una colectividad. Nos identifica. Nos hace de un lugar y a partir de allí elegimos –¿o no lo elegimos?– crear nuestro lugar en el mundo, o sea nuestra Nación. Por eso concluyo diciendo que la Nación, la Patria, es una construcción colectiva cultural. Creación de los hombres que queremos compartir un paisaje, una tradición, una mitología. Elementos que hay que recrear y alimentar a lo largo del tiempo para nutrir a las nuevas generaciones que nacen en ese paisaje. Y esto es tarea de todos, es verdad, pero fundamentalmente de los dirigentes. De esta base pretendo sacar dos cuestiones iniciales.
1) Preguntarnos verdadera y profundamente todos los hombres de nuestra tierra si queremos o no tener una Nación, una Patria, un lugar en el mundo que sea el reflejo de nosotros mismos. Con nuestras contradicciones. Con nuestras virtudes y nuestros defectos –los que sin duda, si los vamos viendo y reflexionando sobre ellos, podremos corregir y convertirlos en virtudes–. Repito, entonces, ¿queremos ser una Nación, una Patria, un lugar en el mundo? Suponiendo que la respuesta fuera sí, digo:
2) La herramienta ideal para esta construcción colectiva, para la creación de esta colectividad, para esta unidad que es una Nación, una Patria, un lugar en el mundo, es la cultura que supimos sintetizar. Si nosotros logramos pararnos –en rigor quiero decir parapetarnos, defendernos, atalayarnos– en nuestras construcciones culturales, que a esta altura son muchas y muy sólidas, encontraremos las recetas económicas y políticas para solucionar la aguda crisis –para algunos terminal– en la que nos hallamos.
Por eso me permito seguir sugiriendo a aquellos que hoy, por la razón que fuere, se encuentran en posición dirigencial que dejen fórmulas, recetas y convencionalidades tecnocráticas y se atrevan a internarse en las honduras de las cuestiones culturales. Que construyamos desde ahí -con el objetivo estratégico de “la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria”– nuestro lugar en el mundo. Con estos principios elementales, los enemigos se revelarán solos.
De no ser así, terminaremos disgregándonos, desapareciendo. Individualmente nadie llegará a ser más que nadie aunque tenga un peso más, un dólar más, en el bolsillo o en el corralito. Porque, como dijo José de San Martín, “serás (seremos) lo que debas (debemos) ser o, si no, no serás (seremos) nada”. Amigos, compañeros, correligionarios, conciudadanos, en fin compatriotas, el tema está claro, ¿no?

* Actor de cine, teatro y televisión, protagonista de El general y la fiebre, “Hombres de Ley”, “Discepolín”, “El gato y su selva”, Un guapo del 900, Israfel, “Discépolo, la esperanza del poeta”. Fue secretario de Actas, Prensa y RRPP, y secretario general de la Asociación Argentina de Actores. Esta nota continúa una serie iniciada ayer por una opinión del cineasta Jorge Coscia.

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