Miércoles, 29 de junio de 2011 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
La polémica en torno del debate televisivo entre Macri y Filmus por las elecciones en la ciudad de Buenos Aires le permite a María Graciela Rodríguez hacer consideraciones sobre el papel de los medios y su condición de actores políticos en el escenario de la cultura.
Por María Graciela Rodríguez *
La discusión sobre el debate entre Mauricio Macri y Daniel Filmus trae a colación los vínculos entre cultura, política y medios de comunicación, una tríada que es profundamente constitutiva de la contemporaneidad. Su desmenuzamiento y análisis ameritarían largas y sesudas reflexiones, porque exceden los límites de un hecho puntual como lo es un debate entre candidatos preelectorales.
No obstante, y sin desmerecer aquello, aquí me gustaría detenerme solamente en dos cuestiones que comenzaron a correr a lo largo de los días, después de que Filmus impusiera condiciones apartadas del sentido común. Las dos cuestiones sobre las que me gustaría detenerme en esta oportunidad son, por un lado, el gesto político (en la plenitud del sentido de “político”) de Filmus y, por el otro, el rol de la televisión pública.
En los últimos años nos hemos acostumbrado a que la agenda político-electoral la motoricen algunos programas de televisión relacionados con el multimedios Clarín. Los candidatos, funcionarios, legisladores son convocados a ir a los platós televisivos donde responden preguntas elaboradas por el periodismo anfitrión. Es una lógica de la “invitación”, en que el dueño de casa propone el menú y los invitados se limitan a comentar sobre lo ofrecido. Dicho de otro modo, estos programas construyen el marco donde dialogar, encuadran los intercambios, deciden sobre interlocuciones posibles. De algún modo, y con la contundencia que dan la rutinización y la repetición, la ciudadanía ha ido naturalizando la legitimidad de estos espacios que aparecen, así, como los únicos posibles. No obstante, con su gesto de negarse a debatir con Macri exclusivamente en ese espacio televisivo, y de proponer, en cambio, que se multipliquen, Filmus produce dos cosas: por un lado, rompe con la naturalización, quebrando la ilusión de que es el medio el único habilitado para proponer el marco de interlocución, porque es el que “invita”; y por el otro, se corre del lugar de invitado y se impone como actor de peso pleno en la contienda.
Y lo notable es que hace esto desde la propia esfera de la política, ámbito donde efectivamente se asienta el debate preelectoral. Esto implica una rotación en la dirección de las acciones, porque es el actor político el que inicia la jugada. El detalle es que el multimedio también es un actor político. No obstante, la diferencia es que siempre disfrazó sus intenciones con la muletilla de la libertad de expresión, mientras que los candidatos políticos son, justamente, y va de suyo, actores políticos. Asombra entonces gratamente el gesto de Filmus, porque invierte la dirección naturalizada.
Además, el otro tema que ha puesto en el tapete el gesto del senador es la cuestión del rol de la televisión pública en el encuadramiento de estos debates. Y acá también se juegan condicionantes perceptivos ligados a una sedimentación cultural, de tiempos muy largos, arraigados en la ciudadanía. Y es que en el imaginario de la televisión pública aún permanecen, si bien en algún sentido como retazos, imágenes diversas pero pregnantes: la Argentina Televisora Color inaugurada por los militares para el Mundial 78, y también la que luego llenó sus pantallas con cortes de manzana, tetas y timbas.
El cambio de nombre en los sucesivos gobiernos no terminó de limar esas imágenes, que todavía hoy persisten como pátinas oleosas.
Sin embargo, la televisión pública es, por derecho ciudadano, el espacio más adecuado para la realización de este debate. En primer lugar, porque es una señal gratuita, a diferencia de las señales de cable que son pagas; y en segundo lugar, porque el Estado es la única garantía de respeto y neutralidad. Si no cumple ese papel de garante, entonces puede ser sancionada a través de mecanismos auditables de control social.
Pero, claro, ése es otro debate.
* Doctora en Ciencias Sociales. Idaes-Unsam / FSOC-UBA.
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