LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Washington Uranga advierte que, en medio de los debates mediáticos, la información pierde relevancia y de esta manera se priva al ciudadano de un insumo básico para ejercer su derecho a la información y a la comunicación.
› Por Washington Uranga
La tarea periodística hoy enfrenta nuevas complejidades. Ni mejores ni peores que aquellas a las que tuvieron que dar respuestas los colegas de otros tiempos. Sencillamente distintas. Pero esa sola situación demanda prestar atención, no repetir respuestas hechas, reflexionar sobre la profesión y la responsabilidad de los periodistas (de los comunicadores en general) en el escenario mediático, que es político y social simultáneamente.
En medio del debate entre periodismo con distintos adjetivos (independiente, militante y otros afines), lo que resulta más sorprendente y al mismo tiempo grave es que la información, la noticia, insumos esenciales de la tarea de los periodistas, está desapareciendo en medio de los enfrentamientos económicos, políticos, del juego de las opiniones y los intereses de todo tipo. ¿A quién se perjudica? Esencialmente a los ciudadanos que resultan privados de la información, un insumo fundamental para construir su propia opinión.
Hoy la noticia es un producto escaso –cuando no inexistente– en muchos servicios informativos cargados de opiniones, puntos de vista, intereses y, en no pocos casos, de mala fe y de intenciones nunca transparentes.
No será quien escribe el defensor de la presunta objetividad periodística construida por la tradición liberal. Tal objetividad no existe (ni existió nunca). En primer término, porque la selección de un hecho y no de otro para presentarlo a las audiencias como noticia exige poner en juego puntos de vista, establecer prioridades, recortes, tomar esto y dejar aquello. Y seguidamente, la forma de presentar cada hecho, la elección de las fuentes, de resaltar este aspecto o aquel otro, demanda una construcción que se apoya en miradas y perspectivas sobre ese acontecimiento en particular, pero también sobre la historia, sobre los contextos, sobre los escenarios.
Esto ha sido y será siempre así. Para todos. Para quienes se autocalifican de “independientes” y, a renglón seguido, “objetivos”, y para quienes se consideran a sí mismos “militantes” y, por este mismo motivo, defensores de una causa que está por encima de cualquier pretendida objetividad.
Ninguna posición resulta reprochable siempre y cuando se ejerza con honestidad, con la mayor veracidad (entendiendo por ello la sujeción a la verdad de los hechos) y transparencia respecto de las intenciones de quien construye la información. Hoy por hoy puede resultar hasta lamentable la actitud de ciertos protagonistas del escenario informativo argumentando en favor del periodismo “independiente” y de la “objetividad” mientras queda a la vista, de manera indubitable, que le hacen el juego a intereses políticos, económicos y corporativos. Lo mismo podría decirse de otros que dejaron de pensar con sus cabezas y comenzaron a hacerlo a partir de sus billeteras mientras se autoproclaman adalides de la “libertad de expresión”.
Mayor respeto merecen (por lo menos para quien esto escribe) aquellos que, a la luz del día, dejan en claro que su ejercicio periodístico se encolumna en determinada causa política, social o cultural de la que se sienten defensores o militantes.
Los primeros construyen el discurso periodístico sobre la falacia de la neutralidad, pretendiendo con ello seducir audiencias mientras se quitan de encima las responsabilidades que les implicaría reconocerse voceros de determinados intereses o posiciones. Los segundos, a sabiendas, corren el riesgo de ser rechazados por sus posiciones políticas o ideológicas.
En el mundo capitalista los medios de comunicación tienen dos propósitos centrales: generar ganancias e incidir. De lo primero se encargan los empresarios, los dueños del capital. A los periodistas les toca colaborar en lo segundo. Está ampliamente demostrado que los medios de comunicación no determinan la forma de pensar de las audiencias, pero sí tienen una incidencia decisiva en el establecimiento de las agendas, es decir, en los temas que se ponen en cuestión en el escenario público, aquello sobre lo cual la gente piensa.
Allí está el primer punto. Lo que se pone en juego y lo que se sustrae de la agenda pública. Desde una perspectiva genuina de ejercicio del derecho a la información y a la comunicación cada medio es responsable de ofrecer una mirada completa (la mayor cantidad de temas) y compleja (diversidad de miradas sobre cada tema). El derecho a la información no debería ser el resultado del peregrinaje individual de cada ciudadano por todos los medios existentes con el fin de completar la agenda y así tener distintas perspectivas sobre el mismo tema, para llegar a obtener, en el mejor de los casos, su propio producto noticioso o en su defecto una suerte de “promedio” entre todos.
No es posible, no es justo y no responde a ningún criterio de derecho ciudadano.
En la sociedad moderna los medios de comunicación son actores políticos de primera línea. Y nadie podría objetar que jueguen tanto sus intereses económicos como políticos. Pero esto debe ser transparente y no puede ir en desmedro del derecho ciudadano a la información y a la comunicación. En medio del debate político comunicacional, de las opiniones antes que las noticias, la gran desaparecida es la información, insumo vital, irremplazable, esencial para la formación de la opinión ciudadana, para el ejercicio de la libertad y para la toma de decisiones responsables y fundadas.
Ya no se trata de discutir solamente entre “independientes” y “militantes”. Es necesario recordar que la tarea y también la responsabilidad primaria que tienen los periodistas es informar. Por encima y al margen de la opinión. Rescatar el valor y la importancia de la noticia es una responsabilidad profesional y un compromiso ciudadano.
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