Miércoles, 14 de enero de 2015 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Marcelo García sostiene, a propósito de la barbarie en Charlie Hebdo que, como todas las libertades, la de expresión es contextual, enmarcada en normas, costumbres, climas de época y consensos sociales, reclama un orden mundial con nuevas normas de convivencia y descarta el “ojo por ojo” como alternativa.
Por Marcelo J. García *
Ser Charlie o no ser Charlie está lejos de ser la pregunta que Occidente tiene que responder a la hora de pensar y ejercitar sus libertades, entre ellas la libertad de expresión, en un teatro de operaciones global signado por irracionalidad y el temor.
El mundo se hizo aldea global a la McLuhan pero olvidó escribir reglas globalmente aceptadas. El sistema de Naciones Unidas y derecho internacional nacido a la luz del fin de la Segunda Guerra Mundial quedó entrampado bajo los escombros de las Torres Gemelas y de las guerras “preventivas” en Medio Oriente en la última década. Sin ellas, no queda casi nada que la “comunidad internacional” acepte como común y legítimo.
Occidente irradió sus valores al mundo con la esperanza, bienintencionada e interesada a la vez, de que su mirada dominara la cultura global. Lo logró, pero sólo a medias. Y hoy el mundo está ingresando sin retorno en una nueva Westfalia planetaria, cuya marca principal es la regionalización de la disputa por la hegemonía.
Entre la comedia absurda en torno de The Interview, cuya escenificación del asesinato de Kim Jong-un causó un entuerto diplomático entre Estados Unidos y Corea del Norte, y la tragedia desatada contra la revista Charlie Hebdo en París, hay una distancia corta que revela un desafío más profundo para Occidente: cómo defender sus valores en un mundo que no los toma –ni los tomará– como propios.
No hace falta caer en el reduccionismo religioso del choque de las civilizaciones de Samuel Huntington para comprobar que existe un conflicto estructural. La cuestión religiosa es sólo la punta del iceberg de la diputa geopolítica, o la forma más reduccionista de explicarla.
Henry Kissinger, quien difícilmente pueda ser acusado de anti Occidental, escribe en un libro publicado hace pocos meses (World Order. Reflections on the Characters of Nations and the Course of History, Allen Lane, 2014) que lo que necesita el mundo es precisamente un orden mundial en el que las grandes tradiciones continentales o regionales del mundo (Europa, Estados Unidos, Islam y China, enumera) acuerden un conjunto de reglas mínimas de convivencia. El orden, escribe Kissinger, tiene que ser “cultivado, no impuesto” y reflejar “dos verdades”, a saber: “El orden sin libertad... genera eventualmente su contrapeso; pero la libertad no puede asegurarse o sostenerse sin un marco de orden que logre mantener la paz”. Orden y libertad, concluye, no son opuestos sino interdependientes.
La reacción natural de Occidente de defender la libertad de expresión en términos absolutos ante la barbarie es sana y muestra la solidez de sus valores. Pero lo que queda es la pregunta sobre si, más allá de la reacción espasmódica ante el horror, marchar por las calles de Europa con carteles que dicen “Je suis Charlie” es la forma más inteligente y efectiva de hacerlo.
Como todas las libertades, la de expresión es contextual, enmarcada en normas, costumbres, climas de época y consensos sociales. El orden que requiere la libertad para poder existir es un orden que requiere responsabilidad en su ejercicio. Los gobiernos de Estados Unidos y de Francia entendieron esto cuando en septiembre de 2012 pidieron al unísono a Charlie Hebdo que deje por un momento de lado su habitual y orgullosamente autodeclarada “irresponsabilidad” y evite publicar unos dibujos del profeta Mahoma desnudo. Nadie cuestionó el derecho de la revista de publicar lo que quisiera, pero sí la decisión de hacerlo en un contexto signado por la violencia. La revista siguió adelante, y el gobierno de Francia decidió cerrar por precaución 20 de sus embajadas.
Los gobiernos de las democracias occidentales tienen el mandato y el deber de defender la libertad de todos los que quieran ser Charlie, pero tanto gobiernos como ciudadanos tienen la responsabilidad de entender el mundo en el que viven y tratar de construir, con su actos concretos y cotidianos, el mundo en el que quieren que vivan sus nietos. Las caricaturas de Charlie Hebdo, mal que nos pese, se inscriben en el sintagma de un mundo en el que se viralizan por las redes las decapitaciones del Estado Islámico tanto como las torturas de Guantánamo. El ojo por ojo nos va a dejar ciegos. Y la posibilidad de que surja un orden mundial vivible es que sus integrantes mantengan sus propios valores pero, con ojos bien abiertos, adquieran también, como agrega Kissinger, una “segunda cultura que sea global, estructural y jurídica; un concepto que trascienda las perspectivas y los ideales de una región o una nación”. Sí, Occidente también.
* Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA-FSOC). Integrante de SIDbaires.
@mjotagarcia
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