Miércoles, 21 de enero de 2015 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Ante el crecimiento de los medios públicos en la región, Augusto Dos Santos advierte también sobre la necesidad de formar comunicadores públicos con una perspectiva que responda a esta nueva realidad.
Por Augusto Dos Santos*
Desde Asunción
Los inicios del nuevo milenio, principalmente con el arribo de una corriente progresista que incluso ha puesto en tensión el bipartidismo en varias regiones del continente, han sido testigos de un inédito fortalecimiento de medios en propiedad del Estado.
Sean en puridad públicos, estatales, gubernamentales, debería discriminarse caso por caso y país por país, aunque si se midiera conceptualmente se vería que hay un déficit importante para que algunos medios de América latina se etiqueten como públicos, meta que supone que estas experiencias pueden demostrar: autonomía, pluralidad y universalidad. Las dos primeras son, siempre, las pruebas más difíciles.
De cualquier manera, éstos son procesos perfectibles que madurarán con el propio crecimiento de nuestras democracias. Mientras tanto, sería interesante preguntarnos: ¿La academia está formando comunicadores públicos? Y la respuesta es, en general, que no.
Salvando las excepciones que existen como posgrados, o énfasis o programas de capacitación, la escuela de periodismo en América latina no está brindando una respuesta similar al crecimiento que tienen los medios públicos en esta misma geografía.
Acaso, ¿no es lo mismo? Me preguntó un joven periodista al respecto de la formación que recibió durante cuatro años en la U.N.A. de Asunción. Le expliqué que la mayor parte de los catedráticos proceden de experiencias en medios privados que no sólo les inculcan –también con excepciones– que los medios públicos son una mala palabra, sino siempre han visto a los medios públicos como un “género menor”.
Por lo tanto, ya desde la academia los medios públicos están discriminados por una animadversión mezcla de ignorancia, desprecio in-culturado y temor a lo desconocido.
Si a ello se suman las enormes dificultades que existen en el continente para comprender conceptualmente “lo público”, se tiene un panorama que reivindica con cierta energía la instalación de un buen abordaje académico al respecto.
Fruto de la falta de conceptos son experiencias de medios públicos que entregaron sus banderas para convertirse en una mala fotocopia (mala-más-fotocopia) de la televisión privada, competencia en la que tienen tanta posibilidad de ganar como un equipo de hockey sobre hielo en el desierto de El Azizia.
Hay deberes urgentes que deben conceptualizarse en la formación de los periodistas de medios públicos. Exorcizarse del rating y evangelizarse en el compromiso con un público en general, es uno de ellos. Despojarse de “los intereses corporativos” o “sectoriales políticos” y vestir la camiseta multicolor de la pluralidad es otro. Girar el rostro de la dependencia –que no es ni del plan empresarial ni del discurso de gobierno– hacia el único patrón: la ciudadanía, el votante, la comunidad, es otro. Realizar contenidos que no se orientan como bombazos al target sino como paraguas para la universalidad, es otro deber. Y otro es saber que se dialoga ya no con un público definido por su relación con el consumo, o su clientazgo político sino que adquiere en este caso la generosa identidad de “los públicos” en tanto esta comunicación asume que produce para culturas e identidades diversas.
Pero el aprendizaje más importante vive y reina en una sola baldosa donde posan los zapatos del comunicador público: el asumir cuál es su lugar. Y su lugar parece ser un sitio en la mitad del mundo que debate desde todos los costados, con la inexcusable responsabilidad que tienen todos los servidores públicos.
La comunicación pública se ha expandido como nunca en la historia de América latina, y es por ello que la pedagogía de su concepto merece ir a la escuela.
* Comunicador social, periodista. Ex ministro de Comunicación para el Desarrollo de Paraguay durante el gobierno del presidente Lugo.
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