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El cuento por su autor

Hace unos años Laiseca me contó uno de esos cuentos de paisanos y aparecidos. No recuerdo exactamente la historia, y en estos días le dije que volviera a contármela (para contársela a ustedes) y él tampoco se acordaba. La cuestión es que de ese cuento me había quedado una sentencia, algo que un paisano le decía a otro: trae mala suerte matar a una garza. “A una cigüeña”, me corrigió ahora Lai cuando volvimos a hablar del asunto.

¿Por qué sería de mal agüero matar a una garza?, me preguntaba. Ahora, siendo una cigüeña, tiene más sentido, creo.

Poco después de aquella charla, yendo para el Chaco, en auto, vi algo que me dejó impresionada. Era un camino viejo, una ruta con el asfalto reventado por el paso de los camiones de carga. Había que ir a una velocidad baja por los cráteres inmensos y porque antes que nosotros había pasado un camión lleno de granos, dejando un reguero de semillas que decenas de pájaros bajaban a comer y no se resignaban a dejar de comer hasta que tenían el coche encima. Por eso fue que pude verlo.

Al costado de la ruta una arboleda, que se veía desde lejos. Me llamó la atención que las copas de los árboles estaban moteadas de blanco. Pensé en bolsas y papeles que la gente arroja por las ventanillas de los vehículos y que el viento llevaría hasta los árboles. Pensé qué manga de mugrientos, porque eran muchas bolsas y muchos papeles. Pero cuando estuvimos más cerca, eso no podían ser bolsas y papeles. Era otra cosa. Detuvimos el auto y me bajé para ver más de cerca. Y algo, un ruido o vaya a saber qué, puso en movimiento aquella cosa que se levantó como espuma de la arboleda. Un dormidero de garzas.

Del cuento de paisanos y aparecidos y de esta postal de ruta salió este relato, que fue publicado en 2012, en la revista Acción.