Miércoles, 11 de mayo de 2016 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Hugo Muleiro denuncia la descalificación que desde los medios de comunicación y desde funcionarios del Gobierno se hace a personas que protestan o manifiestan una posición diferente a la de la alianza gobernante y sus aliados.
Por Hugo Muleiro*
Un estudiante del área de comunicación ingresó a la sede de su universidad privada en el centro de Buenos Aires al anochecer del 29 de abril y comentó jocosamente que comprendió qué sucedía en la ciudad, con el acto de las centrales sindicales por el Día de los Trabajadores: “Es 29, el día del ñoqui”, dijo. En ámbito y circunstancias parecidas, otro encontró ridículo que profesores de la Universidad de Buenos Aires estuvieran dando clase a sus alumnos en los trenes del subterráneo, en demanda de los fondos necesarios para que la casa de estudios se mantenga en funcionamiento.
Estas anécdotas parecen ser derivaciones relativamente inocuas de la descalificación radicalizada dirigida a las personas que protestan y, por extensión, a las que manifiestan una posición diferente a la de la alianza gobernante y sus aliados. Funcionarios de alto rango, empezando por el Presidente, son partícipes directos en la creación de este clima. Lo hizo Macri, sin ir más lejos, dos días después de aquella concentración, cuando eligió el Primero de Mayo para insistir con su denigración de los empleados estatales, con referencias nada rigurosas al ausentismo, el no cumplimiento de obligaciones, el “abuso” de licencias. Lo había hecho también Prat-Gay, con la “grasa militante”.
La lista, a la que ingresa también Gabriela Michetti, puede ser muy tediosa, por extensa, pero aún así resulta insuficiente para explicar la maledicencia de unos sectores de la sociedad, los que tienen una posición favorable al cambio de gobierno registrado en diciembre, hacia los que deploran ese cambio o que, habiéndolo apoyado con el sufragio, hoy empiezan a expresar disconformidad, sobre todo por las consecuencias de la política económica a favor de las capas más ricas y del negocio financiero a escala internacional.
La adopción y expresión por cuenta propia de fórmulas y enunciados políticos aniquiladores, que en realidad refieren a asuntos de alta complejidad, requiere un alud de mensajes bien delineados, sin fisuras y, sobre todo, repetidos. Solo así se puede lograr, por ejemplo, que haya quienes puedan creer que los despidos en el Estado traerán, a la larga, una mejora a la economía general y, peor aún, quienes celebren que queden compatriotas desocupados, al considerarlos merecedores de esa suerte por ser “K”. Únicamente un sistema de martilleo de ciertas imágenes y titulares y de censura de otros puede conseguir que, en algunos sectores, toda referencia relativa a la corrupción quede estrictamente circunscripta al gobierno concluido en diciembre.
El tono y el peso de las palabras aumenta peligrosamente cuando los medios que respaldan al gobierno macrista se refieren a quienes se manifiestan a favor de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el sector que conduce: fanáticos, semianalfabetos, adoradores, papanatas que conforman una “secta” que sigue ciegamente unos “ritos”. Todos términos que pueden encontrarse en diarios, radios y canales de televisión pro oficialistas.
Esta agresividad no queda restringida a las expresiones desafortunadas de personas que en verdad son rehenes de un círculo de informaciones y opiniones que no les deja ver por sus propios ojos. Hay episodios en que la intolerancia y el desprecio se corporiza en agresiones físicas o en su convalidación despreocupada, como ocurre con los ataques a locales partidarios kirchneristas. En la localidad entrerriana de Basavilbaso y en la bonaerense de Puan hubo actos de vandalismo en bustos de Eva Perón. En Bahía Blanca una empresa tomó nota de este clima de época y, en la convocatoria abierta para un puesto de trabajo, incluyó como condición que los postulantes no se identifiquen con el peronismo ni ninguna otra organización vinculada con la fuerza política que gobernó hasta diciembre.
Que el conjunto de estas expresiones y acciones provenga de quienes implantaron en el país la idea de la “grieta” y acusaron al gobierno anterior de generarla es poco más que una paradoja anecdótica. Es un desafío profundo, en cambio, determinar si el conjunto de la sociedad tiene reservas suficientes para evitar que esta ferocidad se expanda y llegue a impedir el ejercicio de derechos elementales, como los de trabajar, reunirse, expresarse, manifestarse.
* Escritor y periodista, presidente de Comuna (Comunicadores de la Argentina).
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