Por Anahí González*
Serpientes de papel sobre la mesa, vestidos mutantes, azules, naranjas, amarillos. Antes de tus manos, bien pudo cualquier dulce ser un animal ingenuo. Pero tu lengua. La materia se presta a perder forma, se adhiere al paladar y sube al vértice de la saliva, donde todo puede ser placer y dolor.
Tu lengua es un río caliente que imprime cicatrices a la tierra, cada vez que corre. En ese río hay cuerpos con distinto sexo, desenfreno y humedades.
Tu lengua llega hasta el primer hombre y la primera mujer, y los lame.
Hemos hallado gorriones en los huecos de las paredes y hemos dudado aún. Pero la belleza no puede negarse. Es una partícula de polvo flotando en la luz. Es hermana de la muerte. Es lo que respira, el pez en sus branquias, el león al acecho de la presa, el verde brote. Agua y fuego, y en el centro, la carne con sus venas y arterias, como una ofrenda.
Aquí estamos, aunque las piernas tiemblen o simplemente por eso, protagonistas y espectadores, hombre-mujer, cuerpos danzantes, figuras recortadas en un escenario vacío anhelando el salto triunfante hacia el aplauso, llenos de sudor frío y de lágrimas.
Entre tu cuerpo y el mío hay una oscura grieta por donde cae la infancia con todos su colores. Nos arrojamos, sin meditar, unidos en deseo, un solo deseo de asombro y plenitud. Allá vamos. La respiración es un árbol sacudido por el viento. Los dedos caminan errantes sobre la sutileza de los márgenes.
Ya hemos recorrido todas las sustancias y estamos de nuevo frente a frente, cada uno con su mejor juguete extendido para el otro, con las mejillas coloradas y el cabello revuelto. Una mariposa está muriendo, para que otra nazca en su reemplazo.
Otras veces, todo es grieta. Y en ese oscuro agujero, habita la nada. No hay siesta de verano en bicicleta, ni aroma de café con leche, ni figuritas de recreo en el patio de la escuela. Los juguetes están rotos o son para los otros. Entonces, comienza a llover en todas partes. La grieta es una herida de barro donde los cuerpos se hunden, rodeados de moscas y de silencio. Un paisaje desierto encontrado al azar en cualquier momento del ocaso.
La vida: un tobogán de madera, el cielo, el corazón como un ave que comienza a batir las alas, el viento en la cara, el estómago contraído y finalmente los pies pegados a la tierra. La vida: una pena que se arrastra con miseria, y hermosura. ¡Ah! La tierra. Ala-tierra. Volar y caer. Etéreo y material. Semilla en el aire y germinar, germinar, germinar.
* Lectora.
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