PLACER › SOBRE GUSTOS...

Dar la bienvenida

Por Marcela Molineri*

La luz colorada del reloj señalaba las tres y cuarenta y seis, esa hora indicaba el comienzo. En ese momento una tibieza húmeda me recorrió las piernas, sentí vértigo, miedo, unas ganas irresistibles de llorar y decidí compartirlo. El dormía plácidamente, casi sin soñar, dándole su espalda y sus finas piernas a lo que sucedía. Cuando escuchó mi voz, de un golpe saltó de la cama, nos miramos como si en esa mirada descubriéramos lo que pasaba, el despertar de lo anhelado estaba dando señales.
El tiempo nos superaba, se sucedían situaciones una tras otra, veloces. Nos reencontramos con los mimos ya en el taxi, rozándonos las piernas imaginábamos las horas por venir, el dolor se hacía sentir, pero el aire fresco de la ciudad silenciosa gratificaba mis sentidos.
En la clínica nos dijeron que estaba todo muy bien, que había que trabajar, que pronto llegarían los profesionales que me iban a asistir: la maravilla se había iniciado, habían pasado dos horas desde la primera humedad y ahora con la intensidad del dolor descubrí el extraño placer de la cercanía, de lo nuevo.
El anestesista calmó la desesperación, la partera se acercó conteniendo y el médico con esa serenidad que transmitía, hablaba de un pujo más, uno solo. Fueron unos pujos más, siguieron las intensas miradas con mi eterno compañero, nos invadía la risa y el llanto, la emoción se dejaba ver mientras ella se asomaba al mundo. De un cuerpo surgió otro cuerpo.
La maravilla había sucedido. Eran las nueve y dieciséis. Bienvenida, Lola.

* Lectora. Para escribir a esta sección:
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