PSICOLOGíA › SOBRE LAS ETAPAS Y LAS PAUTAS INCONSCIENTES DE CADA PRIMER ACERCAMIENTO EROTICO
El callado código de los cuerpos en la seducción
El primer acercamiento erótico entre dos personas sigue un camino de señales precisas, en el cual –según la autora de este trabajo– pueden discernirse cinco etapas, que van desde la inicial busca de atención del otro hasta “la sincronía de los cuerpos”. Cada una de estas etapas implica una codificación, de la cual sus portadores son apenas conscientes; y, en cada etapa, acecha el fracaso definitivo.
Por Cristina Tania Fridman*
En el flirteo humano, en el proceso de seducirse, las personas avanzan despacio; hay cautela. El que se acerque demasiado, toque antes de tiempo o hable con exceso, probablemente será rechazado. La seducción se desarrolla a partir de mensajes y, en cada coyuntura del ritual, cada participante debe responder correctamente; si no, el flirteo fracasará.
Los investigadores estadounidenses D. Givens y T. Perper observaron –en bares frecuentados por personas solas– cómo hombres y mujeres se seducían. Estas observaciones ayudan a entender los estadios, cada uno con etapas precisas, que constituyen un modelo universal de cortejo.
La primera etapa consiste en llamar la atención. Los hombres tienden a avanzar y mover los hombros, se estiran, se yerguen hasta alcanzar su máxima estatura y pasan el peso del cuerpo de un pie a otro. Exageran los movimientos del cuerpo; utilizan el cuerpo entero para emitir una carcajada; los gestos más simples son adornados, sobreactuados.
Luego está el balanceo hacia adelante y hacia atrás, tan frecuente en los hombres jóvenes. Esta puesta en escena es ya conocida por los primatólogos como “estar al acecho”. Los machos humanos se acomodan el cabello y la ropa, realizan otros movimientos de autocontacto y mantienen el cuerpo en acción. Los hombres de más edad anuncian su disponibilidad por medio de otras señales, que indican: “Aquí estoy, soy importante, soy inofensivo”.
La actriz Mae West dijo una vez: “Es mejor que te miren de arriba abajo a que no te miren”. Y las mujeres lo saben. Las más jóvenes, al abrir la fase de llamar la atención, sonríen, se balancean, cambian de pie, están al acecho, se estiran, se mueven dentro de su territorio. Enredan los dedos en los rulos del cabello, tuercen la cabeza, alzan los ojos tímidamente, ríen nerviosamente, levantan las cejas, hacen sonar la lengua, se lamen los labios, se sonrojan y ocultan la cara para enviar la señal: “Aquí estoy”. Algunas mujeres arquean la espalda, empujan hacia adelante los pechos, menean las caderas y se retocan el maquillaje. Así las mujeres indican a los hombres su disponibilidad.
La segunda etapa, del reconocimiento, comienza cuando se encuentran las miradas: una sonrisa o un leve cambio de postura corporal, y la pareja está en condiciones de iniciar una conversación. La tercera etapa, la charla, suele ser una conversación lánguida, a menudo inconsecuente, que Desmond Morris identifica como “charla de enamorados”. Las voces se vuelven más agudas, suaves y acariciantes. Las mejores aperturas son los cumplidos o las preguntas, ya que demandan respuestas. Lo que se dice muchas veces importa menos que cómo se dice.
Pero hablar es peligroso: la voz humana es como una firma que revela, no sólo las intenciones de su dueño, sino también su entorno cultural, su grado de educación e intangibles idiosincrasias de carácter que, en un instante, pueden atraer o repeler al pretendiente. Desde chicos se nos enseña a controlar las expresiones faciales pero casi nadie es consciente del poder de la voz.
Numerosos romances potenciales fracasan enseguida de iniciarse la conversación. Si una pareja sobrevive a esta embestida perceptiva y cada uno comienza a escuchar activamente al otro, puede pasar a la etapa siguiente: el contacto.
La etapa del contacto físico comienza con “señales de intención”: inclinarse hacia adelante, acercar un pie o palmear el propio brazo como si fuera del otro. Después, uno de los dos toca al otro en el hombro o cualquier otra parte del cuerpo de modo casual pero perfectamente calculado. El receptor percibe este mensaje de inmediato. Si vacila, la seducción ha terminado. Si retrocede, el emisor puede no intentar tocarlo nunca más. Pero si se inclina en su dirección y sonríe, o si retribuye con un contacto deliberado, entonces se habrá superado una barrera enorme. Estos juegos son básicos, y todas las culturas tienen códigos que indican quién puede tocar a quién y cuándo, dónde y cómo.
La quinta etapa, la sincronía física, es el componente final y más enigmático de la seducción. Si los enamorados llegan a sentirse cómodos, pivotean sobre sí mismos hasta que, con los hombros alineados, quedan frente a frente. Esta rotación hacia el otro puede comenzar antes que la charla u horas después. En todo caso, pasado cierto tiempo, ambos comienzan a moverse en espejo. Luego desincronizan sus movimientos, y después vuelven a copiar al otro, cada vez más. Se mueven con ritmo perfecto mirándose profundamente a los ojos. Este compás del amor, de la sexualidad, puede interrumpirse en cualquier momento. Pero, si la pareja ha de pasar la prueba, recuperará el ritmo y continuará con su danza de apareamiento. Quienes hayan logrado esta sincronía de los cuerpos saldrán juntos del bar.
En muchas culturas los individuos adaptan sus ritmos cuando se sienten a gusto unos con otros. Y este mecanismo especular humano comienza en la infancia. La danza, la necesidad de mantener el compás del otro, responde a una mímica rítmica (que, por lo demás, es común a muchas especies. Nada más básico en el cortejo entre animales que el movimiento rítmico). Parece razonable suponer que la sincronía corporal es una etapa universal del proceso humano de flirteo: en la medida en que nos sentimos atraídos por otro, empezamos a compartir un ritmo.
“Delicioso fenómeno”
Toda mujer sabe cómo corresponder a los requerimientos amorosos de un hombre atractivo. Sabe cómo frenar una relación no deseada o cómo alentar a su posible pareja. La mayoría de las mujeres no puede precisar con exactitud cómo lo hace; muchas ni siquiera se dan cuenta de que la técnica es casi enteramente no verbal. Se define a este delicioso fenómeno como “estar en disposición para el galanteo inmediato”.
Hay una tensa inflexión muscular: los músculos se comprimen respondiendo al llamado de atención, de manera que todo el cuerpo se pone alerta. En el rostro, las arrugas tienden a desvanecerse, del mismo modo que las bolsas debajo de los ojos. La mirada brilla, la piel se colorea o se torna más pálida y el labio inferior se hace más pronunciado. El individuo que generalmente tiene una postura imperfecta suele enderezarse, disminuye milagrosamente el vientre prominente y los músculos de las piernas se ponen tensos. También se altera el olor del cuerpo y algunas mujeres afirman que se modifica la textura de su cabello. Una persona puede sufrir todas esas transformaciones y no tener conciencia de ellas.
La pareja en pleno galanteo también suele ocuparse de su arreglo personal: las mujeres juguetean con el cabello o se acomodan repetidas veces la ropa; el hombre se pasa la mano por el cabello, se estira las medidas o se toca la corbata. Por lo general, estos gestos se hacen en forma automática, no consciente.
A medida que avanza el flirteo, las señales son obvias: miradas rápidas o prolongadas a los ojos del otro. Pero también hay signos menos obvios: las parejas se enfrentan, rara vez vuelven el cuerpo hacia un lado sino que se inclinan el uno hacia el otro y a veces extienden un brazo o una pierna como para no dejar pasar a ningún intruso.
Hay roces que son sustitutivos: una mujer puede pasar suavemente el dedo por el borde de una copa en un restaurante o dibujar imaginarias figuras sobre el mantel. Las personas ladean la cabeza y emplean señales genéricas como la inclinación pelviana, señal tan sutil y automática que una mujer que, distraídamente, camina por la calle, se asombra al registrar una sensación semejante en su pelvis cuando se cruza con un hombre que le resulta atractivo. Mostrar la palma de las manos es quizás el más sutil de todos los signos, así como se ocultan las palmas ante alguien que no nos agrada. La mujer, para atraer al hombre, muestra su sexualidad y luego lo tranquiliza mediante un comportamiento infantil: miradas tímidas, la cabeza inclinada hacia un lado, gestos ingenuos. El hombre manifiesta su masculinidad parándose muy erguido y gesticulando agresivamente, pero luego tranquiliza a la mujer asumiendo el comportamiento de un niño. Entre los animales hay comportamientos paralelos a éstos, y proceden del real peligro físico que involucra el cortejo. Para los seres humanos el galanteo encierra verdaderos riesgos emocionales, aunque muy pocas personas tienen conciencia de ello.
* Texto incluido en el libro La nueva sexualidad de la mujer, de León Roberto Gindin (Ed. Norma), de reciente aparición.