PSICOLOGíA › ACERCA DEL HUMOR EN LA PERSPECTIVA DEL PSICOANALISIS
“Disculpen si no me levanto”, dijo Marx
Por Elsa Villagra*
Según la tesis de Sigmund Freud, el humor es uno de los recursos que brinda la cultura para hacer frente a la compulsión del hombre al sufrimiento –es pertinente agregar que se trata de un sufrimiento ocasionado en gran parte, por la cultura misma–. En 1927, en su artículo “El humor”, Freud afirmaba que el superyó, al provocar la actitud humorística, en el fondo rechaza la realidad y se pone al servicio de una ilusión: lo que se rechaza es la realidad que aplasta, aquella que no causa sino que anula la posición deseante. A la vez, si entendemos que la realidad es una construcción, que cada sujeto vive, de acuerdo con esa ventana singular que constituye para cada uno su propio fantasma, el recurso de rechazar aquello que agobia es una operación que permite construir una realidad diferente, donde el deseo pueda sostenerse. Así, el humor se encuentra en línea con la sublimación y el fantasma; el humor es una operación sobre aquello que ocasiona sufrimiento y que, al ponerse al servicio de una ilusión, habilita el sostén fantasmático que relanza el deseo. Tal como en el breve poema de Samuel Beckett: “Frente a lo terrible, hasta hacerlo risible”.
Jean Paul Richter –citado por Freud y también por Pirandello– caracteriza el humor como “la inversión de lo sublime”. A diferencia de lo bello, vinculado con el placer y la armonía, lo sublime sería “el terror que deleita”. En esta referencia a lo sublime invertido puede ubicarse una de las características más importantes del humor: el sentimiento de lo contrario. “Esta inversión –dice Richter en su Introducción a la estética– desciende a los infiernos pero abre las puertas del cielo.” Y agrega: “Cuando lo pequeño, como en el humor, es medida y ligadura infinita, genera una risa en la que hay dolor y grandeza”. Desde esta perspectiva podemos entender el “afecto ahorrado” en el humor, que menciona Freud. En 1905 –El chiste y su relación con el inconsciente–, al establecer las diferencias con el chiste y la comicidad, Freud lo plantea así: “Su condición está dada frente a una situación en la que, de acuerdo a nuestros hábitos, estamos tentados a desprender un afecto penoso, y he ahí que influyen en nosotros ciertos motivos para sofocar ese afecto in statu nascendi”. Ese afecto o sentimiento penoso es interceptado por la actitud humorística y produce una pérdida de goce, con la consecuente ganancia de placer.
La comicidad que ridiculiza y desenmascara contribuye con el humor a confrontarse con el revés de la idealización y a rebajar aquello que parecía más eminente. El chiste, la ironía, lo cómico, se diferencian pero confluyen con el humor, y esta confluencia tiene gran importancia para pensar las intervenciones del analista, bajo condiciones tan adversas como las que se nos presentan actualmente. Ante la desesperación que hace perder el control de los actos y ubica al sujeto como carente de recursos, es necesaria una intervención que permita abrir la pregunta y acotar la posición gozosa. Parafraseando a Kafka, “se trata de arrancar a la desesperación el suelo que está pisando”.
Lacan utiliza un luminoso retruécano para referirse al chiste: “El placer de la sorpresa y la sorpresa del placer”. Sabemos de la importancia que tiene la posibilidad de sorprender y sorprenderse, para poder despertar. El fin de un análisis debiera traer una nueva y distinta capacidad de reírse, sobre todo de uno mismo y hasta de la propia muerte, como en el ejemplo freudiano del hombre que, conducido un lunes al cadalso, comenta: “Mala manera de empezar la semana”. Groucho Marx también dio testimonio. Su epitafio, redactado por él, dice: “Disculpen si no me levanto”.
* Psicoanalista.