PSICOLOGíA › DESDE LA “PULSION DE DOMINIO” Y LAS IDENTIFICACIONES TEMPRANAS HASTA EL FEMINISMO
Cómo construyen las mujeres su deseo de poder
Un deseo que se consideró tan masculino, el de poder, puede seguirse en las mujeres, en un itinerario que –articulando conceptos de Foucault, hipótesis de la teoría psicoanalítica y formulaciones del feminismo– va desde las primerísimas relaciones con la madre hasta la posibilidad de constituirse, no ya en objetos sino en sujetos de los pactos de poder.
Por Mabel Burin *
La articulación entre hipótesis psicoanalíticas y de género permitirán comprender cómo se construye el deseo de poder en el género femenino.
Estamos acostumbrados a pensar en el poder como aquello que hace presión sobre el sujeto desde el exterior, como lo que subordina a algo o alguien de un orden jerárquicamente inferior. Pero si tenemos en cuenta las formulaciones de Michel Foucault, entenderemos al poder como parte de lo que también constituye a un sujeto, como parte de su condición de existencia que también determina y da significaciones a sus deseos. Así, existiría un modo prefoucaultiano de pensar el poder, como alguien que manda y alguien que obedece, y modos posfoucaltianos según los cuales el poder tiene múltiples focos, y lo que se juega entre los sujetos son las relaciones de poder. Las teorías de género han puesto el énfasis en este aspecto de los vínculos entre varones y mujeres: las relaciones de poder entre ambos.
La filósofa Judith Butler (Feminaria Buenos Aires, julio de 1999, “La vida psíquica del poder. Teorías de la sujeción”) afirma que en los procesos por los cuales nos constituimos como sujetos están implicadas las relaciones de poder; en esto coincide con todos los estudios realizados desde la perspectiva psicoanalítica del género que destacan los tempranos vínculos madre-hijo como relaciones de poder. Aunque en tales relaciones quien en apariencia detenta el poder es el adulto, habitualmente la madre bajo la forma del poder afectivo –en las familias tales como lo las hemos conocido hasta ahora, una madre signada a su vez por relaciones de poder que a ella la han determinado–, sin embargo ese poder que aparece inicialmente como externo, imponiéndose al sujeto, rápidamente en el desarrollo del psiquismo temprano asume una forma psíquica que constituye una parte sustancial de la construcción de la subjetividad.
Ese temprano vínculo que se juega en términos de relaciones de poder prontamente es internalizado por el infante que habrá de devenir en sujeto –psíquico y social– y va a incidir notablemente en el modo que organice su subjetividad sexuada, femenina o masculina según los ordenamientos genéricos culturales que hasta ahora fueron distribuidos en forma binaria y polarizada para ambos géneros.
En el caso del deseo de poder, un movimiento pulsional surge desde los primeros tiempos en la construcción del aparato psíquico: la pulsión de dominio. Surge en los tiempos primordiales de la constitución del sujeto, cuando los estímulos dominantes son los del propio cuerpo pulsional, que demanda la reducción de las tensiones. En ese movimiento tensión-distensión, a partir del cual aparece el primer objeto capaz de satisfacer esa necesidad, que en nuestros ordenamientos culturales es la madre, se inicia la pulsión de dominio. en donde se juegan los movimientos activos y pasivos de dominar-dominarse-ser dominado.
Ya en ese momento temprano se inscriben las relaciones de poder entre un sujeto, en sus momentos fundantes, con un objeto que detenta el poder necesario para satisfacer su estado de necesidad. Sin embargo, los destinos pulsionales no son iguales para varones y para mujeres en nuestro ordenamientos culturales. Las teorías psicoanalíticas del género nos han demostrado ampliamente, a través de los estudios de autoras como E. Dio Bleichmar, Nancy Chodorow o J. Benjamín, que las niñas suelen ser más dóciles en ceder ante las presiones y los ejercicios de dominación, en tanto que los varoncitos suelen ser más rebeldes y oponer mayor resistencia a quienes quieran subordinarlos mediante variadas técnicas de coerción. En esta línea, se ha descripto cómo las niñas suelen dominarse a sí mismas y a sus necesidades más tempranamente que los varones, que habitualmente conservan su impulsividad y el despliegue de recursos psicomotores para conservar su dominio de sí y de los otros. Las niñas suelen tener un destino clave para su pulsión de dominio en términos pasivos: dominarse y ser dominadas, en tanto el recurso activo del dominar queda postergado. En esos casos, su pulsión de dominio devendrá en deseo de poder en un sentido legitimado subjetiva y socialmente: el poder de los afectos. Uno de los modos en que se ejerce esta forma de poder es a través de la maternidad, un estilo de poder definido como capacidad para hacer crecer a otros o para inhibir su desarrollo. Otra de las formas de ejercicio de este poder en el género femenino se da como valor para potenciar, para encender el deseo de los hombres, o, como señalan algunas psicoanalistas, para actuar como musa inspiradora de la creatividad masculina o como señuelo para sostener el narcisismo fálico de los varones. En todos estos casos, el poder atribuido a las mujeres está orientado hacia el empowerment, o sea, hacia el empoderamiento de los otros, sean niños o varones adultos.
Esta versión de la pulsión de dominio y el deseo de poder se imbrica con la teoría psicoanalítica de las identificaciones tempranas: las niñas, en nuestros ordenamientos culturales, se identifican mayormente con una figura materna poderosa dentro del contexto familiar y doméstico: la “madre fálica”. Sin embargo, el poder materno pierde su figuración tempranamente, ya que sólo opera en los vínculos de intimidad, en el contexto familiar afectivo, pero sus modos de ejercicio de poder son poco eficaces para incidir en el mundo público. Casi todas las hipótesis psicoanalíticas describen este momento como el hallazgo de la “castración materna”, la impotentización de la figura materna más allá del ámbito doméstico. Las niñas se alejarán de sus madres con hostilidad, buscando en las figuras masculinas las fuentes de poder que garanticen una salida al ámbito público. Según otra hipótesis, por el contrario, las niñas mantienen su identificación con el deseo materno, en este caso el deseo insatisfecho de ejercer de otro modo sus deseos de poder, más allá del poder afectivo.
Este fragmento de las teorías psicoanalíticas clásicas acerca de la construcción del deseo de poder en los estadios tempranos del desarrollo femenino está cuestionado, gracias al avance del género femenino sobre el ejercicio del poder en el ámbito público de las últimas décadas, de modo que la representación psíquica tradicional de las mujeres como sujetos carentes de poder está siendo transformada subjetiva y socialmente.
Otro deseo entran en contradicción con el deseo de poder para el género femenino: el deseo de ser amada. Es un deseo gestado sobre la base de pulsiones amorosas que tienen como destino principal un desarrollo de afectos: el sentimiento de carencia, de falta, propio de aquellos sujetos que han sufrido un procedimiento de devaluación e inferiorización, y que en nuestra cultura patriarcal operó eficazmente en la construcción de la subjetividad femenina. Este tipo de deseos, los amorosos, que parecerían ser más propios del género femenino, llevarían a que las mujeres cuando ejercen poder en el ámbito público muestren rasgos característicos tales como buscar consensos y no oposiciones o confrontaciones, dado que los deseos amorosos tienden a acercar, a hacer ligaduras cada vez más complejas, y esto los distingue de los deseos hostiles que promueven la diferenciación, el recortamiento subjetivo. Las mujeres que en el ejercicio del poder ponen el acento en los deseos amorosos suelen dar señales de contacto positivo, para recibir, a su vez, respuestas positivas de los otros.
Algunas nuevas hipótesis explicativas de cómo se construyen los deseos, y su especificidad para el género femenino, podrían fundamentarse en la construcción de un repertorio deseante, no sobre la base de la falta, la carencia –según el supuesto de que deseamos aquello de lo que carecemos-sino también sobre la base de lo que hay, de lo que existe. Estoy planteando la recuperación de movimientos pulsionales a los quecondicionamientos histórico-sociales, operando sobre la construcción de la subjetividad, les impusieron un destino de represión. De esto se trata cuando proponemos la “clínica del empowerment”, destacando y potenciando los recursos previamente existentes, apuntando a la médula misma de la construcción del aparato psíquico, como podrían ser los movimientos pulsionales y del narcisismo temprano.
Para que estas transformaciones puedan ser posibles en el campo del psicoanálisis, debemos considerar los aportes del feminismo a algunas hipótesis psicoanalíticas. Destaco las teorías feministas en su operación, no sólo en el mundo público sino también en nuestras vidas privadas, en lo que puede llamarse “política de las subjetividades”. Este modo de pensar la política contribuyó a reflexionar sobre nuestros conflictos desde otra perspectiva: el enunciado de que lo personal es político.
Sin embargo, con los aportes del feminismo pronto se creó un espejismo de igualdad, de que a todo el género femenino le pasaba lo mismo, de que todo el colectivo de mujeres deseaba por igual. Las hipótesis psicoanalíticas pueden contribuir al análisis de las singularidades, de las diferencias entre las mujeres, a partir de los modos peculiares según los cuales cada sujeto va procesando sus conflictos.
Hasta ahora, los modos de ejercicio público del poder respondían al estereotipo masculino. Frente a esto, las mujeres que desean ocupar posiciones de poder en el ámbito público temen perder su identidad sexual. Para ocupar posiciones de poder son necesarios los pactos y negociaciones, que son mecanismos de relacionamiento en el ámbito público de los cuales hasta hace muy poco las mujeres estuvimos excluidas. Quizá sea necesario que nos preparemos para reconocernos como sujetos de negociación, para que los pactos que realicemos no sean necesariamente los clásicos pactos patriarcales sino que también lleven la marca de los valores e ideales que hemos construido históricamente como género.
* Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA).