PSICOLOGíA › TRABAJO CON GRUPOS DE CHICOS Y PADRES EN EL HOSPITAL ELIZALDE
En el servicio de Salud Mental del Hospital Elizalde, desde 2009 se hacen grupos, “talleres de arte” que reúnen a niños y adolescentes –y también a padres–, “como manera de habilitar las posibilidades expresivas” y “la creación de ficciones atemperantes del malestar subjetivo”.
› Por Adriana Valmayor *
En el Hospital Elizalde, durante muchos años, atendí de modo individual a pacientes de distintas edades, niños y adolescentes, con diagnósticos de neurosis, psicosis, autismo. Cierta rutina de días y horarios hacía que los niños, los jóvenes y sus padres se encontraran semana a semana en la sala de espera del servicio: los lazos entre padres, y en ocasiones entre los jóvenes, se iban dando espontáneamente durante la espera. Así, en 2009, surgió la idea de armar un taller de arte donde tuvieran inclusión los lazos que se esbozaban en la sala contigua al consultorio. Predominaría el teatro, como manera de habilitar de un modo enmarcado y continente, las posibilidades expresivas, a nivel simbólico, del cuerpo, de los procesos necesarios para pasar a la creación de ficciones atemperantes del malestar subjetivo.
Los profesionales intervinientes en el grupo son psicoanalistas, artistas o ambas cosas, y están en interlocución con los analistas de cada niño o joven, que muchas veces son también intervinientes en los grupos. Si bien en un comienzo trabajamos con dos o tres grupos diferentes, organizados de acuerdo con las edades (niños o adolescentes) o con el nivel de dificultad en el establecimiento del lazo con el otro, fuimos advirtiendo que era factible armar un sólo grupo que los alojara a todos: sin distingo por grupo etario, ni por diagnósticos clasificatorios y encasilladores, ni por el grado más o menos posibilitado de hacer lazo. Era un gran desafío, una apuesta a la subjetividad, a la singularidad y a nuestra capacidad de escucha, acompañamiento e invención de intervenciones.
La idea era que ni los talleres de arte plástica, ni los de juego teatral o de literatura (ya sea de narrativa oral o de escritura) armaran sus grupos discriminando sujetos por edad, nivel intelectual, grado de “locura” o capacidad de trabajo, al menos en sus inicios. Sin embargo como nuestra intención no es “enseñar” algún arte, sino sostener un eje clínico e intervenir sobre la subjetividad regulando goce y posición, decidimos realizar una pequeña entrevista de admisión a los padres que acudían con sus hijos, así como establecer uno o dos talleres “de prueba”: ¿consentía el joven a un trabajo grupal?, ¿era de su agrado?, ¿lo deseaba?, ¿mantenía alguna relación con el arte y, si no, se podía apostar a lograrlo? Los resultados han sido positivos y gratamente sorprendentes.
Al mismo tiempo se armó un grupo al que podían asistir voluntariamente los padres. Año a año observamos su consentimiento y la producción positiva en el ámbito grupal en relación a los temas que surgen espontáneamente, con el acompañamiento de los psicoanalistas intervinientes, la escucha atenta y respeto por las diferencias. Las intervenciones facilitan el lazo de tono solidario, la reflexión acerca de la función paterna y materna, la sintomatización, y muchas veces la demanda de análisis, que es alojada y recibida.
Actualmente nuestro taller es visitado semana a semana por niños/as o jóvenes de entre 11 y 16 años, derivados desde algunos servicios medicoclínicos del hospital, del servicio de internación (ya sea salud mental o clínica pediátrica), por colegas psicólogos, psicopedagogos o psiquiatras de nuestro servicio, y por referencia espontánea. En modo paralelo funciona el grupo de padres o familiares a cargo de los chicos.
El taller migró de la exclusividad del juego teatral a las artes, combinándose: plástica y música, lectura de cuentos e ilustración, diversos encuentros de reflexión acompañados de actividad plástica o escritura (por ejemplo, los derechos de niñas, niños y adolescentes, “Ni Una Menos”, bullying, violencia escolar o familiar, todos temas que han sido traídos por los participantes), talleres de comics, radio, sesiones de proyección de cortos con reflexión posterior y talleres libres, a la espera del deseo de ellos, sin dejar de articular en esta combinación el valioso recurso del teatro.
Apostamos a la posibilidad de improvisación, que –como la asociación libre en el dispositivo del análisis– nunca es azarosa. Preservamos la consigna de no establecer lazos de docencia ni de autoridad competente en ningún área del arte, ni intentar la interpretación analítica. A la hora del taller, todos trabajamos, todos creamos o participamos a nuestro modo; no puede haber observadores.
En cierta ocasión, la actividad se inició con la lectura de una versión contemporánea del cuento de Caperucita Roja. La versión hacía énfasis en el final del relato, presentando una súbita modificación del cuento clásico que lo transformaba en un relato burlesco: ridiculizaba la figura del lobo y daba la victoria a Caperucita. Antes de leer el final, uno de los miembros del equipo pregunta si recuerdan la versión clásica; los chicos asienten y comienzan a interpretar a los personajes, improvisando el diálogo. Finalmente se devela el misterio: alguien muestra el final de la versión actual. ¡Sorpresa! Caperucita engaña al lobo. Luego, se propone que cada uno haga como el autor y piense en un final posible.
–El lobo andaba por ahí, se estaba por comer un gato cuando la vio, y el lobo pensó: “Jojojo, ¡agarro a esta niñita y me hago un estofado!” –dice E, de 13 años.
–Dijo el lobo –dice F, de 13 años, adoptando una voz de lobo–: “Ahora voy a atrapar a esta pibita y la engullo”... ¡glup!
–El lobo era urbano, se subió al auto y la tocó con el auto gritándole: “¡Soy el Lobooooo!” –sugiere E, de 12 años.
–El lobo tenía un arma, la apuntó con la mira y... –agrega F.
–¿Y cómo se las ingenió Caperucita? –pregunta uno de los intervinientes.
–Cuando el lobo abrió la boca, le dijo que tenía mal aliento, le dio un caramelo vencido y, aahhjjjj..., lo intoxicó –dice M, de 10 años.
–No: le dio un caramelo y se atragantó –propone B, de 12 años.
–Como vino el guardaparque, la salvó –dice un profesional interviniente.
–Sí, pero como el guardaparque es protector de los animales, antes de abrirle la panza al lobo le dio una inyección de anestesia –dice M.
–¿Y entonces?
–Lo operó, sacó a la abuela y a Caperucita de la panza y le colocó unas piedras especiales de antibiótico –dice M.
–Claro, ese lobo nunca más atacará a una persona: se va a mirar la cicatriz de la panza... –dice un interviniente.
–El lobo era un gil –dice F.
–Ella se salvó y le dijo: “¡Creído!” –dice L, de13 años.
De esta manera, cada uno fue elaborando un final propio, pensando una solución inédita para Caperucita. A este taller (después advertimos que coincidió con el acto de Ni Una Menos) lo titulamos “A cada lobo le llega su Caperucita”.
La apuesta ética es el respeto por la diversidad subjetiva; buscar el detalle clínico de cada niño o joven; recibir el significante que cada uno suelta, para ponerlo a trabajar. Esto, por parte del equipo, requiere: el propio análisis de cada uno, la relación de cada uno con algún campo del arte, la advertencia acerca de la tentación de intentar la posición del analista. Nuestra posición es la del analizante y, en las reuniones de equipo, las significaciones propias otorgadas a cuestiones de los participantes son puestas a trabajar con el fin de pasarlas a un registro que sea de utilidad para la tarea. Conformamos un grupo de intervinientes que investiga y se dedica al psicoanálisis. Trabajar grupalmente fue durante mucho tiempo un obstáculo para el psicoanálisis de la orientación lacaniana, hasta que la última enseñanza de Lacan nos condujo a pensar la posibilidad de hacerlo; sobre todo, y a mi gusto, a partir de su noción de los “cuatro discursos”.
El objetivo general del taller es que el modo de gozar de cada sujeto se torne más amable, que permita disminuir el malestar del exceso y establecer lazos más atemperados de los que trae al llegar. Esto aumenta la eficacia del tratamiento individual de cada integrante.
Durante uno de los talleres se les pregunta a los chicos: “¿Qué pintores conocen? ¿Cuál les gusta más?”.
–A mí, ese pintor que hizo los relojes que se derriten me parece un trucho. No me gusta –dice F.
–¿Y cuál te gusta a vos? –pregunta un profesional interviniente.
–¿A mí? Ese que grita... –titubea, logra recordar el nombre:– El grito me gusta.
–¿Cómo es?
Dudando, con dificultad para enhebrar las palabras, F termina por decir:
–Es una mujer, sobre un puente , con la boca muy abierta gritando alaridos.
–¿Qué pudo haberle pasado?
–Mmm... la violaron o... –se hace un gran silencio.
–¿Las mujeres gritan sólo en esas situaciones?
–No. También creo que puede ser un grito de desesperación por una guerra. De dolor.
Hablábamos de Edvard Munch.
En otro taller, M, de 15 años, graffitero, decía:
–A través del arte callejero expresás todo lo que sentís.
–Es estúpido porque arruinan la pared –contesta F, de 13 años, que había estado escuchándolo atentamente.
F sostiene que son dibujos sin valor. Para F, las cosas que tienen valor son las que se pueden comprar o vender. ¿Qué valor podría tener un graffiti?
M le responde:
–Si te sentís bien, agregas más colores. Podés decir todo lo que sentís en un dibujo.
El arte callejero de M aparece como respuesta al malestar de la cultura de su tiempo. Para F, esa respuesta no dice nada, no tiene valor artístico. Tiene valor solo lo que se puede consumir como objeto a ser comprado y todo lo que queda por fuera lo denomina “trucho”.
Surge, entonces, la pregunta: ¿qué es, para nosotros, el arte?
En el proyecto “Miró”, referido a Joan Miró, investigamos sobre la vida del artista. Supimos que enfermó cuando tuvo que dejar de pintar para ir a trabajar a una droguería. Sólo recuperó su salud cuando pudo volver a pintar. Charla de taller:
–¿Qué se necesita para pintar?
Algunos dicen que pinceles, otros dicen que un lugar con buena luz.
–Inspiración –dice J, de 13 años.
¿Y qué es la inspiración?, le preguntamos.
–Lo que nos anima –contesta.
¿A quién pertenecen los objetos de la cultura?
Si Joan Miró pintó y sus cuadros y se murió, ¿de quién son los cuadros?
–De la familia, del museo que los compró... ¡de todos!
Si alguien anónimo escribió Caperucita Roja, ¿de quién es Caperucita Roja?
–Mmm..., de todos. Porque la conoce todo el mundo.
–La cultura es de todos. Como la sombra de un árbol –concluye uno de los chicos.
En los últimos tiempos nos hemos servido de la lectura de la última enseñanza de Lacan, entendiendo que envuelve y enriquece al primero sin anular sus conceptos fundamentales: inconsciente, repetición, transferencia, pulsión; ni deja de lado la rigurosidad del diagnóstico de estructura que es brújula del armado del dispositivo de la cura, la transferencia y modos de intervención posibles. Dicho recorrido, aún en sus inicios podríamos decir, nos posibilitó seguir paso a paso la transformación de la concepción de sujeto para pasar al concepto de parletre, el modo de conceptualizar al cuerpo como imaginario, simbólico y real, la distinción entre inconsciente transferencial e inconsciente real, entre otras cosas.
Cito a Lacan en el Seminario XXIII El Sinthome: “El padre es un síntoma, o un sinthome, como ustedes quieran. Plantear el lazo enigmático de lo imaginario, lo simbólico y lo real supone la existencia del síntoma. Existe la posibilidad de unir los tres registros ¿Por qué? Por el sinthome, el cuarto”.
Pasar de la idea de que el Nombre del Padre decide la estructura según su presencia y eficacia o no, a la pluralización de los nombres del padre y la consiguiente concepción de lo que es la suplencia de esta función, ha posibilitado ampliamente entender por qué nuestra actividad con el grupo podía reunir sin una divisoria de aguas tajante a la estructura neurótica y psicótica, y ¿por qué no? según el nivel de trabajo analítico realizado al momento de llegar, la inclusión de jóvenes autistas. Se trata entonces de, atentos al detalle de cada uno en su singularidad ir al encuentro de algún elemento significante soltado por el sujeto y acogido por nosotros, acompañando la consolidación de algún elemento que opere como anudador de la estructura, es decir, alguna invención que sirva de elemento organizador, atemperador del goce invasivo, posibilitador del lazo más amable al mundo y al otro en general.
Si el lenguaje es una elucubración posterior al impacto de lalangue en el cuerpo, momento contingente, no sabido y enigmático, si todos tratamos de ingeniárnosla con nuestro cuerpo a partir de esta contingencia inaugural, los diversos modos de apropiarse del campo del lenguaje y de la función palabra, dan cuenta de un origen estructural común, un ser “todos locos”. En el sentido de que dicha elucubración es delirante, pues ¿hay verdad que no tenga estructura de ficción? ¿Hay verdad única y no relativa?
El concepto de Sinthome, concepto dinámico y único, viene a borrar la distinción entre neurosis y psicosis. Y este es, por lo tanto, el principal fundamento de la heterogeneidad de subjetividades en nuestro taller de artes combinadas.
Pensamos que el traumatismo de lalangue nos iguala en un punto de inicio a partir del cual cada uno habrá de arreglárselas a su manera con eso que lo habita, esas palabras que lo empujarán a elucubrar un saber hacer con lo real del cuerpo, del sexo y del goce.
Cito a J.A. Miller en Sutilezas Analíticas, seminario de 2008: “Y si abandonamos la tipología, si pasamos a la singularidad, vemos en ese nivel que todo el mundo está loco, lo que significa además que lo real miente a todo el mundo, que la verdad es mentirosa para todo el mundo.
La incidencia del sinthome es profundamente desestructurante, borra las fronteras del síntoma y del fantasma, de la neurosis y de la psicosis”. (Cap IV, Todo el Mundo es Loco, págs 76/77).
Podemos entonces, además de sostener y fundamentar la heterogeneidad de convivencia en nuestro taller, dar cuenta de por qué elegimos trabajar a partir del arte.
No es nuestra intención, no lo ha sido nunca, armar grupos de terapéutica grupal, ni de reflexión o enseñanza acerca de algún tópico complicado de la vida en general (al estilo de la escuela para padres, por ejemplo). Tampoco es nuestra idea la de talleres de entretenimiento, o de arte en general. No nos habita el deseo de enseñar, ya que no tenemos nada que enseñar acerca del vivir mejor o de cómo pasar el tiempo con el arte. Más bien es lo contrario! Parados en la ética del deseo, formados a través de nuestros respectivos análisis y de su verificación en sus efectos, nuestro eje es la clínica psicoanalítica de la orientación lacaniana, dirigida a lo real. Se los está invitando a preguntar, advierto, acerca de por qué un taller que combina las diversas expresiones del arte.
Consideramos que el arte es la experiencia humana que, por excelencia, da cuenta de las posibilidades de invención del sujeto. Con esto no nos referimos sólo al proceso creativo, que podría entenderse como una serie de procedimientos del pensamiento y de la acción del cuerpo, tendientes a crear algo que la norma cultural consideraría bello, o acorde con una estética consensuada por la cultura positivamente. Ya eso no estaría nada mal, por cierto.
No obstante, hablamos de invención en el sentido de la creación a partir de elementos existentes en el sujeto (significantes) de algo de un orden nuevo, a través de elementos expresivos, ya sea la palabra, lo gráfico, el accionar corporal, los sonidos... de objetos, elementos o modos del decir o resolver nuevos, que suponen que el sujeto al hablar goza, que es su cuerpo el que goza y que, del modo que logre hacerlo, hará un arte. La obra artística, en este sentido, incluye, envuelve el modo singular de goce del sujeto y el objeto que procura dicho goce.
Abonado o no del inconsciente, una obra, exenta de su utilidad, fuera del sentido esperado por consenso, es una invención. Puesta material de lo más propio. Cito nuevamente a J. Lacan en el Seminario XXIII, “La Pista de Joyce”: “Qué es un saber hacer? Es el arte, (en el sentido de) el artificio, lo que da al arte del que se es capaz un valor notable, porque no hay Otro del Otro que lleve al Juicio Final”.
Nuestra función en el taller es entonces, mediante los elementos que la cultura provee, alojar la singularidad de cada uno sosteniendo un espacio habilitador de lo creativo y del lazo al otro, para que cada uno pueda, si consiente, producir, a su manera, algo propio. Tornando, de este modo, cada vez más soportable la mirada y la intervención de los otros.
* Cordinadora del Taller de Artes Combinadas del Servicio de Salud Mental del Hospital General de Niños Pedro de Elizalde.
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