Jueves, 13 de octubre de 2016 | Hoy
PSICOLOGíA › INTERVENCIONES DISCURSIVAS IMPROPIAS DE UN ESTADO DE DERECHO
Justicia por mano propia no es justicia: un texto del año 2014 que se reactualiza a partir de episodios recientes y reclamos de “mano dura”.
Por Andrea Homene *
En el año 2014, a propósito de los recurrentes “linchamientos” que amenazaban con constituirse en una modalidad habitual legitimada por el discurso mediático respecto a la “inseguridad”, escribía este artículo. Dos años después, un médico mata de cuatro balazos a un joven cuando éste intentaba huir llevándose su automóvil; un carnicero persigue y aplasta a un hombre que acababa de robar en su local, y varias personas completan la obra golpeando al presunto ladrón, quien yace aplastado debajo del automóvil.
Una vez más, cierta parte del periodismo “independiente” monta debates en los que se somete a discusión si matar a un delincuente “está bien o está mal”, inaugurando una serie de intervenciones discursivas impropias de un estado de derecho, y de una sociedad que se pretende “civilizada”.
Por ello es que elegí rescatar aquel texto de 2014, y reproducirlo sin modificaciones. Tal vez, asombrada por la vigencia del mismo, por la reiteración cíclica de períodos de libre albedrío en cuanto a la cuestión criminal. Porque sepámoslo, quien mata a otro actúa de manera criminal, más allá del maquillaje con el que se pretendan disfrazar los hechos y sus autores.
@Alarmante. Horroroso. Salvaje. Adjetivos que no alcanzan para calificar los hechos que se han producido en los últimos días, en los que “vecinos vengadores” atacaron violentamente a dos jóvenes, supuestamente autores de intentos de hurto, en la vía pública. En uno de esos casos, el joven falleció como consecuencia de la golpiza a la que fue sometido por un grupo de sujetos enardecidos que se arrogaron el derecho de aplicar un particular modo de “justicia” con sus propias manos.
Igual de preocupante es la repercusión que en las redes sociales han tenido tales atrocidades. Amparados en el anonimato, otros individuos han festejado el castigo aplicado y felicitado a los vecinos, llamándolos “héroes”.
El silencio cómplice tanto de los que participaron de la agresión como de aquellos que la presenciaron y no la evitaron, ha hecho que hasta el momento no se haya identificado a los autores.
Los agresores, probablemente padres de familia, empleados, oficinistas, mozos, choferes, profesionales, etc, han devenido homicidas, y el hecho de que el ataque se haya consumado en masa, no los exime de la responsabilidad penal que conlleva asesinar a un hombre. Es más, la circunstancia de haberlo ejecutado en grupo, para el código penal constituye un agravante, no un atenuante. Y en términos subjetivos, no existe ninguna razón que los exima de su responsabilidad.
Sin embargo, es probable que cada uno de ellos haya regresado a sus hogares con un sentimiento triunfal, por creerse por un momento poseedores del derecho de tomar la justicia en sus manos, y hasta quizás justificando su incalificable acción en la presunta ineficacia del sistema judicial.
Es también probable que cada uno de ellos, en forma individual, no hubiera desplegado la saña con la que atacaron a estos jóvenes; envalentonados por la participación de varios sujetos, llegaron a dar muerte a un joven, sin detenerse ni un instante a pensar en lo que hacían.
Si hay algo que distingue (o distinguía, ya no sé) a los sujetos humanos de los animales, es el pensamiento y el lenguaje. Y el hecho de vivir en una sociedad con un ordenamiento jurídico que regula las acciones de los hombres.
La regulación de los impulsos es el resultado del atravesamiento de la cultura. Porque desde nuestro nacimiento somos seres sociales, lo natural, lo instintivo, esta perdido para siempre. Ahora me pregunto, ¿para siempre? ¿O existen circunstancias en las que los sujetos dan rienda suelta a sus impulsos, sin importar la acción en juego, el daño causado y las consecuencias de tales actos?
Resulta en extremo peligroso “justificar” estos ataques, sea cual fuere el argumento esgrimido.
Como país, tenemos un penoso pasado en el que unos cuantos individuos que se apoderaron ilegítimamente de un gobierno han aplicado la “pena de muerte” o la “justicia por mano propia” utilizando un criterio que nada tiene que ver con los códigos penales ni con la aplicación de la ley. Aún hoy esperamos que algunos de ellos sean juzgados y condenados por sus actos, en el caso en que hayan infringido la ley.
Abrigo la ilusión de que alguno, tal vez sólo uno, de aquellos que participaron de las golpizas y asesinato de estos jóvenes, experimente la culpa que su acto debiera suscitar, y lo conduzca a ponerse a disposición de la justicia.
Sepan que quienes atacaron y dieron muerte a golpes a estos pibes son asesinos. Y no existe razón alguna que exima de responsabilidad a quienes en pleno ejercicio de sus facultades mentales cause heridas o la muerte a otro.
Si la inseguridad es la mayor preocupación actual de los argentinos, y los ciudadanos “comunes” son capaces de golpear hasta la muerte a un presunto ladrón, está muy bien que nos sintamos inseguros. Inseguros frente a nosotros mismos, frente a las acciones de la que es capaz un hombre, cuando da rienda suelta a lo pulsional, cuando los frenos inhibitorios que funcionan habitualmente regulando la expresión de la agresión fracasan.
Si el o los jóvenes que intentaron robar una cartera “merecen la muerte” (tal parece haber sido la conclusión a la que rápidamente arribaron los “justicieros”), ¿qué sanción social y jurídica merecen quienes cobardemente atacaron al presunto ladrón causándole la muerte a golpes, al estilo del más retrógrado y despreciable sistema de castigos de sociedades primitivas?
Hay chicos que roban, es verdad, pero también hay chicos a los que les hemos robado la infancia. Y a veces esos chicos cometen actos que les generan conflictos con la ley. A esos chicos, ¿ahora también creemos que les podemos “robar la vida”?
* Psicoanalista. Autora del libro Psicoanálisis en las Trincheras. Práctica Analítica y Derecho Penal. (Letra Viva).
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