PSICOLOGíA › FORMALIZACION DE “NUEVAS ESTRUCTURAS DISCURSIVAS”
Artistas, terroristas y canallas
Por Carlos Norberto Mugrabi*
Tiempo después de haber discernido los llamados “cuatro discursos” –el del amo, el histérico, el universitario y el del psicoanalista–, Jaques Lacan se refirió al “discurso canalla” o capitalista. Lo caracteriza como “muy astuto; es el discurso más astuto que se haya jamás tenido. Pero destinado a reventar” (conferencia del 12 de mayo de 1972 en Milán).
Dirigido hacia el mercado –los consumidores–, este discurso conlleva su contradicción, su síntoma, en torno del producto propio, el objeto “a”. En términos generales el “a” es el resto, lo inabsorbible en toda operación. Concebido por Lacan como “plus de goce”, en línea con la noción de plusvalía que elaboró Karl Marx, denota al objeto de la pulsión. Y, a diferencia de la noción marxista, equivale a un factor en principio no capitalizable por la subjetividad de hablante alguno. Además, bajo ciertas articulaciones, también trabaja como causa del deseo. En el caso del discurso canalla o capitalista, el objeto “a” se reintegra en parte, constituyendo el círculo vicioso consumista, pero otra fracción se acumula y complica inexorablemente al sistema.
En cuanto al llamado discurso científico, es parecido al de la universidad, pero en este caso el saber queda como supuesto inapelable y resulta muy difícil el interjuego necesario a la subjetividad. Aclaremos que al decir discurso científico no nos referimos a la instancia creativa o inventiva que pudiese generar un investigador científico, sino al que quizá sería mejor denominar discurso del superyó. Se trata de un lazo social que tiene características herméticas. También corresponde a la actitud de alguien de quien decimos que está “cerrado” en el plano mental.
Por nuestra parte –a diferencia de Lacan–, proponemos el discurso del arte como diferenciable del anterior. Se articula de modo tal que desde un lugar de savoir faire, el del artista, cuya verdad implica a lo esencial de su dimensión subjetiva, parte hacia el objeto “a”. Este objeto para el caso adquiere, como pensaba Heidegger, el valor de un vacío. No cualquiera puede ser artista: allí donde el hombre común siente horror y retrocede, el artista tiene coraje y habilidad para soportar y crear a partir de ese vacío. Este discurso señala cómo se sitúa quien sabe aportar a la experiencia perceptiva de la sociedad algo de lo imposible, de lo inefable presente en todas las cosas. El producto resultante de esta posición suele dar lugar a nuevas incitaciones del deseo inconsciente, así como también a los significantes amos que circulan en el mercado del arte.
Por último, y también por nuestra parte, discernimos el discurso de la religión en su vertiente fundamentalista o inquisidora: a la manera de una ciencia cerrada e inexpugnable, el sujeto, sufriente por definición, queda apresado en la malla apretada de un tejido constituido por ideales unívocos e inapelables. Se lo puede registrar, desde luego, en la era nazi, como en diversas inclinaciones ideológicas, pero también bajo formas larvadas. Representa otro de los discursos del superyó.
En el discurso fundamentalista, el resto tiende a reintegrarse, a ser reabsorbido por el orden significante: esto conduce a conferirle al cuerpo –siempre libidinal, sea en su vertiente erótica o agresiva– una consistencia inusitada, que lo hace literalmente proclive a su estallido.
Si Lacan postuló que el objeto “a” le da cuerpo a la imagen, en el discurso fundamentalista se verifica una acentuación mórbida por la cual el objeto “a” le da cuerpo al cuerpo. Delitos sexuales, atentados terroristas y suicidas revelan cómo actúa la mezcla explosiva presente en este lazo antisocial.
* Psicoanalista y médico psiquiatra. Fragmento del trabajo “Tabla Periódica. Hacia la formalización de nuevas estructuras discursivas”, a su vez anticipo del libro Génesis del sujeto en el hombre.