PSICOLOGíA › REFLEXIONES SOBRE LOS FUNDAMENTOS DE LOS GRUPOS DE FORMACION

Cómo se “(de)forma a un niño”

El famoso especialista en grupos René Kaës procura discernir cuáles son las bases que subyacen a toda actividad formativa y a todo grupo de formación: examinando la función del narcisismo a través de las generaciones, llega a una fórmula ambivalente, inquietante.

Por René Kaës *

El mito de Narciso narra el amor de un joven a su imagen (a su forma) reconocida en reflejo sobre el espejo de agua. Ese reflejo podría ser, en otras versiones del mito, la figura de su hermana desaparecida: Narciso y Eco nacen y viven gemelos, la pérdida de Eco deja a Narciso inconsolable, y es esta imagen del otro sí mismo, de su parte femenina, que él busca en el espejo del agua. Esta imagen que el sujeto ama tiernamente define lo que Freud ha denominado narcisismo. El sujeto se toma como objeto de amor, es para sí mismo el primer objeto sexual. Esta inversión narcisista le va a permitir una primera unificación en el momento donde su vida pulsional se organiza en diferentes regiones erógenas: su piel, su boca, el ano y, posteriormente, la región genital. El narcisismo aparece así como una inversión unificadora puesto que permite al sujeto identificarse a una imagen unificada de sí mismo en esos períodos de organización de la vida pulsional. El narcisismo no es, entonces, en principio una forma patológica: es ante todo una organización de la libido necesaria para la formación misma de la psique; es una inversión de la cual el sujeto no puede prescindir.
El narcisismo no es solamente una inversión de sí mismo sobre sí mismo: es una inversión de sí mismo prolongado más allá de su propia existencia a través de la generación que sigue y a través de sus contemporáneos. Formar y formarse es asegurar una cierta conservación de la especie, más precisamente de sus semejantes, de aquellos con los cuales podemos identificarnos o que deseamos se identifiquen con nosotros.
Esa dimensión transgeneracional especifica, sin que nosotros lo sepamos, la dimensión narcisista vital en una especie, la humana, particularmente inacabada en el momento del nacimiento, una especie que nace prematuramente en relación con el equipamiento necesario para una supervivencia autónoma. Esa incompletud apela a un dispositivo de cuidados y de prótesis físicas y psíquicas provistas por el trabajo del ambiente, especialmente la función maternal. Y esta función se entiende como el conjunto de actividades de cuidados, de sostén, de formación inicial que aporta el grupo y del cual la madre es la delegada.
La formación narcisista pasa a través de las generaciones no solamente bajo este aspecto positivo sino también sobre un aspecto que asume la negatividad. Es, en ese sentido, como podemos comprender la formulación de Freud: “El niño es portador de sueños no realizados de los padres”, es decir que se inscribe en lo negativo. Lo que ese niño va a tener que ser y realizar es lo que los padres no han podido ser y realizar para ellos mismos.
Podemos interrogarnos sobre la manera en la cual toda formación, en tanto que ella está marcada por la organización narcisista, se inscribe en lo negativo. La misión ancestral delegada por los padres, en los cuales los sueños de deseos están siempre de una manera u otra “irrealizados”, puede tener un efecto dinamizante pero también paralizante y desapropiante. Una cierta violencia está así en el corazón de esta anticipación narcisista.
La violencia en la anticipación de la formación ha sido señalada por la psicoanalista Piera Aulagnier en cuanto ella describe la situación en que el lugar del niño es anticipado a través del discurso familiar y los sueños parentales. Sin ese discurso de anticipación que precede al nacimiento, sin esa violencia que asigna un lugar al niño antes mismo de su nacimiento, seríamos lanzados fuera del campo del deseo. Es, por tanto, que se hace cuestión la violencia del deseo, del deseo a través del cual la madre va a animar y marcar a su niño, su cuerpo, su psiquis. Por cierto, este discurso y este deseo se dirigen a un sujeto imaginario. La madre va a solicitar al niño que confirme su coincidencia con aquello que el discurso anticipador le ha representado. Esta prefiguración por otro del lugar del niño va a constituir el entramado de las primeras relaciones. El niño será impulsado a tomar el lugar de aquel a quien se dirige ese discurso anticipador, pero deberá hacer valer ante su madre sus exigencias propias en relación con el lugar que le es asignado. Esta violencia es creativa en el proceso de formación.
Formar deforma
La pieza teatral Pygmalion, de G. Bernard Shaw, pone el acento sobre las emociones sexuales del amor de transferencia que viven y que temen los formadores: enamorarse del objeto que se ha creado, pensando haberlo creado, ilusionándose con haberlo creado. Esta ilusión narcisista es también aquella del objeto formado: él se imagina haber sido fabricado por el formador y, en consecuencia, todo un trabajo de desilusión está todavía por hacerse.
Shaw nos muestra de manera muy fina cómo la criatura del formador –Pygmalion–, cuando escapa a su influencia y a su dominio, está destinado a la destrucción. La categoría de “informe” describe el resultado de la reducción de la forma por el trabajo de la pulsión de muerte.
La experiencia de la resistencia que opone el objeto a la voluntad de dominio es fundamental en la formación. Las investigaciones psicoanalíticas recientes han aclarado la relación de la influencia en el deseo de saber. La pulsión de influir es un elemento fundamental del conocimiento de los objetos; el niño ejerce su pulsión de influencia sobre los objetos y los conoce tocándolos y manipulándolos, enfrentándose a ellos y probando su resistencia. La influencia estructurante es una experiencia que implica la capacidad de establecer una relación vital con el objeto y ajustes transformadores de la relación con el objeto externo. En esos ejemplos se ve bien la diferencia entre esta dimensión del sadismo, asociado a la manipulación sobre el objeto, y la que se dirige a la destrucción del objeto.
En la experiencia de formación, es esencial experimentar lo que nos dice Winnicott: “El niño debe hacer la experiencia de la supervivencia del objeto a la destructividad”. El adulto debe por ello hacer posible el ataque contra el objeto: éste debe “sobrevivir” a los ataques del sujeto en formación.
He propuesto una fórmula genérica de la fantasmática de la formación. Esta fórmula toma por modelo el enunciado que Freud ha dado del fantasma “se construye un niño”. Pone en evidencia la estructura del fantasma y las posiciones respectivas de los actores de esa acción imaginaria. Es así que he propuesto tomar en consideración un fantasma de base del cual la fórmula podría ser: “Se (de)forma a un niño”.
Todo fantasma tiene por función rendir cuenta de una acción. Un fantasma es un verbo, por ejemplo, “formar”, y ese verbo puede declinarse en el modo activo o pasivo. “Se forma un niño, un niño es formado”, es la misma estructura del fantasma, pero la manera de representarse la acción es diferente.
La fórmula general del fantasma “se (de)forma a un niño” da cuenta de la elaboración de la bipolaridad pulsional: formar, bajo el efecto de las pulsiones libidinales y narcisistas, y deformar, bajo el efecto de la pulsión de muerte en su doble componente:
u un componente de destrucción, de aniquilamiento, de reducción de todas las formas, de deformación;
u un componente de desligazón de lo que está demasiado ligado, demasiado anudado y que por el exceso de organización impide el movimiento. Ese componente de la pulsión de muerte está al servicio de la transformación; expresa la necesidad de una desligazón necesaria a la reformación, pero con ese efecto provisoriamente desorganizador, experimentamos el peligro de una destrucción.
“Se (de)forma un niño” sería la fórmula del fantasma fundamental de la formación. Esta fantasmática nuclear permite descubrir lo que está en juego en los escenarios fantasmáticos inconscientes, organizadores del vínculo de formación y de los grupos de formación.

* Psicoanalista; especialista en grupos. Fragmento de una conferencia pronunciada en la Universidad Maimónides.

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