Jueves, 21 de junio de 2012 | Hoy
Por Isabel Lucioni *
Juana de Arco era una campesina analfabeta en la Edad Media; una muchachita simple, francesa en una Francia invadida por los ingleses.
Alguna vez se la caratuló como “loca” y, sí, puede ser: o mentía o tenía alucinaciones. Pero ¿qué podía hacer un espíritu justiciero hasta la genialidad bajo la condición de mujer, adolescente y medieval? Sí, oía voces, no creo que haya mentido, siendo que fue veraz consigo misma hasta afrontar la muerte. Entonces, oía voces: Dios y dos santas le encomendaron liberar a Francia y le fueron indicando qué hacer para lograrlo. ¿Cómo podía esa chica asumir la pasión de su deseo liberador, sino desdoblándose, escindiendo su personalidad? Ella, mujercita adolescente e ignorante, no podía romper con las atribuciones impuestas a su sexo-género: debía ser un mandato de Dios. Así se legitimó ante ella misma; sin duda no fue sólo para convencer a los otros.
Se desdobló. Deliró. Sin ese desdoblamiento y la formación del delirio, quizás ella misma no se lo hubiera podido creer. Constituida femenina en la Francia del siglo XV, no estaba en sus recursos psíquicos asumir el deseo y la fuerza para liderar un ejército hacia la liberación. Podía reconocer a los ingleses como invasores y tiranos, pero no podía reconocer en ella la pasión y la fuerza para embestir al invasor. Las atribuciones de significado y las propuestas sociales para las identificaciones de la feminidad medieval no permitían asumir como propios esos atributos: la pasión y la fuerza. Fue entonces la mensajera de Dios. La servidora de sus mensajes.
Vale la pena diferenciar entre dos operaciones sociales: imponer y constituir. Juana estaba constituida por opciones identificatorias de las que era imposible escaparse.
El heroísmo psicológico de Juana de Arco fue quizá mayor que el arrojo con el que entró en batalla: heroísmo psicológico de lidiar con la constitución cultural de su yo, que determina fuertemente la representación de realidad del yo: lidiar con la pobre mujer, con la atribución de debilidad, con la carencia de pasión política e histórica, todo esto internalizado, operandos fuerzas externas convertidas en fuerzas internas, lo constituyente convertido en lo constituido; la constitución de la identidad del yo.
El caso de Juana Azurduy fue ya diferente: en el siglo XIX, la rebelión contra las opciones identificatorias ancestrales era una elección posible, aunque muy difícil. Y la acompañó un marido que, también rompiendo normas, fue con ella a la batalla.
Antes de ellos, las mujeres del pueblo francés, decididas y feroces, habían asaltado la Bastilla.
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