Jueves, 21 de junio de 2012 | Hoy
Por Isabel Lucioni *
Parejas y parientes cercanos constituyen uno de los mayores peligros para las mujeres, tal como lo muestran las estadísticas sobre femicidio. En la Argentina, el caso de Wanda Taddei parece haber inspirado a otros maridos asesinos para usar el fuego cuando deciden matar a su pareja. Hoy se habla bastante sobre la violencia de género, pero nunca lo suficiente. Se han difundido conceptos y descripciones útiles y signos perceptibles para detectar tempranamente al abusador. Yendo un poco más allá, deberíamos hablar de cómo la posesión y el deseo de dominio se confunden y son confundidos con el amor; se confunden con el sentimiento de pertenencia, la entrega legítima, la consideración necesaria a los deseos del otro que tiene el amor.
“Hay amores que matan”, dice la particular sabiduría de la experiencia popular. Sumisión, entrega y amor. Estas condiciones se han confundido históricamente en una identidad de género que, culturalmente, conlleva propuestas identificatorias de lo que es la feminidad, acuñadas a lo largo de milenios de patriarcado.
Hay en la humanidad estructuras psíquicas más persistentes que las revoluciones fácticas: lo inconsciente es más difícil de revolucionar. No es tan difícil liberarse de imposiciones o mandatos de las culturas: mucho más difícil resulta sacudir los mandatos que se presentan bajo la forma de propuestas identificatorias o atribuciones de significado sostenidas como naturales, de naturaleza, y que constituyen el núcleo identitario del sujeto: su sentimiento de ser. El núcleo de la identidad, el corazón de las identificaciones. Es difícil desarmar la arbitrariedad de mandatos que, sentimos, son nuestra naturaleza psíquica.
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