Jueves, 2 de agosto de 2012 | Hoy
Por Jorge Alemán *
En los años ’70, cuando trabajaba en el Departamento de Psicología Social del Sindicato de Empleados de Comercio, hacíamos grupos operativos con los empleados de la tienda Casa Tía. Nuestro interés era reenviarlos a la militancia. Pero en el medio del grupo operativo había uno que se quería separar de la mujer, otro que se peleaba con la madre. Entre los compañeros nos veíamos en un espacio de muy difícil articulación: nosotros mismos, por el solo hecho de poner a hablar a ese grupo de trabajadores en un espacio determinado, desencadenábamos una serie de relaciones con la verdad que no se podían reescribir fácilmente en el horizonte al que nosotros queríamos llevar todas las cosas. Aquella experiencia le permitía a la persona, efectivamente, hacer un trabajo grupal, incorporarse a un proyecto político, vincular muchas de las cosas que le sucedían en su realidad laboral con sus proyectos personales. Pero también aparecían elementos que no teníamos forma de articular ni de elaborar: porque era el sujeto hablando, más allá de lo que se planteaba como objetivo. Como soy heredero de aquellas tensiones, pienso que esa articulación tiene muchas dificultades.
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