SOCIEDAD › LA EXTRAÑA MUERTE DE UN TURISTA MEXICANO CON TRABAJO
Ingresó con otros once compatriotas. Figuraban como turistas, pero dicen que trabajaban reparando un horno siderúrgico. Lo asaltaron y murió tras una extraña huida. San Nicolás está en el centro de las investigaciones sobre el tráfico de efedrina.
› Por Horacio Cecchi
Que Guadalupe haya tomado conciencia de su muerte, próxima y violenta, no quiere decir que el caso pueda quedar fácilmente aclarado. En principio, sólo puede decirse que todo resulta raro porque no parece serlo. Guadalupe era Guadalupe Barrón Rejina. Morochazo y corpulento, 42 años. El 27 de octubre fue asaltado y salvajemente golpeado en San Nicolás de los Arroyos, la ciudad de la virgen nicoleña, para morir diez, doce horas después por las contusiones cerebrales. Su muerte, de algún modo, puede aventurarse como un sorprendente encadenamiento de eslabones que, cada uno por sí solo no tiene nada de extraño, pero que engarzado un eslabón con el eslabón siguiente promueven demasiadas preguntas, demasiadas curiosidades.
El Lupe Barrón era mexicano, pasaporte 8050011357 para más datos. Que la muerte lo sorprendiera tras una curiosa promenade por la costanera nicoleña, a diez mil kilómetros de distancia de su tierra, no es en sí mismo una rareza, porque el Lupe era turista. Al menos, el sello de ingreso al país, como visitante, aparece cruzado con esa categoría, “Turista”, colocado en el aeropuerto Ezeiza por Migraciones, el 25 de agosto pasado.
Lo curioso es que, según revelaron fuentes nicoleñas, el Lupe era turista, pero trabajaba en San Nicolás, tal como revelaron los testigos en la causa. ¿Quiénes eran los testigos? Sus compañeros de viaje. Un grupo de once aztecas atraídos por el turismo a gran escala, llegados el mismo día que el Lupe para darse una panzada de San Nicolás, alojados en el hotel Tony, dos estrellas, de la calle De la Nación 627. El grupo se ubicó en habitaciones de entre 32 y 50 pesos, según fueran dobles, triples o cuádruples, con baño privado y guía para práctica de pesca, según ofrece el Tony y, seguramente, lo que el grupo supo considerar en su elección. Al Lupe le tocó la habitación 35, en el segundo piso.
–El encargado no está, pero llame a la mañana porque tiene turno rotativo –respondieron a la consulta en el Tony–. Los otros no hablan, el único es el encargado.
Se referían a César Ibarra Reyes, encargado del grupo, que testimonió en la causa y confirmó que, más que turistas, los doce conformaban un equipo de espaldas mojadas de largo aliento. Según su relato y el de Juan Francisco López Galván, compañero de cuarto del Lupe, el 26 de octubre habían ido a comer pasado el mediodía “pizza y empanadas a lo de un amigo del trabajo”, que no es mexicano y al que sólo denominaron como el Pollo, cuya casa dijeron que se encuentra en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, la costanera. La existencia del Pollo está puesta en duda. Al menos, no fue citado, ni siquiera identificado en la causa y, probablemente, según confiaron fuentes nocturnas nicoleñas, “el Pollo no existe”. Uno declaró que habían comido pizza y empanada, el otro pescado. Hubo acuerdo en que sobró cerveza y música mexicana. Como es la costumbre, el almuerzo se extendió bastante, hasta las ocho y media de la noche, cuando el grupo (no se distinguió quiénes de los doce o si el grupo entero fueron de la partida a lo del esquivo plumífero) decidió volver caminando.
Según el relato, tomaron por Sarmiento, paralela a la costa y luego por De la Nación, hacia el Tony. Pero, al llegar a la esquina de Chacabuco, el Lupe dijo que se había quedado con hambre y que avisó que iba a lo del Chino. Se refería al restaurante Sol, a dos cuadras de allí. Después el Lupe contó que lo habían asaltado, le habían robado la credencial de Siderar (el equipo supuestamente reparaba el horno 1 de la metalúrgica Siderar, contratados por la empresa Karrena SRL, aunque empleados de esa empresa aseguraron que hay contratados ingenieros brasileños, pero mexicanos, ninguno, y traer operarios con pasaje aéreo carece de sentido práctico), el celular y la billetera. Que lo golpearon con un palo, contó a sus compañeros después del incidente. “Me emboscaron dos motos”, dijeron que dijo el Lupe. Y decidió escapar de las dos motos. El Lupe, Speedy González, ebrio como estaba, logró escapar de las dos motos a la carrera, y logró trepar a los techos de un galpón, de unos cinco metros de altura. No está claro el porqué de la persecución si ya lo habían robado o si lo robaron en el techo.
Pasadas las once de la noche, un vecino dijo que escuchó caer algo pesado en su pasillo y escuchó gemidos: era el Lupe. Un patrullero lo buscó, llamó una ambulancia, una médica lo revisó y no le encontró nada aunque tenía golpes en todo el cuerpo y una fractura en la base del cráneo. Lo regresaron al hotel, donde subió por su cuenta, contó su historia. A la mañana siguiente, se sintió mal, lo internaron en el sanatorio de la UOM y allí murió. Las sorpresas siguen: el gerente general de la empresa, ingeniero José Luis Ferraro, y no la embajada, fue quien pidió informes sobre “cómo, cuándo y dónde sucedió el accidente, para enviar a México por temas de tratamiento de la muerte”. El cuerpo le fue entregado al jefe de personal, Juan Luis Farías. Los otros once se hicieron humo a fines de noviembre, pero en el hotel Tony aseguraron: “No es la primera vez. Trajeron otro grupo, unos 20. Estuvieron seis meses y se los llevaron. A este grupo les duró menos. Se ve que el pobrecito que se murió los hizo volver antes”.
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