Dom 20.10.2002

SOCIEDAD  › CON LA CRISIS AUMENTAN LOS ROBOS INEXPERTOS

La primera vez

Son robos de la desesperación, protagonizados por gente mayor, sin experiencia ni manejo de armas y que siempre terminan mal. Jueces, fiscales y abogados reconocen el crecimiento de esos episodios. Está la mujer que robó varios paquetes de galletitas, el maestro mayor de obras que intentó asaltar una escribanía o el taxista desempleado que le robó a otro taxista.

› Por Alejandra Dandan

“No son verdaderos delincuentes.” Fernando Marotto, uno de los jueces de los tribunales criminales de la provincia de Buenos Aires, habla de un maestro mayor de obras, de unos 40 años, sin trabajo, con un crédito hipotecario y desesperado por resolver la situación de sus hijos. Sin entrenamiento como ladrón, un día decidió tomar por asalto la escribanía de su barrio. No sabía manejar el arma ni amedrentar a sus víctimas. Media hora más tarde este señor del barrio de Olivos estaba rodeado por policías y camino a una comisaría. En la jerga judicial se llaman primerizos, son aquellas personas que comienzan un proceso penal sin antecedentes. Hasta ahora sus historias pasaban inadvertidas en los tribunales criminales. La crisis del último año también alteró estos parámetros. Aunque no hay datos estadísticos para medirlos, los especialistas consultados por Página/12 los mencionan como parte del nuevo flujo de actores de los sectores medios más caídos que se inician en el campo del delito. Y entre las causas no sólo están las datos de la desocupación sino los efectos de un complejo mecanismo de corrupción política y judicial.
Cada uno de los expedientes con estas historias produce una crisis en quien los lee, en quien los escucha y hasta en quienes en algún momento fueron sus víctimas. Luis Niño integra uno de los tribunales criminales de la Capital donde transitan algunos de esos legajos. “Es impresionante –dice–, es muy común en los juicios orales que cuando preguntás por la ocupación, escuches al victimario decir ‘desocupado’ y de pronto también lo dice el testigo. Y después aparece la víctima y también dice ‘desocupado’. En ese círculo, comenta el juez, el único con trabajo es el policía: el controlador del Estado.”
Hasta ahora, el sistema penal se nutría estadísticamente de los reincidentes. Es decir, aquellos que eran alcanzados por alguno de los mecanismos de control del Estado cuando intentaban cometer algún nuevo delito después de una condena. Los novatos eran pocos o imperceptibles. En general eran jóvenes o adolescentes que una vez judicializados comenzaban un camino sin retorno desde los institutos de menores a las prisiones, abastecidas por quienes fueron población estable de los institutos. Parte de esta lógica es la que estaría modificándose: “Por un lado –dice Marotto–, los reincidentes vuelven a entrar pero lo hacen más rápido que antes; por otro, aparecen con más frecuencia los ocasionales”.
Uno de ellos es aquel maestro mayor de obras de Olivos que hace unos meses buscó un compañero tan maestro mayor de obras como él para entrar a una escribanía. El caso llegó al juzgado de Marotto como robo calificado y cuando los dos llevaban meses detenidos. Habían conseguido un dato para entrar al lugar y buscaron un arma para darse aliento. Los descubrieron por la inexperiencia: “Se fueron muy tranquilos –explica el juez–, sin suponer que alguien después podía hacer la denuncia”. El robo no contó con un plan de fuga ni cambio de autos, ni con campanas. “Para colmo –dice el juez–, cuando los hijos de este hombre supieron del robo le dieron vuelta la cara.”
Este caso muestra algunos de los rasgos frecuentes entre los primerizos. No tienen desarrolladas las estrategias de supervivencia, ni los códigos de los más entrenados. En general, antes de empezar a planificar su primera vez consiguen un arma pero como escudo: no saben usarla y la llevan sin proyectiles. Ese acceso al mundo del delito, aunque claramente real, cuenta con algunos componentes simbólicos de los rituales: exploraran los recursos formales de los “delincuentes reales” sin contar con la experiencia. Así se prueban y en esa primera prueba caen derrotados.
Como novatos no tienen ni las estrategias ni los recursos ni los códigos de los avezados. Andan, empiezan, prueban e inmediatamente suelen ser cazados por los brazos inflexibles de la ley.
Caso II: Las galletitas
¿Tan fácilmente aparece la idea de un robo? ¿Qué la activa?, ¿la desocupación?, ¿la desesperación? Acá entran a tajar distintas cuestiones, aunque buena parte de los entrevistados coincide con una advertencia: “El hambre está muy cerca del delito, pero en el país tenemos una justicia de nula calidad: se criminaliza la pobreza y no a los verdaderos delincuentes”, dice Marotto. Las cárceles están pobladas de presos por delitos contra la propiedad, robos y hurtos. “Los verdaderos delincuentes –dice– son los estafadores y los estafadores no son esencialmente pobres.”
También en este terreno, el del delito, los especialistas advierten un desplazamiento de los límites sociales que hasta ahora diferenciaban lo bueno en términos de moral de lo menos bueno y de lo prohibido. Con esta hipótesis hace su análisis Elsa Roldán Morinigo, una de las especialistas en criminología del fuero penal ordinario de la Capital. “La crisis –dice– pone en cuestión todos los parámetros que hasta ahora permanecían inalterables y lo hace tanto con los sectores medios que al perder su trabajo pierden su mundo de referencia como con los reincidentes que llegan a los juzgados más desintegrados que nunca.” Morinigo es prosecretaria en el juzgado de Mariano Bergés donde hace un mes comenzaron a trabajar sobre la historia de Rosa Inés C.. Ella es una de las mujeres reincidentes cuya situación parece el resultado del avance de una crisis que no permite advertir ningún tipo de salida alternativa.
Rosa Inés es argentina, desocupada, de 35 años, no ha conformado núcleo familiar propio y es soltera. “El 2 de septiembre –dice su legajo judicial– siendo aproximadamente las 4 horas, en circunstancias en las que trataba de abrir un portón de ingreso a un garaje, fue advertida por el sereno del lugar sito en la calle 15 de Noviembre de 1889.” Cuando el sereno le preguntó qué hacía, Rosa le respondió que buscaba un baño. Y cuando le impidió pasar, ella “dio una patada rompiendo el vidrio de la oficina y apuntando al damnificado con un arma de fuego”. Siempre desde afuera, enseguida gritó: “No te muevas de ahí –le dijo–, dame toda la plata”. Y mientras ella seguía pateando, el hombre se escapó por la puerta del fondo.
El sereno buscó un teléfono en un bar cercano y llamó a la policía, pero cuando el patrullero llegó Rosa estaba a varias cuadras. Aun así no pudo escaparse. Alguien la había visto mientras intentaba entrar a otro local, esta vez una parrilla llamada Carlín, sobre Pichincha al 1800. El patrullero y el sereno se fueron hacia así allí. Encontraron los vidrios rotos de la parrilla y cierto desorden en el estante de las galletitas. Rosa a esa altura caminaba a unos metros de ahí y el sereno no demoró demasiado en reconocerla. La encontraron desarmada. En sus manos tenía el botín: “Seis paquetes de galletitas marca Express –dice el expediente–, dos paquetes marca Mayco, tres marca Desayuno, uno de Cerealitas, uno marca Trigalitas y un paquete marca Crackers”.
Desde ese día, Rosa está detenida. La Justicia ordenó una caución sobre sus bienes de ocho mil pesos. Para Bergés es uno de los casos de “desesperados” que entran en estos meses a su juzgado. Algunos consideran a este tipo de delitos como “hurtos famélicos”, un tipo de figura penal incluida en el Código que estaría impulsada por una situación de hambruna. Existen quienes creen que este tipo de figura está creciendo pero no se reflejan en las estadísticas porque sus protagonistas suelen ser sobreseídos o exceptuados de la falta. Alcira Daroqui, una de las sociólogas investigadoras del Instituto Gino Germani, sugiere una explicación sobre la falta de datos: “Hoy por hoy se advierte un grado mayor de tolerancia, como si la gente no los denunciara porque se siente solidaria con la realidad de quien los comete”.
Fernando Marotto es más pesimista. Está convencido de que la trama social, el desaliento y la crisis en todas sus formas –desde la económica hasta la simbólica– están empujando estos nuevos fenómenos: “Si pienso en los reincidentes –dice–, el 99 por ciento de ellos cuando cumple su condena no tiene más remedio que salir a delinquir, ¿quién le va a dar trabajo? Empiezan como ‘buscas’. Se ponen a vender, no venden nada y al final no les queda otra”. Y si ésta fue la lógica de los últimos años, el proceso actual no hace más que acelerarlo.
Caso III: Frigorífico
En el mundo de “la primera vez” están apareciendo nuevos actores, por ejemplo, las chicas de la clase media arreciada por la crisis. No planean grandes asaltos a bancos, ni están organizadas al estilo de los viejos hampones. “Entran a un negocio y como les gustó una pilcha que no se pueden comprar tal vez se la llevan”, dice nuevamente Alcira Daroqui después de haber advertido cierta regularidad en los casos durante los últimos meses. Hace unos años este tipo de robo tenía un nombre y una población característica: las mecheras. Mujeres de los barrios bajos que de ese modo se proveían de productos para revenderlos. Lo nuevo, lo atípico y lo inusual es ahora la participación de las “chicas”. Para Daroqui este fenómeno habla más de la profundidad con la que se ha anclado la cultura del consumo en los sectores medios que del delito. “Es como si no se resignasen a la pérdida –dice– y se expusieran de ese modo para volver a conseguir esa determinada marca con todo lo simbólico que existe alrededor.”
Para el juez Luis Niño los nuevos tienen una suerte de militancia en ciertos delitos: “Los ataques pequeños contra la propiedad: ahí militan los que recién empiezan”, dice. En general, sugiere, el camino que va llevándolos a encontrar una suerte de habilitación subjetiva para meterse en el terreno del delito comienza frente a la delgada línea que toca lo contravencional. Poco a poco el proceso se va acelerando. “Tal vez empiezan con lo que tienen más a mano: se quedan con una retención de dinero o tienen abusos de confianza.” En general, por historia y estadísticas, los novatos son adolescentes y jóvenes. Los adultos sólo aparecen en la franja de homicidios, sobre todo, aquellos pasionales. Por eso, para nadie pasan de largo estos casos de adultos cercanos a los cuarenta años que aparecen en los Tribunales sin antecedentes.
Jorge V. es uno de ellos. Argentino, de 41 años, soltero, actualmente detenido en la Unidad Número 2 del Servicio Penitenciario Federal. Está imputado por “haberse apoderado ilegítimamente” de los 31 pesos que tenía un taxista. Para conseguirlos, amedrentó al taxista con un cuchillo, tal vez su única arma conocida.
Jorge V. empezó a trabajar a los trece años, por esa época hacía repartos de vino. Dos años después comenzó a repartir achuras en los camiones de frigoríficos. Así estuvo hasta que se hizo grande; a los 21 cambió las achuras por la carga y descarga de carne mientras mantenía un trabajo fijo como empleado de limpieza en el Comando de Arsenales del Ejército. Estos datos están dentro del informe socioambiental que le hicieron en el juzgado. Según ese informe, a partir de los treinta y durante diez años, Jorge V. abandonó la carne, el frigorífico y las achuras para hacerse peón de taxi.
Su vida siguió igual hasta treinta días antes del robo. En ese momento, dijo, la mandataria del taxi decidió despedirlo. Durante esos últimos treinta días consiguió algo de dinero trabajando cada tanto en la descarga de camiones de carne. Todos los días iba a probar suerte a uno de los frigoríficos ubicados sobre la Ruta 3 a unos cincuenta kilómetros de la Capital. No entraba al lugar, se quedaba en la puerta aguardando que le pidiesen algo. De acuerdo con el relato del juicio oral, el día del robo “estuvo en el lugar en horas de la mañana esperando que le dieran algún trabajo”. Jorge V. tuvo cuatro hijos: Karin Daniela de 15, Hernán Ezequiel de 14, Daniela Tamara de 7 y Brián Ezequiel que murió a los dos años. Los tres más grandes van a la escuela. En su tiempo libre, Jorge Alberto vetelevisión. A veces, sigue el informe, va a tomar algo con amigos taxistas o a jugar con ellos al fútbol.
El robo al taxi por los 31 pesos ocurrió durante los primeros días de mayo. Jorge V. paró al taxi en pleno centro poco después de las tres de la mañana. A poco de andar, le mostró al taxista su cuchillo y le pidió el dinero. Intentó llevarse el auto pero no lo pudo arrancar. Lo detuvieron a cuadras de San Martín y Pueyrredón, minutos antes el taxista había dado la voz de alerta a su radio y a la policía.

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