SOCIEDAD › DESDE HACE UN AñO, MáS DE VEINTE MIL PERSONAS VIVEN EN EL BARRIO 17 DE NOVIEMBRE, EN EL MáS COMPLETO ABANDONO, SIN AGUA NI CLOACAS
Desde que ocuparon el terreno baldío en Lomas de Zamora, los habitantes del 17 de Noviembre fueron cambiando y aumentando. Al primer intento de organización siguió el vale todo de los punteros políticos. El negocio de vender casillas sin ser dueño.
› Por Ailín Bullentini
Mirta no está. Ni su beba de escasos meses. Tampoco están su hija Catalina, de 15 años, y la hija de su hija, que apenas pasa el año. La improvisada carpa donde se guarecían del calor y los mosquitos; del viento, el frío y la lluvia que llegaron con los meses de aguantar todo, desapareció “de noche, nadie las escuchó irse”, como comentó la vecina, que desapareció igual que la carpa de Mirta, que sus hijas y sus nietas, no bien se le preguntó por el dueño de la casilla que ahora ocupa el espacio que aquéllas habían dejado vacío. Lorena también se fue. Se llevó sus ojos transparentes que nunca más miraron a los de sus cinco hijos, cada par tan transparentes como los de ella. Les dejó la habitación de madera, chapa y tierra que levantó en un lote que Rosa, la mamá del padre de algunos de los niños, consiguió rescatarle al lado del suyo. Rosa reforzó su casilla, suspendió “por un tiempo” el sueño de construir un comedor en el pedazo de terreno que le sobra en su lote, y se hizo cargo del cuidado de sus nietos. Jennifer, la más grande, tiene 14 años; el Colo, de un año y medio, es el menor. A un año de su nacimiento, no sólo las caras de las personas son distintas de las que se animaron aquella madrugada del 17 de noviembre de 2008 a repartir entre más de 20 mil pares de manos un gran pedazo de tierra abandonada a metros de Puente La Noria. También lo es el gran rostro de ese centenar de hectáreas que, en medio de los barrios más pobres de Lomas de Zamora, mira con el gesto propio de la pobreza y el abandono.
Transcribir con certeza la cifra exacta de habitantes que el 17 de Noviembre abraza no es posible. El censo realizado por la Comisión Nacional de Tierras durante los primeros meses de ocupación “ya no sirve porque las cosas cambiaron”, apuntó la directora social del organismo, Miriam Denegri. En aquella ocasión, varios vecinos se quejaron de que nunca fueron censados. “A mediados de mes se realizará un nuevo censo, articulado por manzana y por región. Se iba a empezar esta semana, pero no se cuenta aún con los instrumentos necesarios”, explicó. Entonces, la cifra más confiable, por la prolijidad en el trabajo de campo y su actualidad, pertenece a los integrantes de Propuesta T.A.T.U, el proyecto sanitario que desde el otoño suple el servicio que debería ofrecer el Estado. Si bien aún no acabaron de recorrer el laberinto barrial, la proyección de los datos obtenidos por los voluntarios del proyecto permite aventurar que son entre 20 y 22 mil los habitantes; más de 3600 familias.
Si existía un objetivo común entre las personas que ocuparon el ex Campito de Tongui –ubicado entre los barrios Ingeniero Budge y General Paz, en Lomas de Zamora– hace un año, ése era “construir un barrio”. A esa difícil meta respondieron los intentos de aquella primera comisión de delegados que se constituyó “como por decantación” a pocas horas del desembarco en el terreno baldío, que buscaron medir y dividir el suelo apropiado en lotes de igual medida, mantener las trazas de las calles que se abrían en los barrios linderos y lograr “mejorar la calidad de vida de todos por igual. Nadie pasa por todo esto para vivir peor, ¿no?”, se preguntó Luisa, una vecina.
Hoy, las inundaciones, la imposibilidad de mantener una organización entre los miles de vecinos, la ambición de algunos pocos amparados por el poder político local y la ausencia del Estado convirtieron en imposible aquella primera meta. “Estamos solos. Todo acá depende de uno mismo, de su familia”, afirmó Ramona, que comparte con su marido Hugo y sus dos hijas el techo y la cama. Denegri, por el contrario, aseguró que el Estado “intervino desde un comienzo en el barrio, articulando acciones con el conjunto de delegados. Si esto no hubiera sido así, hoy el predio sería un gueto imposible de penetrar”.
No obstante, asumió que el trabajo estatal fue “lento” y “adecuado a las posibilidades” que el ámbito legal ofrece en estas ocasiones. Según Denegri, “como Estado sólo podremos intervenir fuertemente en urbanización, infraestructura y otros temas importantes, cuando el predio sea nuestro. Hasta entonces, se hace muy difícil” (ver aparte).
Lo que llegó desde los recintos estatales fue poco. En su mayoría, respuestas improvisadas y efímeras a las medidas de fuerza que los vecinos implementaron cuando ya no daban más. Luego de un par de cortes en el tránsito de la autopista que une el Puente La Noria con el sur del Conurbano aplicados en el verano, el municipio implementó el reparto de sachets de agua y envió un camión sanitario que abandonó el barrio a las pocas semanas. Los gobiernos provincial y nacional, por su parte, prometieron censos, regulación de la posesión de las tierras y urbanización, que aún no pudieron cumplir de manera acabada.
Ramona y Hugo se pasan los días en su lote, construyendo de a poco la estructura que algún día reemplazará a las cuatro paredes de madera y cartón. Eso, cuando Hugo no consigue changas con las que hacerse de algunos pocos pesos. De a ratos llegan las amigas de ella, los hermanos de él. Todos viven en el barrio. Tamara y Andrea, las dos hijas del matrimonio, corretean por los alrededores y juegan con Roque, el perro que llegó un día a la casilla de la familia para no irse más. Como si los escombros traídos de cualquier parte, basura y tierra contaminada que antes era el fondo del Arroyo del Rey (ver aparte) fueran el mejor lugar del mundo. Hace un año que las nenas no van a la escuela. “Las voy a anotar para el año que viene. Este año fue un lío”, se justificó Ramona.
La situación de Ramona y Hugo se repite de tanto en tanto en las 90 manzanas del 17 de Noviembre. Son como pequeños focos de iniciativas solitarias; son los que le dan un tinte de optimismo, movimiento, vida, al asentamiento. Lo mismo ocurría durante los meses inmediatamente subsiguientes a la toma, cuando las asambleas existían. Ellas fueron el intento de urbanización del barrio; allí, Alejo, Armando, la Colo, Patricia y Dani eran algunos de los casi 100 delegados que se reunían cada semana para orientar la instalación de las redes de agua y el tendido de electricidad. Clandestinas, claro.
El abandono estatal generó un vacío que vino como anillo al dedo a los enviados gubernamentales ficticios, que lo único que lograron fue desvanecer la organización colectiva. “Los punteros destruyeron todo. No se puede pelear contra ellos, contra sus matones. Hoy se creen los dueños del barrio, amenazan, le roban a la gente los lotes, manejan los camiones de relleno. Así no se puede”, denunció Brenda (ver aparte). El 17 de Noviembre se convirtió en un mercado de compra-venta de tierras que atrae a personas que, tal como la inmensa mayoría de los que llevaron a cabo la toma, no tienen los recursos suficientes para acceder a un techo por la vía legal. Para ellos, el barrio es la única esperanza y, a la vez, una trampa difícil de descubrir: dueños que no son dueños de lo que venden se quedan con el dinero de aquellos que, en su desesperación, arriesgan lo poco que tienen y acaban con las manos vacías.
Hace dos meses, Silvia pagó tres mil pesos a un hombre por un lote a cuatro cuadras del ex Camino Negro, ahora convertido en autopista. “Toda la plata que tenía ahorrada se la di a este tipo, que me hizo firmar unos papeles y todo”, comentó la mujer, mamá de dos niños pequeños, costurera de sol a sol. Sólo podía acercarse los fines de semana a su nueva adquisición, en la que de a poco levantó una casilla y rellenó el espacio para salvarlo de la amenaza del agua, uno de los principales enemigos de todos en el 17 de Noviembre. “Cuando llegué el domingo me encontré con él (Adolfo Deasis, el supuesto dueño verdadero de la tierra). Ahora no sé qué hacer”, lamentó Silvia.
Desnudo de regulación estatal, en el 17 de Noviembre el primero que pisa suelo se convierte en su dueño y el reconocimiento de los vecinos cercanos es la certificación de esa posesión. “Cada uno puede hacer lo que quiera, vender, alquilar o lo que sea. Pero con su lote, no con el de los demás. Eso es abuso, oportunismo”, explicó Patricia antes de consolar a Silvia: “Vos tendrías que haber venido a hablar con nosotros, que conocemos quién es el dueño de cada lote”.
Ya no hay asambleas. Alejo abandonó su lote, hoy bajo el agua, y se unió a Propuesta T.A.T.U. El centro comunitario en que se había convertido la casilla de Armando también está inundado y no puede usarse. Cuando consiguen donaciones para la merienda de los niños y niñas del lugar, la reparten casilla por casilla. La organización vecinal no sobrepasa los grupos de tres o cuatro familias, que acaban enfrentados entre sí en la lucha por los escasos recursos. “Cada uno hace lo suyo. Juntar a dos vecinos para trabajar juntos cuesta un perú”, lamentó Armando.
Soledad, pobreza y miseria son las palabras que hoy definen de manera contundente a las entrañas del nuevo barrio, laberinto de agua estancada, casillas de cartón y madera, calles zigzagueantes de barro. Invisible, esa realidad sólo surge a los ojos de quien mire al barrio unos cuantos metros por encima del nivel del suelo, o se anime a internarse en él. Es que, a la vera del ex Camino Negro, una decena de enormes galpones de ladrillos y material lograron levantar una fachada mentirosa. Gigantes, los corralones desafían entremezclados con construcciones de madera y algunas pocas de materiales más firmes; algunos están en pleno proceso. Ocupan varios lotes y requieren de materiales y recursos que, salta a la vista, no posee el común de los habitantes del barrio.
“La gente los ve y no nos cree que somos personas que llegamos acá porque no nos quedaba otra.” Ronald comprende la reacción de la clase media que se indigna cada vez que mira al barrio desde la ruta, desde lejos, y no ve más que aquellas enormes construcciones. Una visión que despoja de legitimidad a la necesidad de vivienda que empujó a la inmensa mayoría de los vecinos a tomar el terreno. El hombre se pasa todo el día pugnando con sus vecinos por los camiones de residuos y contenedores de escombros. A fuerza –también– de la iniciativa de la gente, el nivelado del terreno que comenzó desde la ruta ya llegó a su lote, aunque aún “faltan un par de semanas” para que pueda abandonar “el pantano” y reconstruir todo, casi cuatro metros más arriba.
El lote que Ronald compró en diciembre, cuando el 17 de Noviembre era aún incipiente, aún está sumergido en el más de medio metro de agua que se acumuló luego de las lluvias del verano. Pagó 1300 pesos a una mujer que “dijo que no iba a aguantar vivir así”, y armó allí, en el medio del amplio terreno, una casilla donde vive con su mujer, Rosa, y su hijo de dos años. ¿Quiénes son los dueños de los lotes donde crecieron los enormes corralones? Desde el anonimato, los vecinos cruzan hipótesis: “Hay muchos concejales de Lomas que metieron la mano. Ese de allá adelante es de la hija de uno de ellos”; “Es un tipo el dueño de todo, el mismo que tiene corralones en el barrio de enfrente”; “De los punteros, de quién van a ser si no”. Y coinciden en que esos lotes pertenecían a otros vecinos que fueron “echados”. Los albañiles que apilan ladrillos, en cambio, dicen desconocerlo: “Yo trabajo, nada más”.
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