SOCIEDAD › MARINA SILVA, DE RECOLECTORA DE
CAUCHO A MINISTRA DE MEDIO AMBIENTE DE LULA

“En la selva todo es más duradero”

Hacía tiempo que Luiz Inácio Lula da Silva se había fijado en esa mujer menuda, de mirada penetrante, considerada todo un símbolo de la defensa de la Amazonia. Tras ser elegido presidente de Brasil, Lula dio en Washington los nombres de sus dos primeros ministros: Antonio Palocci, su brazo derecho, institucional, para la cartera de Hacienda, y María Osmarina Silva Souza, para la de Medio Ambiente. La historia de la ecologista precoz que en el Amazonas les hablaba a los cedros.

Por F.R.
Desde Brasilia

Marina, como la llaman en el Partido de los Trabajadores (PT), despertó la curiosidad nacional cuando fue la senadora más votada en las elecciones de 1994, por la candidatura del Frente Popular de Acre, su Estado natal. Una seringueira (recolectora de caucho) impregnada de los valores de la selva por los cuatro costados había derrotado a viejos caciques de la política regional, y al mismo tiempo rompía con la antigua tradición que reservaba el Senado para ex gobernadores y grandes empresarios, en una Cámara considerada como el cementerio de elefantes. Ahora, Marina Silva vuelve a Brasilia, corazón del poder político y símbolo del Brasil moderno, desde el Estado más remoto de una nación gigantesca.
Hoy, ocupa el inmenso despacho oficial del Ministerio de Medio Ambiente, y comparte desde su puesto en el gobierno de Lula “un momento de química colectiva”, según describe, entre todos los integrantes de la nueva Administración de Brasil.
–Por primera vez, ciudadanos de origen humilde como el presidente Lula o ministras como usted y Benedita da Silva han llegado a los puestos más altos de la Administración. ¿Qué significa para usted?
–Creo que es el resultado de todo un esfuerzo por la reconquista de la democracia en el país, que ha vivido procesos de organización social, política y partidista muy consistentes. La síntesis de mayor éxito ha sido lo ocurrido con el Partido de los Trabajadores, que, después de 22 años de lucha política y de organización de la sociedad, ha colocado como presidente de la República a un antiguo metalúrgico. En mi caso, quiero que la actuación de mi ministerio tenga tres ejes: horizontalidad, control social y una nueva manera de hacer política de medio ambiente. No basta con la figura de la ministra, por muy carismática que sea. Hace falta capacidad de liderazgo, acción y diálogo. Si la llegada al gobierno de todos nosotros significa que somos producto de un esfuerzo colectivo que trae a la política a personas con esta biografía de vida, nuestro trabajo tiene que mostrar que este esfuerzo colectivo será capaz de lograr resultados en las áreas social, ambiental y económica a la altura de los desafíos de una nación con 53 millones de personas excluidas y uno de los mayores patrimonios de recursos naturales del planeta.
–¿Cómo se siente una persona con su biografía en un gobierno tan heterogéneo, donde conviven empresarios, diplomáticos, militantes de partidos de izquierda y centroderecha?
–Me siento muy cómoda. Tal vez tenga que ver mi experiencia en la selva amazónica, donde los ecosistemas son muy diversificados. Por eso las cosas funcionan. Pretender que el gobierno tenga un pensamiento único está condenado al fracaso. Creo que las distintas miradas de la realidad son el gran elemento dinamizador del gobierno de Lula. Me siento cómoda en este gobierno, me gusta la diversidad social, cultural y política sobre la base de propuestas. Siempre digo que cuando hay principios éticos y morales duraderos se pueden hacer alianzas diversas.
–¿Tiene usted la sensación de que éste será un gobierno más, dentro de la alternancia, o, por el contrario, Brasil está entrando en una nueva era?
–Este es el gran desafío. No pienso en el partido en sí, sino en el proceso y en el resultado de este proceso. Si somos capaces de reorientar la política económica para que el país vuelva a crecer y la política social que posibilite la inclusión, entonces este proyecto tiene que ser victorioso para más de cuatro años. Si es así habremos conquistado algo muy importante para América latina: que un partido de izquierda en una coalición de partidos no sea atropellado por el inmediatismo o por la decepción que se produce en torno a resultados no alcanzados. Si este proyecto resulta victorioso, la consecuencia será la reelección.
Con Chico Mendes
La relación tan especial que establecen con el medio quienes habitan en la selva convirtió a la pequeña Marina en una ecologista precoz. Era una criatura, recuerda, cuando creía salvar los árboles cortados taponando con pedacitos de madera la salida de la savia. Le hablaba el cedro –”te estoy poniendo penicilina, vas a curarte”–, y repetía las palabras de su abuela cuando trataba con pomada la herida de quien acababa de cortarse. El sentimiento por la selva era muy elemental: cuando se convive en un medio que te provee de todo surge una relación de amor y afecto.
La conciencia de la lucha por la preservación de la selva llegó más tarde, cuando Marina Silva tenía 15 años. Hubo una acción de los seringueiros para impedir una tala cerca de su casa. Allí fue ella junto a su padre para ayudar y enfrentarse a los propietarios deforestadores. A comienzos de los años ochenta encabezó, junto al entonces líder sindical Chico Mendes, los empates, acciones de protesta no violentas de los seringueiros contra la devastación de la selva y el desplazamiento de sus pobladores. Unos dos millones de hectáreas de selva se salvaron como consecuencia de aquella lucha.
“Las poblaciones tradicionales defendían la selva, sin saber lo que significaba proteger el medio ambiente o la pluralidad étnica y racial. A partir de la década de los setenta, cuando conocí a Chico Mendes, y a través de la teología de la liberación, fui viendo que aquellas acciones tenían una orientación y un pensamiento que unía a la gente. Después vino la universidad y el contacto con ambientalistas. Eran tiempos de lucha contra la tala de árboles, y el concepto se fue ampliando hasta el día de hoy. En aquella época, defender la selva era defender la supervivencia, el medio de vida. Todo el mundo valoraba la tierra por la tierra. En la Amazonia, lo importante es lo que hay encima de la tierra, es decir, la selva, un concepto totalmente distinto del que hay en el sur del país, donde se da más importancia a la tierra para eliminar la selva y dedicarla a la agricultura. Para los seringueiros recolectores de caucho, la tierra desnuda no valía nada. La idea de riqueza y bienestar era tener ríos con peces, castaños, caucho, caza...”.
–Usted ha dicho en alguna ocasión que los tres puntos fundamentales de su vida son su padre (seringueiro), la fe cristiana y Chico Mendes.
–Sí, fueron una referencia en la formación de mis valores. Mi fe cristiana, porque lo que la gente dice tiene que traducirse en frutos, no podemos transformar el mundo sólo con palabras. Chico Mendes me enseñó cómo percibir en los otros el deseo de hacer cosas, y que los procesos más fuertes y legítimos son aquellos que consiguen contemplar las tres dimensiones de la necesidad humana a la hora de actuar: autoría, realización y reconocimiento. Con mi padre tiene que ver el estilo de vanguardia que tenía. Mis padres nunca nos pusieron cortapisas –éramos 11 hermanos, murieron tres, y somos siete mujeres y un hombre–, a pesar de que veníamos de la cultura de la selva, del norte, donde el machismo tiene mucha fuerza. Perdí a mi madre cuando tenía 14 años, y mi padre nunca me enseñó que la mujer no podía hacer ciertas cosas.
–Usted pasó por el convento.
–Sí, estuve dos años y ocho meses de novicia.
–¿Qué buscaba?
–Inicialmente, mi abuela, que era muy católica, me dio los primeros conocimientos rudimentarios de la fe cristiana. Y así fue como empecé a alimentar el sueño de ser monja. Cuando entré en contacto con la teología de la liberación descubrí que no era lo que quería. No es preciso pasar todo el tiempo en la cima de la montaña para contemplar a Dios, por lo que pensé que tenía que hacer las cosas en el valle y no en la cima.
Hepatitis
Durante su mandato como diputada de Acre comenzó un largo calvario, en el que la salud se deterioraba progresivamente sin que los médicosconsiguieran detectar las causas. La hepatitis había golpeado en tres ocasiones, pero esta vez era algo más serio. Viajó a San Pablo; pidió ayuda a Lula, a José Genoino (actual presidente del PT) y a otros amigos del partido. Los análisis no detectaban nada, pero ella insistía en que sentía un gusto extraño en la boca, “como si tuviera una moneda en la lengua”. Nadie la entendía cuando alertaba que tenía la sensación de estar contaminada por metales. Tuvo conocimiento de un especialista en la materia y fue en su busca, sola.
Envió muestras de su cabello a un laboratorio de Estados Unidos, donde confirmaron su sospecha: sufría una contaminación por metales pesados, contraída probablemente en el tratamiento contra la malaria cuando vivía en la selva, y que le había provocado problemas neurológicos severos y alteraciones en varios órganos. Tuvo que esperar el parto de su hija Mayara, a mediados de 1992, para empezar a tomar los medicamentos que combatieron la contaminación.
–¿Los problemas de salud que usted ha padecido han influido en su manera de ver el mundo?
–Mucho. Siempre digo que Dios me dio un espíritu fuerte y un cuerpo débil. Cuando se siente muy cerca la posibilidad real de dejar de existir, se tiene una conciencia mucho más profunda de las limitaciones. Se aprende a valorar lo que uno es y no lo que le atribuyen. Esto me ayudó mucho, porque yo tengo una parte que soy yo misma y una parte que me atribuyen. Lo que soy va conmigo siempre, y lo que me atribuyen puede desaparecer en cualquier momento. No soy dueña de esta parte. Aprender que eso es así es muy enriquecedor.
–Y su salud ¿cómo está hoy?
–Gracias a Dios tengo una salud razonable.
–Los que se fueron y viven lejos de la selva, muchos de ellos en la periferia de las grandes ciudades, ¿sienten añoranza?
–No todos. Aunque las cosas están cambiando. Antes mucha gente tenía vergüenza de decir que era de la selva, porque era sinónimo de pobreza, analfabetismo. Chico Mendes contribuyó mucho a recuperar la identidad de los pueblos de la selva y a estar orgulloso de ello. En la periferia de las grandes urbes, la gente ha aprendido a hacer una síntesis de los tiempos de la ciudad y de la selva. El tiempo de la ciudad transcurre muy rápidamente, las cosas no son interiorizadas y procesadas como en la selva. En la selva, todo va a otro ritmo. Una noticia nueva tarda 15 días en llegar. Las cosas son más duraderas: las relaciones, las amistades...
–Brasil es como un continente, con países y pueblos muy distintos. ¿Es posible la integración de todos ellos?
–Brasil tiene una cultura integrada. Es fantástico que un país continental, con costumbres bien diferenciadas, tenga una integración cultural tan fuerte. El seringueiro y el industrial paulista tienen el mismo sentido de referencia de ser brasileño. La cultura brasileña tiene una ligazón muy fuerte.
–¿Cómo explicaría a un niño qué es el desarrollo sostenido?
–Tal vez la mejor manera de entender qué es el desarrollo sostenido sea pensar como un niño, que no tiene conciencia de los riesgos de su futuro. Un niño imagina que tener agua potable y aire puro es algo normal para toda la vida. Recuerdo que de pequeña no tenía ninguna duda de que aquella inmensidad de la selva era infinita, no terminaría nunca. Hoy, cuando vuelvo a mi tierra, todo ha cambiado, gran parte de la selva ha sido devastada.
–¿Cuáles son los mayores devastadores de la selva?
–Hay un conjunto de cosas. La agricultura intensiva es, sin duda, una de las mayores causas de la deforestación, además de la explotación ilegal de madera, los garimpeiros (buscadores de metales y piedras preciosas) depredadores... La explotación de los recursos naturales no tiene por qué ser depredadora. No es cuestión de más represión, sino de una respuesta enbusca de una alternativa que tenga en cuenta los 20 millones de personas que viven en la selva.
–¿Cree usted que Brasil ha conseguido demostrar en los foros internacionales la importancia de su riqueza ecológica?
–El mundo desconoce el potencial de nuestros recursos naturales. Todavía estamos a tiempo para ejercer un liderazgo. Pero, para ello, todos los brasileños, no sólo los dirigentes políticos, tienen que asumir el papel estratégico que nos corresponde. Ese el desafío de la política ambiental y de nuestro país.
–¿Considera usted que el concepto Amazonia, patrimonio de la humanidad cuestiona de alguna manera la soberanía brasileña?
–Depende. Que la torre de Pisa sea considerada patrimonio de la humanidad no me incomoda. Pero la Amazonia comporta muchas riquezas e incluso cierta mitificación de que es una especie de panacea para todos, lo que en parte es cierto por ser una base del equilibrio del planeta. En este sentido, es un patrimonio porque de ella depende la vida de la humanidad. Pero eso no puede derivar, de ninguna forma, en una pretensión sobre su soberanía. El problema es quién dice, cómo lo dice y cuál es su intención al decirlo.
–En el área que a usted compete, ¿le preocupa la actitud de la Administración Bush en la lucha contra el narcotráfico en Colombia, y sus efectos en el medio ambiente, o en la negativa a firmar el Protocolo de Kioto?
–Creo que Brasil busca afirmar una realidad de igualdad con todos los países del mundo que sea ventajosa para los intereses económicos y sociales de Brasil, y percibiendo que forma parte de un proceso inexorablemente global. Usted puede hablar de su aldea, pero su aldea está conectada con todas las aldeas del planeta. Creo que la humanidad tiene que crear principios éticos, en relación a la guerra, al hambre, a la exclusión planetaria; con 2000 millones de personas pobres...
–¿Cómo imagina el mundo, y concretamente Brasil, dentro de 25 años?
–Tengo que imaginarlo con menos pobres, menos analfabetos; con más solidaridad entre los pueblos, más respeto a la diversidad cultural, más esfuerzo para que las generaciones futuras puedan usufructuar de los mismos recursos que hoy disfrutamos... De aquí a 25 años tendré 70 años. Me gustaría recordar esta entrevista y poder decir: logramos esos objetivos, que mejoraron muchas cosas. Necesito creer en todo esto para llegar hasta allí.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.

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