SOCIEDAD › LOS ESPECTáCULOS DE TRANSFORMISTAS EN LOS TEATROS DE LA COSTA
Las obras que protagonizan transformistas, sean heterosexuales, gays o travestis, ya son un auge en la ciudad balnearia. Y va al teatro todo tipo de público, hasta familias con sus chicos.
› Por Emilio Ruchansky
Desde Mar del Plata
En Rivadavia, una calle paralela a la peatonal San Martín donde a la noche y a lo largo de tres cuadras se cierra el paso al tránsito vehicular, una tendencia teatral desplaza a las obras de mediáticos como Amigacho, Zulma Lobato o Ricardo García. Se nota en el volanteo, en la cantidad de gente que pide tomarse fotos con otros personajes no tan nuevos ni tan conocidos, pero afianzados en la boletería. Gabriel Gómez, un comediante porteño de la obra Señales de humo, lo vocifera en la multitud, disfrazado de chiste: “¡Unico show sin travestis!”. Según él, el furor de los espectáculos de transformistas, sean heterosexuales, gays o travestis, se debe “a lo visual”. A pocos metros, flanqueada por dos niñas a la espera del flash, Mariquena del Prado, personaje central del Club de las capocómicas, aporta otra pista a dos turistas: “Es un espectáculo para toda la familia”.
En los teatros céntricos que no superan las 300 butacas también hay cómicos como Jorge Corona, imitadores de Charly García y de Andrés Calamaro o “ex” televisivos que integran, sin protagonizar, shows de transformistas: Mariana Petracca (Cuestión de peso), Luz Ríos (Gran Hermano 2011) y Martín Whitencap (ShowMatch), entre otros. El declive de los mediáticos que encabezan obras a veces está en su propio gen: duran una o dos temporadas, mientras que obras como la de Mariquena, el unipersonal de Vanessa Squillaci, la compañía Dinamita o de Transfrappe llevan varias.
Las boleterías tampoco mienten. Los shows-tanques de Carmen Barbieri y Moria Casán, con grandes elencos y entradas a 160 pesos, hicieron rebajas y multiplicaron las promociones. No hay menos turistas, sí más cautela. “Cobramos entre 50 y 70 pesos. No tenemos tanta plumas, pero sí humor. Y otra veta en vestuario, mago y baile. Y obras que nacieron del ambiente gay, lésbico, trans, pero tienen público hétero también. Si querés crecer como artista tenés que salir del gueto”, dice Alejandro Castillo, uno de los referentes del Grupo Dinamita y director de la Sala 5 Sentidos.
Por casi diez años, la rosarina Vanessa Squillaci interpretó exclusivamente a Mirtha Legrand, Graciela Borges, Susana Giménez y China Zorrilla. Cuando intentó personajes propios le fue mal, aunque varios le sirvieron para pensar su unipersonal: Mujeres con poco humor que dan mucha risa. Y le va bien. La galería incluye una cruel y malhumorada viuda ricachona, una ingenua travesti encarcelada en su cuarto, también una desconcertante señora empastillada. Su público en el Teatro del Angel es más variado aún: la aplauden abuelos, parejas jóvenes, familias enteras de Mendoza, Córdoba y Misiones y muchos grupos de amigos.
“La gente se cansó del puterío mediático. No tiene sustento. La respuesta te la dan los años, yo vivo de esto. Y el público viene porque ve la fiesta que se arma. Además acá se liberan, ves a las jubiladas usando sombreros raros, que no llevarían en su barrio”, comenta Squillaci. Ayudó mucho, dice, la difusión que dio el show de Marcelo Tinelli a personajes como Pachano, Flor de la V, Flavio Mendoza. “Antes te gritaban puto”, recuerda. Ahora, le resulta trillado hacer humor desde lo travesti. “No tengo ganas de hacerlo, creo también que el público fue evolucionando”, reflexiona.
Squillaci asegura que las travestis “eran las mascotas de los elencos” hace cinco años y reírse de esta elección sexual en el escenario era una especie de “derecho de piso”. El cambio de época, analiza, demuestra el fracaso de la visión ridiculizadora implantada social y mediáticamente. Se nota en la suspensión del show de Zulma Lobato, el 20 de enero. “Todo funciona de boca en boca, la gente te conoce y te consume”, dice. Una señora, en la calle, lo confirma: “Quiero ir con mis amigas, me encantaron los personajes, Vanessa. ¿Cómo puede ser que todavía no estés en la tele?”. “Porque todavía no les interesa”, le responde.
Tras varias temporadas como transformista, hace tres años Squillaci asumió corporalmente su sueño identitario. “Me puse las tetas”, simplifica. Fue poco después de la muerte de su padre y al poco tiempo conoció a su actual pareja: “Nada fue casual. Era algo querido, que llegó recién a los cuarenta, pero en parte ya vivía así, era feliz de noche”. En el epílogo de su obra, ella comenta su cambio de identidad y asegura que la gente sólo discrimina lo que no entiende. “Yo soy travesti, una palabra que todavía suena como cachetazo”, dice al público.
Luego suelta: “Somos todos parecidos. Buscamos las mismas cosas. Ser felices, amar, compartir. Quiero que sepan que los sueños no tienen precio, ni edad, ni fecha de vencimiento”.
Natalia Casano y Paula Strada son dos chicas trans dando sus primeros pasos en el mundo teatral. La primera es parte de la troupe de Mariquena del Prado, hace fonomímica, playback, de Susana Giménez, Liza Minnelli y Lía Crucet. Strada es vestuarista de Marcelo Mariani, productor y transformista de la obra Transfrappe. Ambas coinciden en las nuevas posibilidades laborales de estos espectáculos. “Antes no había tantos lugares para montar obras, además hay un público más grande”, asegura Casano, que dedica largas horas a analizar gestos, respiración y características para la fonomímica. Su modelo a seguir, asegura, es Jean-François Casanovas.
Al igual que el elenco de Transfrappe, Strada volantea desde las 23 hasta pasada la medianoche. Es rubia, alta y flaca, y por eso muchas niñas la ven como la muñeca Barbie. “Para mí es mejor el elogio de una mujer que el de un hombre, ellos les dicen eso a todas”, dice Strada, de 28 años y oriunda de Tandil. Cuando los padres de esas niñas le preguntan si el espectáculo es para ellas también, Strada simplemente dice: “¿Ven el show de Tinelli? Si se lo dejan ver, puede entrar”.
Siempre hay algún “viejo zarpado”, comentan ambas, pero en la calle priman el asombro y la admiración. “Para el público somos princesas”, dice Casano, de 21 años y llegada de Azul, provincia de Buenos Aires. Strada asegura que su miedo escénico se esfumó y la próxima temporada tratará de estar en cartelera haciendo lo que le gusta: bailar. Estudió en Tandil y en Mar del Plata, pero quiere desembarcar en la ciudad de Buenos Aires. “Si no te prostituís, cuesta el doble”, dice.
Pasada la medianoche, el volanteo, los chistes, las cientos de poses para la foto derivan en una nutrida cola frente a las boleterías de los teatros marplatenses. Casano diagnostica el fenómeno con crudeza: “Puede que haya morbo por ver a un hombre vestido de mujer en el caso de los transformistas o de ver qué hacemos las travestis arriba del escenario. Pero también hay talento. Se terminó la era del teta-culo-escándalo”.
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