SOCIEDAD
› EL TERRIBLE RELATO DE UNA MADRE A LA QUE EL AGUA LE ARRASTRO A SU BEBE DE 21 DIAS
“Tal vez era mejor haberme muerto ahogada”
Cuando llegó el agua, Verónica Fernández se subió a una lancha con su hijo. Pero hubo un vuelco y todos cayeron a la torrente. A ella la ataron a un pilar para no ser arrastrada. Del bebé no supo más. Estuvo días buscándalo. Y al final apareció muerto.
› Por Carlos Rodríguez
Desde Santa Fe
En la tragedia de Santa Fe, la mayoría de los 24 muertos reconocidos oficialmente eran personas mayores de 55 años y ancianos de hasta 92. Una de las excepciones –hay tres bebés muertos– fue Uriel Ramón Castillo, de 21 días, a quien la correntada que hizo estremecer al estadio de Colón y a los dos barrios cercanos, Centenario y Chalet, arrebató de las manos de su madre, Verónica Fernández, de 23, quien todavía no alcanza a comprender lo que ocurrió. Ella escapaba de la catarata en la que se habían convertido Centenario. Iba en una lancha junto con 22 personas que intentaban llegar a tierra firme, entre ellas su marido, Hugo Castillo, y sus hijos Uriel, al que llevaba en su regazo; Elvio, de 5, y Natalí, de 2. Aunque Verónica no sabe lo que pasó, el parte policial dice que la embarcación dio “una vuelta de campana” y todos cayeron al agua. Verónica estuvo horas atada a un parante del estadio de fútbol porque fue ayudada por un joven que le salvó la vida, pero ella siente que está “como muerta”.
“No sé qué pasó en todo ese tiempo. Yo lo único que pensaba es que no estaban mis hijos y me consolaba creyendo que el padre, o alguien, los había salvado, como me salvaron a mí”. Su angel de la guarda fue un joven al que ella apenas recuerda y que se llama Angel Vicino. La historia se conoce porque Angel la contó a los medios de prensa, antes de que Verónica pudiera confirmar que su hijo más pequeño había fallecido. Los otros dos pudieron ser rescatados de las aguas por Hugo, el papá, con la colaboración de otras personas que iban en la lancha que naufragó. “A Uriel lo estuve buscando, fui a las radios, pedí por él y le dije a la gente que estaba vestido con un buzo camuflado (se refiere a una prenda de colores veteados, similar a la del Ejército). Yo pensaba que lo iba a encontrar, que alguien lo había sacado del agua y lo tenían seguro”. El naufragio ocurrió en la noche del martes 29 de abril y el cuerpo de Uriel apareció tres días más tarde. La madre sólo pudo verlo en un nicho del cementerio.
Según Vicino, él y Verónica quedaron aferrados a uno de los pilares de una de las tribunas del estadio y el joven, utilizando jirones de su propia ropa, logró atar a Verónica del cinturón y lo mismo hizo él. Según el joven, en esa situación estuvieron cerca de cuatro horas, hasta que una lancha de la Prefectura los levantó. En el centro de evacuados que funciona en la Escuela 168 de Santo Tomé, Verónica sigue tan perdida como en el momento en que la lancha y el agua le dieron un vuelco de campana a su vida. “Si no estaba ese chico yo me hubiera muerto ahogada. Y tal vez era lo mejor, porque ahora me siento mal, muy mal, no sé qué hacer”. Mientras sus hijos juegan alrededor, Verónica mira sin ver.
Las historias de las personas fallecidas tienen un eje en común: la edad y la soledad en el momento del hecho. Cinco de los muertos tenían entre 55 y 59 años, otros cinco entre 60 y 69, seis entre 70 y 79, y otros dos tenían 85 y 92 años. Angel Argentino Gramajo, de 92 años, fue la primera persona que murió en el barrio Chalet. Su casa estaba enfrente de la que ocupa Rubén Dávalos, un paraguayo de 62 años que vivía allí con su mujer y sus hijos. Uno de ellos, Rubén, que tuvo que escapar en canoa con su esposa y su hijo de 21 días –el relato fue publicado ayer en Página/12– prácticamente lo vio morir a don Gramajo. “Estaba solo. Dicen que murió ahogado, pero unos amigos nos contaron que los médicos no descartaban que se hubiera muerto de un ataque al corazón. Cuando nos íbamos se escuchaba que alguien, desde adentro, gritaba y golpeaba la puerta.” Algo similar le ocurrió a doña Amalia Bersabet Oliva, de 63, quien fue hallada en el interior de su casa del barrio conocido como el Rulo de Cilsa. La mujer murió con la llave en la mano, tratando de escapar de la trampa final.
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