SOCIEDAD › OPINION
› Por Washington Uranga
Transcurrieron los primeros días del papa Francisco. Se produjo la asunción formal del nuevo pontífice de la Iglesia Católica Romana y se acabaron los festejos y los saludos formales. Los gestos, con los cuales Bergoglio cautivó a gran parte de las audiencias del mundo, ya no serán suficientes, porque se inició la difícil etapa de los hechos. Francisco tendrá que transformar en determinaciones, en decisiones, en resoluciones, aquello que hasta ahora ha formulado, con palabras y con gestos, casi como un programa de gobierno.
Claramente su primer mensaje consistió en la elección del nombre. Como sucede con todo en Bergoglio-papa, surgieron las dudas acerca de cuál de los Franciscos de la historia de la Iglesia había inspirado su decisión. Esto ocurre porque la trayectoria de Bergoglio, sus antecedentes dentro y fuera de la Iglesia, siguen moviendo a la duda –cuando no a la incredulidad– respecto de la confianza que pueden despertar algunas de sus manifestaciones más recientes ya como papa. El propio Bergoglio sostuvo que eligió su nombre siguiendo al santo de Asís y pensando en el cuidado que el inspirador de los franciscanos tenía respecto de la creación –una mirada que hoy puede traducirse como ecologista– y su compromiso con los pobres. Cabe preguntarse dónde están los antecedentes de Bergoglio-sacerdote-obispo en defensa del medio ambiente y de la ecología. No se le conocen intervenciones destacadas en esta materia.
La defensa de los pobres, en cambio, siempre ha estado presente en el magisterio de Bergoglio. No es nueva su postura en ese sentido, aunque muchos discrepen de la perspectiva con la que el ahora Papa se aproxima al tema. Francisco hoy, como Bergoglio antes, demanda atención de toda la sociedad y, en ese sentido, exige justicia para los pobres, los desvalidos, los necesitados, los enfermos. En general, para los que considera débiles. Y desde su lugar sacerdotal reclama a todos los que tienen posibilidades y responsabilidades –tanto los dirigentes políticos y sociales como los que tienen poder económico– que pongan en práctica la caridad cristiana, que atiendan a los desvalidos. La aproximación de Bergoglio al tema de la pobreza no está emparentada con una prédica de cambios estructurales en la sociedad, sino más bien con un reclamo de atención y paliativo para aquellas situaciones que requieren justicia.
Es el mismo camino que recorrió Bergoglio muchas veces en la Argentina cuando, en homilías o en documentos, señaló y denunció las situaciones de pobreza que persisten en el país, generando en ocasiones la molestia de dirigentes y gobernantes. Aunque no fuese así, Bergoglio siempre sostuvo entonces que sus observaciones no se dirigieron a nadie en particular, sino a señalar en términos generales una situación social que debe ser corregida. Antes y ahora Bergoglio ha sabido cómo articular sus discursos para que tengan efecto político y, desde la presunta neutralidad, propinar las estocadas con las que quiso molestar a unos y a otros. Nadie podrá decir que fueron inocentes varias de las homilías de los tedéum que lo terminaron alejando de Néstor y Cristina Kirchner.
Una de las preguntas es cómo puede traducirse esa mirada ahora ya en la condición de papa. Una posibilidad no improbable es que el Vaticano, a su impulso, tenga una presencia más activa y protagónica en los foros y organismos internacionales a favor de mayor justicia en el mundo. Sabido es que la Iglesia y la Santa Sede en particular no constituye una potencia, pero al mismo tiempo se puede decir que por el prestigio y por la representación al menos formal de 1200 millones de católicos en el mundo, tiene peso moral suficiente para inclinar con su prédica la opinión de al menos un conjunto de naciones. Habrá que verlo.
La discusión sobre el pasado de Bergoglio transcurrió por carriles similares a los que se conocieron respecto de Karol Wojtyla cuando fue designado como Juan Pablo II y con Josef Ratzinger como Benedicto XVI. La diferencia, en nuestro caso, es que los debates en Polonia y en Alemania nos resultaron entonces tan lejanos como lo son ahora para los europeos las cuestiones sobre el pasado de Bergoglio que ahora se discuten en nuestro país. Sobre la base de los distintos testimonios va quedando claro que si bien Bergoglio no tuvo la conducta de los luchadores por la defensa de los derechos humanos –que también los hubo entre sacerdotes y obispos–, tampoco se le puede atribuir la condición de cómplice de la dictadura militar.
Los lineamientos de la Iglesia hacia afuera van quedando aparentemente claros. A los gestos y a los discursos Bergoglio ahora tendrá que sumar algunas manifestaciones concretas, determinaciones y acciones que ratifiquen sus insinuaciones respecto de retomar la prédica social cristiana del Concilio Vaticano II. Tampoco podrá hacer mucho más en este terreno.
Sin embargo las urgencias del nuevo papa pasan por otro lado y tienen que ver con solucionar los graves problemas internos de la institución que, como se ha dicho hasta el cansancio, pasan por las luchas de poder, la corrupción y los desaguisados que existen, en términos generales, en una estructura que además de caduca ya es claramente anacrónica, desfasada del tiempo histórico y hasta contradictoria para cumplir la misión que la Iglesia reconoce como propia.
En los días que lleva como pontífice, Francisco no ha dejado de repetir la palabra “servicio” tanto para referirse a su tarea como papa como a la labor de los obispos y, por extensión, a toda la Iglesia. Para traducir en hechos esta perspectiva el Papa tendrá que librar una durísima batalla contra estructuras y hombres de su propia Iglesia. Condiciones personales tiene Bergoglio para ello. Visión, inteligencia, astucia y capacidad de decisión también. Los días y los hechos irán mostrando si todo eso alcanza para vencer las resistencias y las artimañas de quienes hasta hoy están instalados y fuertemente aferrados a las corruptas estructuras vaticanas. No pocos señalan que Francisco tendrá que actuar muy rápidamente en este terreno, amparado en el blindaje que ofrece el impulso inicial de la gestión y el prestigio intacto. Quienes conocen cercanamente a Bergoglio aseguran que las determinaciones no se harán esperar. Habrá novedades en breve, que se traducirán en nombramientos, en designaciones.
Está abierta la expectativa acerca de la posibilidad de convocar a un nuevo concilio. Hasta el momento, el Papa no ha dado el mínimo indicio en ese sentido, aunque algunos de sus gestos permitirían presuponer que es una posibilidad no lejana sobre todo viendo la agenda de temas doctrinales y pastorales que tiene que afrontar la Iglesia Católica. Un concilio, gran asamblea de los obispos de todo el mundo, estaría indicando que Bergoglio se toma en serio tanto la idea del Episcopado como servicio como la insistencia en su condición de “obispo de Roma” (antes que Papa) y de “primero entre iguales”. Como en casi todo, habrá que aguardar los hechos. Con la Argentina y con la política argentina no habría que esperar mayores sobresaltos. La nueva etapa de los gestos y los símbolos que se inauguró con los encuentros entre la Presidenta y el Papa seguirán por el camino iniciado. No es previsible que Bergoglio interfiera de manera directa en las cuestiones políticas del país. Si lo hizo en otro momento como cardenal de Buenos Aires, eludirá ahora cualquier situación que pueda señalarse como intromisión del Papa en la vida política del país. Su influencia será clara, en cambio, a través del perfil de obispos que designe para ocupar las plazas episcopales en Argentina, comenzando por el nombramiento de su sucesor en Buenos Aires.
En cambio vale esperar más bien un largo desfile de políticos que, partiendo de la Argentina, peregrinen hacia el Vaticano en busca de una palabra, de una foto, de un gesto que, así sea de forma tangencial, aporte para su redil algo de la popularidad del papa argentino. El tiempo dirá de qué manera Bergoglio maneja estas situaciones que se van a volver habituales.
Como decíamos al comienzo. Los gestos han sido importantes. Pero no son suficientes. Con los gestos, Bergoglio-papa se colocó muy por encima de las expectativas que podría haber generado la trayectoria de Bergoglio-obispo. Es necesario aguardar porque, como dice la cita bíblica, también en este caso “por sus frutos lo conoceréis”.
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