Sábado, 20 de abril de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Mempo Giardinelli
El mismo día que se publicó aquí mi nota reclamando frenar el traslado a Mar del Plata del monumento a Cristóbal Colón, me enteré de que el Parque Tres de Febrero muy probablemente pasará a llamarse Juan Manuel de Rosas. Lo cual sería, en mi opinión, otro disparate y, dicho sea con todo respeto, hacia el supuesto “tirano” que fue condenado por el liberalismo vernáculo durante más de un siglo. Y es que también en este caso hay un montón de posibilidades de honrar al célebre Restaurador del siglo XIX, aparte de que ya su rostro preside desde hace años los billetes de 20 pesos.
El nuevo, insólito proyecto fue presentado en la Legislatura porteña el 21 de marzo pasado, y el expediente lleva el número 657D2013. Consta de sólo dos artículos. El primero: “Denomínase al actual Parque Tres de Febrero como Juan Manuel de Rosas”. El segundo es de forma.
Pero lo más asombroso son los fundamentos: que la CABA “no ha rendido debido homenaje, en toda su nomenclatura urbana, a uno de nuestros padres de la patria”. Se recuerda luego su “triste expulsión del poder el día 3 de febrero de 1852 y la confiscación de sus tierras ubicadas en el actual Parque Tres de Febrero” y se juzga inconveniente “seguir rindiendo homenaje a esa fecha porque, más allá de los aciertos y errores cometidos por el restaurador de la paz, Juan Manuel de Rosas fue un hombre que marcó un punto de inflexión en la historia de nuestra patria”. Y así siguiendo se enumeran hitos históricos sin demasiado rigor ni redacción de buen estilo.
El autor de la idea es el diputado macrista Cristian Ritondo, a quien se suman como coautores, por orden alfabético, los legisladores José Luis Acevedo, Gabriela Alegre, Alejandro Amor, Delia Bisutti, Juan Cabandié, Rogelio Frigerio, Juan Carlos Dante Gullo, Aníbal Ibarra, Daniel Lipovetzky, Victoria Morales Gorleri, Claudio Palmeyro, Carmen Polledo, Mateo Romeo, Gabriela Seijo y Marta Varela.
Semejante confluencia ideológica hace pensar –hace temer, en realidad– que el dislate será aprobado y nuevamente la ciudadanía de todo el país asistirá a un acto pretendidamente democrático pero en esencia autoritario, realizado por legisladores porteños que no parecen haber reflexionado antes de firmar sus adhesiones.
Cabe recordar que el actual nombre del parque es una fecha que tiene la virtud del equilibrio, porque en tanto tal, en tanto fecha, no representa ofensa para nadie. Sería mejor dejar en paz el nombre de este parque emblemático de Buenos Aires y del país todo, además de que todavía hay quienes piensan que no está clara la delimitación del Parque Tres de Febrero y no se sabría a qué se le cambia el nombre.
Es imprescindible parar ciertas fiebres revisionistas. Porque si esto de cambiar nombres y emplazamientos sigue así, en cualquier momento el Parque Lezama podría ser llamado Parque Hugo Chávez; la estatua de Belgrano trasladada a Rosario; Plaza Francia redesignada Plaza Ecuador y así siguiendo. Y conste que no estaría nada mal que en la Argentina –no sólo en Buenos Aires– se designen sitios y se alcen monumentos para honrar las nuevas realidades nacionales y sudamericanas. Pero con cautela y sabiduría, por favor, que no hace falta irritar al cuete ni confundir al divino botón.
Es imprescindible que gobernantes, funcionarios, legisladores y munícipes de todo el país reflexionen acerca de la gravedad de esta manía ya difundida y revean sus conductas. Aquí en Resistencia, donde vivo, la calle principal se ha llamado sucesivamente Edison, Tucumán, Uruguay, Antártida Argentina, Eva Perón, Arturo Illia y Juan Perón, ¡en sólo sesenta años!
A ver si los norteamericanos van a cambiar el nombre del Central Park neoyorquino para homenajear a alguno de sus miles de héroes de las guerras en que han participado, o sea todas las guerras. A ver si los ingleses cambian de lugar la estatua del almirante Nelson por la de Churchill o de Thatcher. O si en París se atreven a cambiar el nombre de los Campos Elíseos, o en España cambian de lugar la Cibeles y así siguiendo.
Es claro que hay muchas figuras e hitos de la Historia cuestionables. Pero entonces convengamos dos cosas por lo menos: que no hay prócer que no sea contradictorio y todos merecen respeto; y que hay casos consagrados por el uso, los cuales, si se aconseja cambiarlos o mudarlos, ello debe ser producto de decisiones populares derivadas de un previo debate nacional, abierto y democrático, y seguramente pedagógico para nuestro pueblo.
De lo contrario, seguirán estas confusiones y arbitrariedades. Con el riesgo de que a este paso dentro de quince o veinte años podrían aprovecharse –Dios no lo quiera– mayorías circunstanciales para rebautizar como Avenida Mauricio Macri a la Avenida Ricardo Balbín, que hasta hace unos años se llamó Avenida del Tejar. O rebautizar como Monseñor Bergoglio a la Avenida Eva Perón, que antes se llamaba Avenida del Trabajo. Las posibilidades son infinitas.
Es urgente volver a la sensatez y acabar con estas arbitrariedades, y de una vez dejar en su lugar la ya centenaria estatua de Cristóbal Colón. Que si se quiere honrar a Juana Azurduy, lo cual está muy bien, no hace falta quitar a Colón, sino emplazar el monumento a nuestra primera generala en Palermo, por ejemplo en el campo de polo, que es propiedad del Estado argentino y funciona bajo control del Ejército. Las honras, como las cosas, en su lugar.
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