Mar 16.12.2003

SOCIEDAD  › CINCO MUERTOS POR UN TORNADO EN UNA LOCALIDAD DE CORRIENTES

Furia sin freno sobre Santo Tomé

Las ráfagas levantaron por el aire caballos, cerdos, ovejas y un auto. Duró cinco minutos, pero dejó casi destruido a Atalaya, un pueblo de 200 habitantes. Una casilla se desmoronó y aplastó a tres niños y a su abuela. Es la tercera vez en dos años que hay un tornado en Santo Tomé.

El impacto fue desesperante: “Un ruido sordo, como si las bocanadas de agua estuviesen roncando”, dicen en el pueblo. Cuando faltaban quince minutos para las siete de la tarde del domingo, los doscientos habitantes de un pequeñísimo paraje del Litoral comenzaron a sentirse frente a las puertas del infierno. En menos de cinco minutos, las ráfagas de hasta 150 kilómetros por hora de un tornado levantaron por el aire caballos, cerdos, ovejas y un auto, mientras se desmoronaban techos de zinc y ventanas de unas treinta y cinco casas. A la destrucción semicompleta del pueblo, el tornado le agregó una lista con cinco muertos, entre ellos tres nenes con su abuela. El del domingo no fue el primer tornado allí. En menos de un año, las autoridades contabilizan tres fenómenos semejantes y un antecedente en febrero de 1999 que dejó un muerto. La zona que está en los alrededores de la ciudad correntina de Santo Tomé, a las orillas del río Uruguay, está sometida desde hace dos años a un proceso de cultivos intensivos de pinos con inversiones de capitales extranjeros. Los miembros de la Municipalidad creen que esas forestaciones intensivas están endemoniado el paso del viento.
“Desde hace tiempo acá no está claro cuándo estamos en verano, cuándo estamos en invierno o en primavera.” Tan perdido como buena parte de los vecinos de la región, el concejal Eduardo Boero intenta darle algún tipo de explicación a la frecuencia de lluvias pero sobre todo de tornados que vienen blandiéndose desde 1999 sobre los alrededores de Santo Tomé.
La ciudad, de unos 28 mil habitantes, está ubicada a 500 kilómetros de la capital de Corrientes, sobre el borde del río Uruguay. Hasta hace unos ocho años, era una zona específicamente ganadera con algún desarrollo de la agricultura de poca intensidad. “En este momento –dice Boero– somos el departamento de la provincia y de buena parte del país con más superficie forestada.” En total, los referentes políticos de la zona cuentan en 80 mil las hectáreas sometidas a procesos de cultivo intensivos reciente: todo un bosque que forma parte del programa de inversión desarrollado por un grupo de papeleras localizadas en la región (ver aparte).
El impulso de los cultivos coincide con la intensificación de la serie de fenómenos naturales que trasformaron la historia reciente de estos pueblos en un infierno. El primero de ellos se produjo el 13 de febrero de 1999. Carlos Farizano, el intendente de Santo Tomé, aún lleva la cuenta en el almanaque: “Aquel tornado se concentró en el casco histórico del pueblo, destruyó casas y dejó un muerto”. El 15 de diciembre de 2002, casi cuatro años después, un nuevo tornado levantó casas, árboles y el tendido de luz sin dejar muertos. Hace veinte días, nuevas ráfagas de viento voltearon entre 14 y 15 casas en uno de las salidas del pueblo.
“Ahora los muertos son cinco, tres menores y dos mayores, pero además hay 38 heridos, tres de ellos muy graves con aplastamientos en el cerebro y golpes fuertes”, decía anoche el concejal Buero.
Este revival del temporal no se extendió sobre Santo Tomé, sino en una población más chica ubicada a cinco kilómetros del centro. Atalaya tiene en este momento 200 habitantes, y un tendal de casas desaparecidas: “Fue una cosa tremenda –sigue el concejal–: el viento les pegó a viviendas de adobe, humildes, pero también levantó los techos de las casas de material”. Un 60 por ciento de las 35 casas dañadas eran sólidas, con paredes de material y techos de zinc. Los lengüetazos de viento, esos que sonaban como ronquidos de huracán, como los describe Boero, cabalgaron sobre una franja de unas veinte o treinta cuadras de ancho y ocho kilómetros de extensión. “¿Durante cuánto tiempo? –dice el concejal– No sé... minutos, cinco, menos.”
Durante ese lapso, el tornado se convirtió en un látigo brutal: los vecinos vieron saltar por los aires (literalmente) a buena parte de los animales de sus granjas. “Un auto terminó cayendo contra un árbol grande, hubo ovejas que cayeron muertas a diez metros de donde estaban”, dice el mismo concejal mientras enumera una lista de imágenes casi fantásticas. La furia del vendaval arrancó, destrozó y arrastró a lo largo de veinte metros a una casilla de madera, que terminó estampada contra otra vivienda.
En una de esas casas estaban los que terminaron muertos. “La abuela estaba cuidando a los tres nenes cuando la sorprendió el tornado”, dice el concejal, que aún no puede creer cómo su esposo inválido terminó salvándose. “El hombre se salvó por un milagro.” La abuela de los chicos, María Ester Espíndola, tiene 52 años. Ayer estaba internada en el hospital San Juan Bautista de Santo Tomé, en la sala de terapia intensiva, con traumatismo de cráneo y quebradura de cadera. El director del hospital, Carlos Villegas, fue uno de los que dio la identidad de los chicos y de su abuela: Gabriel, Belén y Virginia Antonella Ríos de 9, 6 y 1 año.
La muerte número cinco es la de una joven de 23 años, Lucrecia Guimaraes: murió electrocutada mientras hablaba por teléfono. Quienes pudieron se escaparon de sus casas para refugiarse en la escuela 141, la única del pueblo, que terminó albergando a unas veinte familias.
Anoche, Atalaya continuaba sin luz. Las lenguas de viento y lluvias arrancaron la fuente del tendido eléctrico ubicado que hasta ayer permanecía completamente destruida. Durante el día, la continuidad de la lluvia torrencial impidió el trabajo de los bomberos voluntarios que intentaban acercarse al resto de los damnificados entre caminos anegados y árboles caídos.

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