SOCIEDAD › REPORTAJE A IAN MCMILLAN, EL POETA QUE SE DEFINE COMO “ACTOR-REALIZADOR”

“La gente llegaba queriendo escribir sobre la huelga”

Fue obrero y albañil. Para dedicarse a escribir sacó un crédito, pero se encontró con que, como era del norte, no podía “estar de moda”. Entonces empezó a dar talleres literarios a desocupados, a armar obras de teatro y libros con prostitutas, a enseñar poesía espontánea a chicos expulsados del colegio y hasta a hacer poemas con policías de homicidios. Poeta publicado y veterano de experiencias literarias y sociales, contó sus insólitas experiencias en su reciente visita a Buenos Aires.

 Por Andrew Graham-Yooll

–Usted se ha convertido en un reconocido “poeta instantáneo”, con piezas creadas en plena acción en un escenario. ¿Qué objetivos tiene esa actividad literaria-actoral?
–Soy un actor-realizador, por lo que muchos me ven como un payaso, que es como me gusta que me vean. Buena parte de mi trabajo es con gente que no lee ni escribe bien, o gente que está en situaciones extremas, como estar en la cárcel o en algunas escuelas... Hice un proyecto fascinante con un grupo de prostitutas jóvenes en la ciudad de Doncaster. No sabían leer ni escribir y llevaban una vida bastante caótica. Nos encontramos todos los martes a la mañana, de 10 a 12. En esa sesión de dos horas por lo general se lograba trabajar con ellas unos veinte minutos de tiempo real, porque salían a cada rato a buscarse una taza de té o a hacer alguna cosa. La primera reunión fue aterradora para mí. Normalmente no me pongo nervioso, pero estábamos en una de las peores calles de Doncaster, donde las mujeres van a hacerse chequeos médicos y recibir asesoramiento. El primer día una empleada, funcionaria del gobierno regional, me dijo: “Las chicas están arriba y lo están esperando. Si le hacen problema, patee fuerte en el piso (que era de madera)”. Con esa advertencia fuimos, un artista pintor y yo, al primer piso a encontrarnos con media docena de prostitutas. Les digo “chicas” porque todas eran muy jóvenes, adolescentes, salvo una que quizás tenía cuarenta y algo. Nos sentamos alrededor de la mesa y nadie dijo nada, ni una palabra, durante un rato que pareció muy largo. Pensé en cómo iniciar la conversación y no se me ocurría nada, hasta que espeté: “Puah, yo les tengo un miedo bárbaro”. No era la mejor frase de apertura, pero sirvió para cambiar el ambiente. Se rieron. Entonces pregunté, como suelo hacer, “¿y qué andan haciendo ustedes por ahí?” Que tampoco era lo más indicado porque la respuesta era obvia. Pero avanzamos. Estaban ahí porque habían decidido hacer una pieza de teatro juntas. Al cabo de su primera reunión no les había gustado el resultado, entonces decidieron hacer una historia de vida con una cámara que consiguieron. Cada una de ellas miraba el lente y contaba su vida. Eso, después nos sirvió al artista y a mí para hacer otra película. Pero en mi primera reunión con ellas yo estaba para ayudarlas a expresarse mediante la poesía. Sin embargo, no surgía nada. Entonces una de las más jóvenes suspiró. Al exhalar salió un pesado aliento de alcohol. “Si un cliente me lleva hoy al pub, creo que voy a pegarme un tiro.” Tenía una resaca que le partía la cabeza. Le dije que ese comentario tenía resabios de Haiku: “Si un cliente me lleva al Pub hoy,/ creo que voy a pegarme/ un tiro”. Le pregunté qué clase de arma usaría, conocía bien las armas. Me la describió. Lo que dijo de las armas produjo otras líneas. Anoté todo en mi rotafolios. Eso realmente nos puso a trabajar.
–Usted dijo que no leían ni escribían...
–Técnicamente eran analfabetas. Tenían niveles muy bajos de alfabetización. Eran jóvenes, muchachas blancas que habían abandonado el colegio a los 14 o 15 años. En realidad nunca habían ido mucho a la escuela, pero al abandonar se habían enganchado en la droga. No tenían confianza alguna en su escritura, pero tenían un lenguaje hablado muy audaz y filoso. El habla era el único don que tenían. Era cuestión de usar eso.Al final de la primera sesión el artista y yo nos fuimos con las poesías construidas por cada una de las seis mujeres. El artista ilustró cada una de las poesías, con imágenes como la del pub y de la pistola. Con unas pocas páginas armó un pequeño libro, más bien una plaqueta, de esas que se pueden hacer con equipos caseros. El martes siguiente les llevamos los libros a las chicas. Viera usted la emoción de esas mujeres, tenían en sus manos sus propias poesías impresas. Cada martes teníamos más poesías, para fabricar esos libritos caseros. Decidimos hacer una presentación. Nos presentamos en la Biblioteca Pública del barrio y pedimos un espacio, y nos rechazaron, para vergüenza eterna de la bibliotecaria. Parece que se oponían porque esas chicas tenían un nivel de higiene personal lamentable. Olían mal. Una o dos vivían en la calle. Bueno, la ironía fue que era 1999, “El año de la lectura”. En ese año se podía pedir subsidios o espacios para actividades que alentaran la lectura. Se me ocurrió hacer un “Bibliomóvil”, una biblioteca rodante. Pedí plata y me la dieron. Compramos uno de esos coches de bebé grandes, con cuatro ruedas enormes. Un escultor de Huddersfield, un muchacho bastante nervioso al que las chicas cargaban y provocaban, construyó dos grandes alas para cada lado del coche y un pico para el frente. Llenamos el coche con libros de las chicas y le propuse a un compañero, que hace películas para la televisión, hacer una película. Logramos una película fabulosa. Mi temor era que la noche de lanzamiento de nuestra “biblioteca” las mujeres no vendrían. Me equivoqué. Una de las mujeres comenzó a pasear el coche por la zona roja de Doncaster, por callejones bastante pesados. Nos llevó a una de esas bolsas de empleo algo sospechosas. Siempre había hombres ahí esperando la noche entera para conseguir trabajo en cualquier cosa, por lo general alejada de la ciudad. En la madrugada, en verano, los llevaban en ómnibus a la cosecha de arvejas o de tomates o algo así en la zona agrícola de Lincolnshire. Las mujeres se turnaban para pasear el coche con los libros, que tenía las alas moviéndose lentamente y el pico como saludando. Los hombres salían de la cola para mirar el coche, y una de las mujeres decía, “Hemos escrito unas poesías. ¿Querés que te las lea?”. Y por ahí el tipo decía, “Dale”. Y entonces leían, bueno no leían bien, pero las sabían de memoria y hacían que leían. Era un espectáculo: las prostitutas leyendo poesía a unos hombres esperando en la bolsa de trabajo. Los tipos las comentaban, “Uy, ésa me gusta,” o decían, “Vamos, ¿dónde aprendiste palabras tan largas? ¿Y eso qué quiere decir?” Bueno, eso es lo que me gusta hacer.
–Una de sus poesías tiene una estrofa muy dura, muy cruel, que se remonta a los años de Margaret Thatcher y el cierre de las minas. “La clausura de minas como forma de arte.” ¿Por qué hizo eso?
–La intención no fue cruel. ¿Cómo hacer ironía de una tragedia? Fue difícil. La huelga se inició en 1984 (duró hasta marzo de 1985), y yo trabajaba como independiente desde 1981. Había ido a la universidad e hice uno de esos cursos setentistas que se llamaban estudios modernos, que incluían cualquier cosa. Hice literatura y política. Eso me politizó en cierta medida, pero quería dedicarme a escribir, pero no encontraba modelos en la región. Si iba a la biblioteca podía sacar una novela de un escritor que vivía en el sur del país, o en Francia, nunca en el norte, en Yorkshire, que se considera la región más pobre en la era post industrial. Encontré sólo dos personas, pocos escritores norteños no se habían mudado ya a Londres. Mi problema era ser escritor con un domicilio que no estaba de moda. Escribir estaba en la familia, mis padres se conocieron por cartas. Mi padre era un escocés marino en la segunda guerra y su vida con mi madre comenzó con la composición de cartas inspiradas. A mí me parecía que lo más difícil era escribir en los pueblos que me habían visto crecer, los pueblos mineros. El problema era escribir en una región que se consideraba empobrecida, sobre la gente de las minas y los obreros maltratados. Dejé los estudios, y la escritura, y me puse como albañil. Tuve que aguantar todos esos chistes de siempre como, “eh, vos que estudiaste literatura, ahí va un ladrillo, etc.”. También trabajé en una fábrica de pelotas de tenis en Barnsley durante un año. Fabricábamos 38.000 docenas de pelotas por semana. En Yorkshire era inimaginable que se jugara tanto tenis. Cerró, la demolieron. El terreno de la fábrica hoy es un barrio elegante, se llama “Jardines de la Toscana”. ¿Se lo imagina? Un arquitecto vino a Barnsley, un pueblo gris, y dijo que lo imaginaba como “un pueblo serrano de la Toscana”. A partir de ahí la agencia de desarrollo metió dinero en Barnsley para hacer pueblos de la Toscana. Jamás se podía imaginar algo similar para la ficción. Hoy la gente en Barnsley habla de arquitectura, y hay un café que se llama Villa Toscana.Dejé el trabajo de albañil, pedí un crédito y decidí escribir. Conocí a un artista local que se interesaba por el ambiente cultural y me propuso hacer una serie de talleres para darle una salida a la gente que se iba quedando sin trabajo. Lo estaba ayudando cuando comenzó la huelga de los mineros, en 1984. La gente llegaba a los talleres queriendo escribir sobre la huelga. Era una experiencia terrible para una generación y todos parecían querer anotar sus experiencias como memorias literarias. Había mineros en huelga, y estaban sus mujeres, todos descolocados, querían escribir sobre lo que vivían. Entonces decidí que era mi obligación como poeta no solo lograr que ellos escribieran sino también que yo escribiera sobre la huelga. La poesía “La clausura de minas como forma de arte” no es sobre el sufrimiento causado por los cierres sino una visión de futuro, digamos dentro de veinte años después de 1984. Como ser ahora, cuando la gente mira esa época como una memoria, que es parte de su patrimonio. Lo que fue tan vital se recordará como una pequeña imagen. Ya hay una exposición sobre la huelga minera en una acería en Sheffield. Los medios han dedicado mucho espacio al veinte aniversario de la huelga. Bueno, la poesía trataba de eso.
–¿Qué dejó esa experiencia, a veinte años?
–Para mí el daño más duradero de esa huelga fue que dejó un Estado policial (por la represión de los mineros) y por la profunda división social que causó. Mi suegro era minero, y durante la huelga íbamos a juntar rezagos de carbón para el fuego en casa. Un día pasó un grupo de policías a caballo por donde estábamos recolectando. Lo primero que se le ocurrió a mi suegro fue atacarlos, después recapacitó. “¿Qué vamos a hacer?”, preguntó. “Vos no sabés pelear y yo no puedo correr.” También fue una época de malentendidos. Yo trabajaba con una banda, mi parte era la poesía, e íbamos de un baile a otro con todo el disfraz puesto porque no había tiempo para cambiarnos entre un compromiso y otro. La policía nos paraba, o nos detenía, porque sospechaba que con esa ropa sólo podíamos ser piqueteros disfrazados. Después de la huelga la gente que cobró indemnización venía a los talleres de escritura. No sabían cómo seguir, y no tenían mucho dinero, pero pensaban en cómo empezar de nuevo al cabo de generaciones en las minas. Algunos compraron equipos de oficinas, o computadoras. Algunos iban a la biblioteca y se leían una novela de Jeffrey Archer, o algo por el estilo, y se venían al taller con una idea. Varios decidieron que en toda novela hay sexo en página tres, política en la seis, y espionaje en la página diez. Y esa era la receta para cualquier novela. Traté de convencerlos de que escribieran sobre sus vidas, pero dijeron que no eran interesantes. El resultado fue horrible. Encima de perder sus empleos de toda la vida, fracasaban nuevamente. Mandaban estas novelas execrables a las editoriales y ni siquiera recibían respuesta o eran rechazadas de inmediato. Varios cayeron en la depresión. Por suerte, desde entonces ha habido mucha literatura creada en Yorkshire, y buena parte comenzó con el cierre de minas. Bueno, ésa es la respuesta larguísima a su pregunta breve.
–Está bien, es una respuesta política. Bueno, después de las prostitutas, ¿cómo encara la educación para otros grupos marginados?
–Lo que hago en muchos colegios, algunos bastante pesados, es dar una función de media hora con mi poesía, poemas nuevos y viejos. Luego comienzo a trabajar con los presentes. Después de las prostitutas fui a trabajar en otro centro comunitario en Doncaster, uno que se llama “Unidad de exclusión”, donde hay jóvenes que han sido excluidos de los colegios por una variedad de causas. No se les permite entrar a los colegios por algún desorden que han cometido, pero el juez les había ordenado que continuaran su educación hasta los 16 años. Uno de los talleres fue un error. Había un artista, un músico, yo y una jovencita bailarina, y los pibes se calentaron con la muchacha y no les interesaba otra cosa. Cambiamos de programa. Pensé que sería original hacer una composición rapera. Estábamos en una unidad de exclusión en una calle llamada BeckettRoad. Y dije, “Caminaba por Beckett road hoy/ le dije al hombre quién soy,/ al vera a...” y le pregunté a un muchacho en la primera fila, “¿Cómo te llamás?” Qué lástima que no tenía la cámara. De golpe el pibe se bajó la gorra sobre los ojos, se subió el pullover sobre la boca y se fue deslizando en el asiento. Vi que todo el grupo hacía lo mismo. Después pregunté a los encargados si eso era normal, y era la forma en que daban aviso de que se retiraban de los hechos. “Acéptelo como crítica literaria”, me contestó un funcionario. El primer día fue un desastre. No lograba darles ni sacarles nada, pero noté que algunas veces se hablaban entre ellos. A veces hablaban de mí. Nunca a mí. No participaban. Logré escuchar que cada vez que entraba al taller con mi rotafolios bajo el brazo, alguno decía, “guarda que viene el jodido. No digas nada que lo anota si te oye”. Eso lo anoté y logré una sonrisa. Cuando pedí otras ideas, fue interesante las puteadas que me mandaron. Cambiando las puteadas por otras palabras logré hacer una poesía con ritmo. El músico le puso notas, yo recité con ritmo, algunos comenzaron a tirar ideas en serio. Se trata de lograr demostrarle a la gente que tiene niveles muy bajos de lectura y escritura que si intentan pueden expresarse, que lo que dicen importa, y que si supieran cómo presentar las palabras, la gente los escucharía. Uno de los inconvenientes de jóvenes, y de mayores, analfabetos es que creen que causan problemas con sólo ser vistos. Por lo tanto, caen en una reserva total o, como en mi taller, algunas veces son adolescentes que vuelven a causar estragos, como incendios, robos, etc. Lo que hay que lograr es darles la confianza para usar el idioma, y si se llega a eso, comienzan a superar su discapacidad, eso promueve la autoestima.
–Supongo que eso se hace más fácil con la poesía que con la prosa. Si bien debe de haber formas. Pero en estos casos la poesía se convierte en herramienta social.
–Para mí la poesía es eso, una herramienta. Creo que la poesía comenzó como arte social. Alguien imaginó que la poesía comenzó como gritos del público a una compañía de baile. La primera poesía debe haber tenido que ver con gritos y rituales. Hay un poeta norteamericano, Clayton Eshelman, que dice que los artistas rupestres fueron el comienzo de la imaginación. A través de gente como él creo que la poesía realmente puede ser una herramienta social, que puede contribuir a mejorar los niveles de comunicación en el pueblo. En Inglaterra se nos enseña que la poesía es un arte solitario, que es el legado del romanticismo. No me siento cómodo con eso porque yo asocio la poesía con la actuación. He sido cómico en los clubes de barrio, y siempre con público. Cuando decidí que la poesía era un arte comunitario me armé del rotafolios, hasta me lo traje a Buenos Aires para mis visitas a colegios. Contribuye a hacer una experiencia hermosa de expresión. En una reunión con bibliotecarios, acostumbrados a ser callados, logré que repitieran a coro las estrofas mientras las íbamos creando. No tiene profundidad, pero tiene ritmo, que es universal.
–¿Qué retorno recibe de estos encuentros?
–Alguno siempre hay. Con el grupo de prostitutas, por ejemplo, el éxito fue que una de ellas, la mayor, Ruth, que escribía poemas con el seudónimo “Ruth Truth” (Ruth Verdad), llegó a la universidad. Una vez le pregunté si no tenía miedo de andar sola por las calles de la zona roja. Me dijo que no, que la luna la protegía. Escribió una linda poesía con ese tema, y yo decidí filmarla recitando bajo la luna en Doncaster. Aún trabajaba como puta. Fue otra experiencia ridícula pero memorable. Cuando salió a trabajar yo había puesto un camarógrafo detrás de un cerco, y en eso, mientras ella llamaba a los hombres que caminaban por ahí y le recitaba a la luna, cayó la policía. El oficial estaba seguro de que nos habíamos escapado de un instituto para dementes. Creo que Ruth llegó a estudios de posgrado, en una universidad sindical. Pero parece que fue un poco problemática para ellos. Lo que hago al final de cada encuentro es dejarle mi dirección de página web al público, o a los estudiantes, y pueden contactarme si quieren. Lo que más deseo es que la gente salga del taller diciendo “Eso lo puedo hacer yo, soy una persona creativa”. Lo que no me gusta del circuito de literatura leída en Inglaterra, que está de moda y que a las editoriales les gusta, es que se le pide al público que escuche en silencio mientras el autor lee. No estoy seguro de que muchos sepan escuchar bien. Leer, escribir y escuchar son todas partes de una misma línea.
–Cuénteme un poco sobre su rotafolios, que ha mencionado varias veces en el diálogo...
–Sin ese accesorio estaría muerto. Lo uso en todas partes.Hasta lo he usado con la policía. Me nombraron poeta visitante en una sección homicidios, para ayudar a algunos de los hombres y mujeres a superar instancias bastante dramáticas. Eso me sorprendió. Yo había hecho una sesión en una cena de gala de la policía en Scunthorpe, sobre el Mar del Norte, en Yorkshire. Aclaro que era un banquete en un hotel bastante elegante. Estaba el jefe regional... y los contratados para el espectáculo eran músicos, cómicos y yo. Qué lástima que no lo filmé. Hice una poesía con toda esa gente de uniforme de gala.Al terminar esperaba en la playa de estacionamiento que llegara a buscarme un amigo y de un coche de Jefe, con mayúsculas, un Bentley, aparece una mano con guante blanco y detrás una voz que dijo “Usted tendría que hacer poesía con nosotros”. Era el jefe de Homicidios de toda la región. Durante un tiempo fui a reunirme con policías traumatizados por crímenes domésticos diversos. Hasta me sugirieron que saliera de patrulla con ellos. Ahí sí, pedí un camarógrafo. Caminábamos una noche por el centro de Hull (también en Yorkshire) con la policía y de repente salen dos de la muchachas prostitutas de Barnstaple. Y una exclama, “Eh, ahí está ese tipo poeta. ¿Tenés algún problema con la policía?” Al aclarar las cosas las chicas ofrecieron hacer un poema sobre la vida nocturna de Hull. Se acercaron otras y les pregunté de qué querían hablar, “de sexo, si es de lo que sabemos. Usted dijo que hay que escribir de lo que uno sabe”. Entonces miré a los policías y les dije a las mujeres que recitaran. Y una dijo, “ya lo tengo, aquí va”. Pausa. “Quiero un hombre que esté bien duro,/ para que me recoja después del laburo.” Y siguió en esos términos. Supongo que es superficial, pero me parece emocionante y liberador.
–Es un documento social...
–Lo hago desde hace años, y uno aprende a reconocer por dónde va bien y dónde mal, como generar entusiasmo. Me gusta la idea de entusiasmar a la gente. No soy bueno para lo profundo, sí para lo rápido. El Consejo de las Artes de Yorkshire me manda a estos lugares raros, y algunas veces puede no funcionar. Trato de hacer muchas cosas. Tengo un programa en radio, Verbo, y voy a hacer para otra radio una historia de la masa para tartas. La BBC ahora deja entrar a gente como yo. Pero me gusta colaborar con otros. Estoy cansado de trabajar solo. Trabajo con un dibujante de Manchester. Vamos a teatros y salas de reuniones y centros de comunitarios. Ahora compartimos el rotafolios: yo anoto lo que sale de la gente, y él lo ilustra en el momento. Es divertido, y hay que reconocer que así la poesía sirve como elemento pedagógico.

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